Pletórico, satisfecho, sonriente y un palmo por encima de la alfombra roja. El paso lo lleva de serie. El mensaje lo había preparado a conciencia. Pedro Sánchez ha enviado, tras el 26-M, a todos los partidos al rincón de pensar para que cambien sus estrategias. A Podemos, para que desista de entrar en el Gobierno. A Ciudadanos, para que elimine el cordón sanitario al PSOE. El PP ya tiene bastante con pensar sobre sí mismo. Y a Vox, ni mentarlo. Si en Europa se aísla a la ultraderecha, por qué no hace lo mismo Albert Rivera.
Conviene quizá bajar la presión y detenerse más allá del ruido en torno a posibles pactos postelectorales. Las piezas aún se están moviendo. Dentro y fuera de los partidos. Y no solo para la formación de los gobiernos locales y regionales. Todo lo que escuchen o lean en estas horas de resaca electoral quizá no sirva más que para calentar motores y poner algunos muertos sobre la mesa negociadora.
Si Sánchez ha retomado la idea de un gobierno en solitario es porque da por amortizado ya a un Pablo Iglesias que hasta los suyos han arrastrado por la vía de los hechos a un reconocimiento explícito de que Podemos no ha funcionado como organización política, sino como una marca mediática vinculada a la figura de un líder. Errejón, por tanto, no es la causa de la debacle de los morados. Si fuera así, el hundimiento de la marca se hubiera quedado dentro de los límites de la M-30. El partido se ha esfumado en Castilla La-Mancha, en Cantabria, en Andalucía y en la ciudad de Valencia. En Navarra, Murcia y Castilla y León ha quedado en la irrelevancia. Y sólo es llave para la formación de gobierno en Baleares, Asturias y La Rioja. De los ayuntamientos del cambio, mejor ni hablamos. Sólo ha quedado Cádiz.
Si Sánchez ha retomado la idea de un gobierno en solitario es porque da por amortizado ya a Pablo Iglesias
Y, aunque Sánchez estaba dispuesto a explorar la configuración de un gobierno de coalición antes del 26-M, los resultados del domingo le han hecho cambiar de opinión para satisfacción de quienes nunca vieron con buenos ojos, ni dentro ni fuera del PSOE, el desembarco de los morados en los ministerios, aunque estos no fueran los de Estado.
Si el presidente ha viajado hasta París, un día antes de la cumbre de Bruselas, ha sido para solemnizar en el Elíseo un acuerdo con la Europa liberal. Y es que en la “familia” política de Rivera los cordones sanitarios a quienes ahogan es a los partidos de ultraderecha, no a la izquierda moderada.
El actual es un momento en el que Ciudadanos tendrá que decidir si los próximos cuatro años se instala en el espacio de la derecha y renuncia definitivamente a la centralidad o si, por el contrario, vuelve a sus orígenes, recupera la moderación, facilita acuerdos en una dirección y huye de los extremos, que es lo que hacen sus socios europeos. La presión sobre el líder de los naranjas no ha hecho más que empezar. Y él, de momento, calla y deja hablar a Villegas, Arrimadas y cía. Lo que digan Aguado y Villacís no cuenta. El partido se está jugando en otra liga. Y el árbitro, que no siempre viene de la política, puede condicionar el resultado. Están en ello.