No son unas elecciones autonómicas más porque Catalunya vota bajo el síndrome de una intervención política desde Madrid, por lo que la lectura nacional será esta vez mayor que nunca. Se la juega Mariano Rajoy por motivos obvios; Pedro Sánchez tiene ante sí la primera prueba con la que verificar si Catalunya es o no la pista de despegue para la recuperación del PSOE; el resultado de Ciudadanos puede empoderar a un Rivera que se ha apropiado ya de la bandera del patriotismo constitucional que antaño agitaba en exclusiva la derecha tradicional, y Pablo Iglesias tendrá que explicar el porqué del complejo de la izquierda española respecto a la catalana que le llevó a delegar en Colau la posición del partido en un asunto de relevancia nacional.
La noche será frenética en todos los cuarteles generales, pero mucho más en el del partido del Gobierno. Se la juega Catalunya, se la juega España y se la juega el Estado, incluida su Jefatura por haber renunciado antes del 1-O al papel de arbitraje que le atribuye la Constitución para asumir como propia la posición del Ejecutivo. Pero aun así Mariano Rajoy sabe que el resultado tendrá una trascendencia crucial para los suyos y su futuro inmediato.
Al fin y a la postre, fue él quien decidió en última instancia aplicar el 155, destituir a todo el Govern y llamar a las urnas. Y si tras todo ello el PP queda relegado —como pronostican todas las encuestas— a un papel irrelevante en la escena catalana, arreciaran las críticas internas y externas. La factoría FAES ya tiene seguro redactado el argumentario y la oposición, preparado el relato con el que hilvanar la ofensiva contra quien tiene la obligación de liderar un proyecto político que vuelva a conectar emocionalmente a una parte de Catalunya con el resto de España.
A partir de mañana, no habrá socialización posible del resultado si el bloque constitucionalista no logra un voto más que el secesionismo. Y si Ciudadanos y PSOE juegan en un escenario win-win —porque es seguro que mejorarán los datos de hace dos años—, el PP quedará solo ante la derrota.
El descalabro se da por seguro, y los esfuerzos en los últimos días ya solo son para proteger a Mariano Rajoy del desastre que solamente una victoria del llamado bloque constitucionalista le permitiría salir airoso
Así las cosas, antes de conocer el resultado, en la calle Génova —y, sobre todo, en La Moncloa— ya ha empezado la “operación blindaje”, porque en el partido del Gobierno hay muy mal augurio ante la inminente apertura de las urnas, aunque algunos intenten aferrarse a ese 25% de voto oculto que no reflejan los sondeos y que creen que les favorece.
El descalabro se da por seguro, en todo caso, y los esfuerzos en los últimos días ya solo son para proteger a Mariano Rajoy del desastre que solamente una victoria del llamado bloque constitucionalista le permitiría salir airoso. “Lo que pase el 21-D no es extrapolable al panorama nacional”, “Ciudadanos es un partido que nació en Catalunya y su crecimiento allí no tendrá traducción inmediata en el resto de España” y “el resultado de Albiol no es el resultado de Mariano” son reflexiones que se escuchan estas últimas horas por los cenáculos madrileños como recurrente ejercicio de autoprotección ante la posibilidad de que ni el 155, ni en el encarcelamiento de los líderes del procés, ni la huida de Puigdemont ni la campaña hayan cambiado nada. Esto sería que Catalunya amanezca el viernes perfectamente dividida en dos bloques, con dos millones de catalanes inasequibles al desaliento del independentismo, a pesar de las consecuencias reales e inmediatas que provocó la DUI.
El fracaso sería mayúsculo, y alguien debería hacer, si se diera ese escenario, un análisis serio de lo hecho hasta ahora, pero sobre todo de lo que habrá que hacer en el futuro, y que no podrá ser en ningún caso esperar solo la respuesta de los tribunales ni una aplicación sine die del 155.