Si Machado levantara la cabeza igual cambiaba de opinión. Ya no sería una de las dos Españas la que habría de helarle el corazón, sino las dos. Entre el blanco y el negro siempre hubo una amplia gama de grises por la que, por desgracia, muchos políticos ya no transitan. Más allá de los bloques y las trincheras, en este país hay gente que tiene claro que lo del 1-O no es un referéndum legal, que el independentismo ha traspasado demasiadas líneas rojas, que ha confundido la emoción con la razón y que el estado de derecho no puede mirar hacia otro lado ante una flagrante ilegalidad.
Pero hay quien además de esto alcanza también a ver que la respuesta de la derecha ante el desafío secesionista provocará un destrozo de incalculables consecuencias en el funcionamiento de nuestra democracia. Y todo porque a Rajoy nunca le gustó hacer política. Mucho mejor que la hagan los jueces, los fiscales y la policía. Claro que hay separación de poderes, pero también un fiscal general y algunos jueces dispuestos a mancharse la toga con el polvo del camino. Y esto no se arregla sólo con inhabilitaciones, multas, detenciones y precintos en los colegios.
Es de primero de Política. Pero el presidente prefiere viajar a Washington para arrancar una declaración “convincente” al presidente de los EE.UU. Después de aquello de “un vaso es un vaso...”, “es el vecino el que elige al alcalde…” y “me gustan los catalanes porque hacen cosas”, no se había visto mayor ejercicio de elocuencia que el de Trump sobre Catalunya:
“He visto como se está desarrollando eso, pero eso es algo que lleva desarropándose desde hace siglos y, francamente, nadie sabe si van a votar. El presidente [Rajoy] ha dicho que no van a votar, pero el pueblo estaría muy opuesto a eso…”
¿Tan complicado es entender que la política no es un proyecto ilegal como propone el independentismo ni una exhibición de poder como el que está haciendo el PP?
La mayor crisis institucional que ha tenido España en décadas es, ya lo oyeron, “eso”. Y a tres días de que llegue “eso”, el Gobierno sigue escondido. En Catalunya, habla Puigdemont, Junqueras y hasta dejan que lo haga Rufián, pese a que cada vez que el diputado de ERC abre la boca prolifera un nacionalista español más de esos que jalean y despiden en Andalucía a los guardias civiles que viajan a Catalunya como si se fueran a la guerra del Rif.
España no es “eso” que dice Trump, pero tampoco un país de ciudadanos y ciudadanas que salen a la calle a jurar masivamente la bandera de España, como propone el PP de Madrid, ni a gritar a “por ellos” porque ellos somos nosotros, y la mayoría de nosotros queremos un Gobierno que haga política, practique la modulación y pare de una vez esta locura. ¿Tan complicado es entender que la política no es un proyecto ilegal como propone el independentismo ni una exhibición de poder como el que está haciendo el PP? Alguien debería parar esta locura y no parece que el fiscal general del Estado sea el más adecuado. En Rajoy está pasar a la historia como el presidente que logró el encaje definitivo de Catalunya en España o como el que metió en la cárcel a un Molt Honorable si es que Puigdemont ha hecho alguna vez honor a este título.