De repente, los partidos grandes se han hecho pequeños, diminutos. Pero siguen sin darse por enterados. Ellos, a lo suyo. El PP, a tapar cuanto pueda de la fosa séptica en que muchos de los suyos convirtieron las instituciones públicas. El PSOE, a disfrutar de su circo. Hace años que se quedó sin discurso, sin proyecto, sin líder y sin más de 5 millones de sus votantes y en lugar de buscar soluciones para la carcoma que corroe a su estructura orgánica y política, ha decidido poner rumbo hacia la decadencia. Sus primarias no ofrecen más alternativa que la de un candidato que garantiza un infarto fulminante para las siglas y el sistema y otra que será como ingerir un veneno lento pero seguro.
Por más que Rajoy se esconda y haya vuelto a pasar el cáliz de la corrupción y la desvergüenza a los Casado, las Levy y los Maroto para que defiendan las siglas, el caso Lezo no le saldrá gratis ni lo zanjará con la marcha de Esperanza Aguirre del Ayuntamiento de Madrid.
La dimisión de la que fuera una de sus más recalcitrantes críticas internas, tras el ingreso en prisión de Ignacio González, no servirá de mucho a un partido, donde no pocos de sus “notables” han hecho de la vida pública una ilegal y mezquina forma de enriquecer a sus siglas y de incrementar sus fortunas personales. Demasiado tarde para que el presidente del Gobierno pretenda acotar el escándalo a Madrid y a una banda de “trincones" que no vigiló Aguirre.
El caso Lezo no es el caso González, ni el caso Aguirre, ni el caso Madrid: es el caso PP con mayúsculas
El caso Lezo no es el caso González, ni el caso Aguirre, ni el caso Madrid. Es el caso PP con mayúsculas. La madre de todas las instrucciones judiciales de cuantas se han abierto en los últimos años en las instancias políticas. Y no se han abierto pocas: Gürtel, Púnica, Taula, Brugal… En él cohabitan personajes del universo popular, de la élite empresarial, de la aristocracia financiera y del mundo de la comunicación.
Rajoy no puede alegar en este caso ni desconocimiento ni sorpresa. Sabía cuanto ha descubierto el juez Velasco: que el presidente de la Comunidad de Madrid llevaba un nivel de vida nada acorde con su sueldo de funcionario público; que el Canal de Isabel II era una bomba de neutrones cuya onda expansiva se podía llevar por delante a empresarios, periodistas y políticos y que el PP de Madrid, como el de Valencia, el de Baleares o el de Génova, se habían financiado ilegalmente. Miró para otro lado, guardó cuantos dossiers le llegaron a la mesa de su despacho, calló ante tanto latrocinio… Y cuando todo explotó se fue a caminar a Brasil para no tener que dar explicaciones.
Tarde o temprano tendrá que darlas, en el juzgado y en el Parlamento. Y, entonces, el presidente ya no podrá decir aquello de ¡joder, menuda tropa! que profirió antaño. Por acción u omisión, él formó parte de aquella infecta caterva. Y, ahora, sin mayoría en el Parlamento, pendiente de precarios acuerdos y con los medios amigos bajo la lupa judicial, ya no podrá hacer lo que hizo en los tiempos de los SMS a Bárcenas, esconder la cabeza y aguardar a que escampe.
Si el PSOE anda tan entretenido en su espectáculo que no es capaz de enfocar sobre el máximo responsable de tanta obscenidad, ya lo harán otros. Al fin y a la postre, ya hay ejemplos de democracias no tan lejanas a la nuestra donde la respuesta progresista a la crisis económica, sus causas y sus consecuencias, no ha llegado de la socialdemocracia.