Si como dijo Andreotti gobernar no consiste en solucionar problemas, sino en hacer callar a los que los provocan, Rajoy ya llega tarde con el tal Gregorio Serrano, exconcejal de Fiestas Mayores de Sevilla y aún hoy director general de Tráfico, para que ustedes le pongan nombre y cargo.
La cara seguro que ya les suena. Salió en todas las televisiones no antes de que hubieran pasado 24 horas de la “gran nevada” para culpar a los conductores por haberse puesto al volante para regresar a sus hogares tras las vacaciones navideñas.
Al amigo inseparable del ministro Zoido —al que, por cierto, aún no hemos escuchado una palabra sobre la zapatiesta en la AP-6— le ha parecido poco abroncar a los automovilistas, esconder la cabeza debajo del ala, repartir culpas —que también las tiene— a la empresa adjudicataria de la autopista y relatar que coordinó la crisis desde el despacho de su casa sevillana. Así que ha echado mano del sarcasmo y ha pedido perdón desde su cuenta de Twitter a todos aquellos que se hayan sentido ofendidos porque hubiera seguido las incidencias desde su domicilio mientras pasaba el día de Reyes con su familia. Esto además de ironizar sobre el buen funcionamiento de las líneas telefónicas e internet en el sur de España. Lo que estaba en cuestión no era la buena marcha de las comunicaciones, sino su propia competencia.
¿Por qué les cuesta tanto? Aceptar errores humaniza y si se gestionan con habilidad, hasta pueden convertirse en una oportunidad política
72 horas después de haber desinformado a los ciudadanos, no haber previsto las consecuencias de la nevada y ser incapaz de abrir la ratonera en la que se convirtió para miles de personas la autopista hasta que llegó la UME —esa unidad militar que Rajoy tachó de “ocurrencia” zapateril y “capricho faraónico—, el exconcejal de Fiestas Mayores sigue sin pedir perdón a los afectados. Ni él ni su inmediato superior, ni el responsable de Fomento, Íñigo de la Serna, que alguna responsabilidad tiene también en el asunto, y ni siquiera acudió al gabinete de crisis que se creó cuando la crisis ya había pasado. Sólo el titular de Justicia, Rafael Catalá, ha tenido a bien cumplir con la primera norma de la decencia política, que es pedir perdón cuando alguien se equivoca en el ejercicio de su responsabilidad pública.
¿Por qué les cuesta tanto? Aceptar errores humaniza y si se gestionan con habilidad, hasta pueden convertirse en una oportunidad política. Pero ellos, erre que erre con la matraca de esparcir culpas. Si no lo hicieron cuando algunos de los suyos saquearon las administraciones públicas por las que camparon a sus anchas, por qué van a hacerlo ahora. ¡Total, si los afectados han sido 3.000 automovilistas! ¡Que se jodan!, que diría Andrea Fabra como espetó desde su escaño del Congreso sobre los desempleados españoles cuando el paro pasaba de los 5 millones de españoles.
Sin entrar en su notoria falta de competencia técnica para ocupar el cargo, es discutible que Gregorio Serrano tuviera que irse de la DGT porque en España haya nevado incluso aunque su dirección no previera las consecuencias, pero de lo que no hay duda es de que, tras el mandoble que propinó a los afectados y su posterior socarronería, está tardando en volverse a Sevilla, y no sólo para disfrutar de unos días con la familia. Si no es así, que alguien le mande callar de inmediato. En eso consiste también gobernar y liderar, si es que Rajoy todavía se acuerda de lo que es una cosa y la otra.