Quién es Quim Torra, se preguntaba el sábado la BBC. En una sola frase la cadena definió al polémico nuevo president de la Generalitat: “El autor de un artículo en el que dijo que algunos catalanes de origen hispanoparlante eran animales en forma de humanos”. Sin más.
Le Monde arrancó así la crónica de su investidura: "Sectario, radical, antiespañol, xenófobo... Los adjetivos empleados por la oposición a derecha y a izquierda para describir al nuevo president de Catalunya están lejos de anunciar el apaciguamiento de las tensiones políticas en la región española".
The Times ahondó en la idea de que Torra "exacerbará la confrontación entre el Gobierno y los políticos proindependencia de la región”. Mientras que The Guardian rescató las infames frases xenófobas y el norteamericano The Washington Post le calificaba tan sólo de “secesionista ferviente”.
Fin del relato. Se acabó. El independentismo se acaba de pegar un tiro en el pie. Lo que Mariano Rajoy y su gobierno no hicieron en la UE tras el 1-O, las imágenes de las cargas policiales, el encarcelamiento de los líderes del procés y los autos de Llarena, lo ha conseguido Puigdemont en una sola jugada con la designación del supremacista Torra: acabar con la victimización de un “pueblo oprimido” al que el Estado español no permite votar.
Tras la perplejidad con la que Europa ha acogido la investidura del nuevo president no cabe esperar más comprensión con la causa independentista
Los “presos políticos”, la falta de libertades, la persecución de las ideas, la imagen de los “exiliados” y la decisión del tribunal de Schleswig-Holstein de dejar libre al ya ex Molt Honorable y descartar el delito de rebelión sobrepasó durante meses a la diplomacia española. Pero, ahora, tras la perplejidad con la que Europa ha acogido la investidura del nuevo president no cabe esperar más comprensión con la causa independentista.
Sus artículos, en los que desprecia al conjunto de los españoles y a los catalanes que hablan castellano, han corrido como la pólvora por España y por las cancillerías europeas sin necesidad de que Inés Arrimadas los tradujera y enviara, como dijo que haría.
El Partido de los Socialistas Europeos se ha apresurado a decir que “sus comentarios racistas son completamente asquerosos y llenan de dudas acerca de su aptitud para el puesto”, y el PP Europeo ya ha avisado que en la UE no hay lugar para la retórica del odio y que garantizará su apoyo a la actuación del Gobierno español.
Puigdemont, y con él quienes por acción u omisión han permitido la llegada a la Generalitat de un personaje tan siniestro como de escasa catadura moral, han dejado sin argumentos a quienes, dentro y fuera de España, defendían que con la formación de un nuevo Govern habría espacio para el diálogo y el entendimiento.
Entramos en una fase de más legitimismo, más radicalidad, más división, más indignidad y más degradación institucional en la que se antoja difícil pasar de pantalla para avanzar. Creer en la capacidad de Torra para tender puentes y gobernar desde la transversalidad es un ejercicio imposible hasta para los optimistas antropológicos, salvo que ERC decidiera en algún momento romper con Puigdemont.