“Un PSOE de liderazgos compartidos”. “Coherente y creíble”. “Donde la militancia decida”. “Unido”. Ahí van cuatro de las diez ideas fuerza con las que Pedro Sánchez ha hecho saber que se propone reconquistar el liderazgo de los socialistas.
Que el ex secretario general mantiene vivo el relato del ángel caído en el sentido más literal del cristianismo (querubín expulsado del cielo por rebelarse contra los mandatos de Dios) no sólo es bastante obvio, sino que cada acuerdo que la dirección interina del PSOE alcanza con el PP es alimento para la posverdad del “sanchismo”. Sólo así se explica el entusiasmo con que una parte de la militancia ha acogido el regreso de Sánchez y el tembleque que éste produjo en una parte del “susanismo”. Ni la victoria será tan apabullante como creían ni la conquista tan sencilla como se preveía.
Ni la victoria del 'susanismo' será tan apabullante como creían ni la conquista tan sencilla como se preveía
De nada sirve que el presidente de la gestora socialista, Javier Fernández, se desgañite en la explicación de que cuando un socialista ha de elegir entre la lealtad a uno mismo, a su partido o a España, siempre ha de poner a su país por encima de todo lo demás. En el recuerdo de una parte de la militancia socialista sigue viva la sangría que el pasado 1 de octubre acabó con la salida de Pedro Sánchez y la posterior decisión de los socialistas de facilitar un gobierno de la derecha. Hace tiempo que la emoción se impuso a la razón en el PSOE y que la confrontación puntúa más que el acuerdo.
La narrativa de que hubo un “golpe palaciego” para acabar con un secretario general resistente al pacto con la derecha política y empresarial forma parte de la leyenda con el que el “sanchismo” pretende pasar a la historia. Y tan real es esto como falsos algunos de los propósitos que el ex secretario general ha incluido en su decálogo para la reconquista.
El primero, la promesa de reconstruir un PSOE de liderazgos compartidos. En dos años y medio de secretario general, Sánchez dio muestra de muchas cosas, pero nunca de afanarse en la búsqueda de complicidades orgánicas. Todo lo contrario. En su declarada guerra abierta contra los barones está quizá la principal causa de la primera parte de su fallecimiento político.
Sobre la coherencia y la credibilidad de su corto paso por el PSOE habría para escribir una tesis. Basta con recordar su tránsito desde el acuerdo con Ciudadanos al reconocimiento que él mismo hizo ante los telespectadores de La Sexta de que se equivocó por no pactar con la izquierda de Podemos y el independentismo catalán para ser presidente del Gobierno.
Sobre la coherencia y la credibilidad del corto paso de Sánchez por el PSOE habría para escribir una tesis
Lo mismo se puede decir de la proclama de que “la militancia decida” porque es un hecho irrefutable que ésta decidió cuando él quiso y le convino, aunque las consultas no estuvieran previstas en los estatutos del partido. Sánchez pidió a las bases el aval a su baldío acuerdo con Ciudadanos, y lo mismo pudo haber hecho con la abstención al PP o la convocatoria de unas terceras elecciones. Por impostura y por temor a ser señalado por la militancia, ningún barón se atrevió nunca a cuestionar en público que Sánchez sustituyera la democracia directa por la representativa sin previo aviso ni debate alguno. Pero él tuvo ocasión, por ejemplo, tras las elecciones gallegas y a 36 días de la finalización del plazo para la convocatoria de elecciones, de convocar a la militancia para decidir la posición del PSOE, y no lo hizo.
Sobre la unidad del socialismo, mejor ni hablamos porque nunca nadie llegó a tanto y tan lejos en la fractura provocada en el socialismo.
Pues, pese a todo, lo dicho: el relato del ángel caído sigue vivo y el porcentaje que Sánchez pueda sumar en las primarias, una incógnita que mantiene en vilo a las huestes del “susanismo” por mucha apariencia de tranquilidad que se transmita.