Al final, pudo más la presión. Bueno, la presión y el plagio. Y eso que Pedro Sánchez llegó a hacerse un Rajoy en defensa de su ministra de Sanidad. Y no será porque no escuchara voces ―que fueron muchas― las que le advirtieron que no lo hiciera y que su palabra y su credibilidad quedarían en entredicho como quedaron las de su antecesor cuando hizo lo ídem con Cifuentes.
El caso es que Carmen Montón se va 24 horas después de que saltaran a la luz las irregularidades en un máster que cursó en el Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos, un chiringuito creado al servicio del PP ―y ahora sabemos que también del PSOE― y que hoy investigan los tribunales.
La ministra anunció su renuncia, después de desplegar un argumentario tan surrealista como inconsistente ante los micrófonos de una radio, y sólo cuando horas después se supo que, además de asignaturas convalidadas, matrículas fuera de plazo y materias dudosamente aprobadas, había copiado burdamente de internet para uno de los trabajos presentados.
El PSOE lo barruntaba. Sabía que era un escándalo. Que el Gobierno no podía permitirse las mismas respuestas que el PP por los casos Cifuentes y Casado. Y desde el minuto uno pidió al presidente del Gobierno que hiciera honor a la palabra dada. El gobierno de la dignidad, el gobierno del cambio y el gobierno comprometido con la regeneración de la vida pública no podía permitirse llegar a su día 102 con una ministra en parecidas circunstancias a las de Cifuentes o Casado.
Nadie en el PSOE acertaba a dar con la explicación de por qué Sánchez llegó tan lejos en la defensa de una ministra que todo el partido daba por muerta antes de que cayera
Transigir con un caso muy similar era dar por bueno el uso de las instituciones públicas en beneficio propio que tantas veces criticó el PSOE desde la oposición, y a la vez validar la estrategia del presidente del PP ante la investigación judicial de su máster.
Salvo que tuviera interés en salvar a Pablo Casado por algún motivo oculto o acuerdo inconfesable, nadie en el PSOE acertaba a dar con la explicación de por qué Sánchez llegó tan lejos en la defensa de una ministra que todo el partido daba por muerta antes de que cayera. Y esto por no entrar en los detalles de cómo impuso a Adriana Lastra y a José Luis Ábalos que salieran en defensa de la ministra para bajar la ola de indignación que recorría el PSOE por el escándalo.
102 días y dos ministros dimitidos no es un buen expediente para ningún gobierno. Tampoco para el de Sánchez, cuyo único patrimonio hasta ahora era la credibilidad que, después de esto, queda seriamente dañada. Sólo le quedará sostener aquello de que más vale tarde que nunca.
Al fin y al cabo, la ministra ha dejado de serlo, si bien se podía haber ahorrado el camino recorrido, muy parecido al de Màxim Huerta, el ministro de Cultura más breve de la historia de la democracia, que consistió en engordar para acabar muriendo.
P.D. La presión vuelve a estar sobre Pablo Casado.