Cuando Ciudadanos planteó la comisión de investigación sólo trataba de ganar tiempo antes de tomar una decisión sobre el ya entonces negro futuro de Cristina Cifuentes. Pero andaba Rivera en un mar de dudas sobre el asunto cuando Rajoy se subió a la tribuna de la convención nacional del PP en Sevilla —a cualquier cosa llaman ya convención política— a repartir mandobles a los de la formación naranja: que si son unos chisgarabís, que si carecen de experiencia, que si son unos lenguaraces…
Si pensaban los estrategas de La Moncloa que después de la apoteosis del insulto, los naranjas iban a cruzarse de brazos y poner la otra mejilla es que el máster sobre comunicación política lo hicieron en la Universidad Juan Carlos I. Sin exámenes, sin profesores, sin tribunales y sin asistencia a clase. ¡Tanto asesor áulico y tanto talento en la cohorte del “imperio mariano” y tanta torpeza acumulada! La coartada perfecta para que Ciudadanos corrigiera el rumbo y exigiera de inmediato la dimisión de Cifuentes. Ahora sólo falta que se sume a la moción de censura impulsada por el PSOE para que su relato sea del todo creíble, y se cuelgue una nueva medalla con el rostro de “otro caído” en nombre de la decencia y la regeneración democrática. Igual ni le hace falta porque la presidenta no llega ni a la fecha después de que su colega Pablo Casado le haya dejado si cabe, aún más en evidencia.
A Rivera no le costaría demasiado, en todo caso, explicar a los madrileños el porqué de su voto a favor de Gabilondo porque hace años que el PP de Madrid es una fosa séptica de hedor insoportable. Y esto con todas las distancias que haya que poner entre mentir por un máster de quina regional y forrarse a base de comisiones millonarias y partidas desviadas de los presupuestos públicos.
Es hora de exigir la misma tolerancia cero contra quienes meten la mano en la caja que contra quienes utilizan la mentira para sobrevivir en la vida pública
No es lo mismo tener un fajo de billetes en el altillo o esquilmar el Canal de Isabel II que obtener un posgrado por la cara y, además, pringar a una Universidad pública en la construcción de una coartada falsa. Pero va siendo hora de exigir la misma tolerancia cero contra quienes meten la mano en la caja que contra quienes utilizan la mentira para sobrevivir en la vida pública. Es hora de levantar el listón de exigencia, más cuando a los autores de la patraña les importa un bledo llevarse por delante el crédito de una universidad pública por mínimo que éste ya fuera tras el episodio del anterior rector plagiador.
El problema no es el futuro de Cifuentes, ni la credibilidad de Casado, ni la descomposición del PP, ni la caída de un gobierno regional, lo verdaderamente grave en este asunto que Rajoy ha decidido gestionar a su manera —“Aguanta, de momento, Cristina”—, es el daño causado a una Universidad en la que están matriculados más de 46.000 alumnos. Los políticos pasarán o no, pero el centro quedará sumido en un desprestigio mayor al acumulado por funcionar como un auténtico chiringuito del PP donde colocar a los afines.
“Antes estudiaban sólo los ricos y hoy tenemos que estudiar sólo los pobres”, se ha escuchado estos días entre los alumnos indignados por el caso Cifuentes. Es mucho peor que eso porque cuando la izquierda democratizó el acceso a la Universidad y la clase social dejó de ser un obstáculo para la formación universitaria, la derecha se inventó los máster y los posgrados, que exigían un esfuerzo económico añadido, para demostrar que siempre serían mucho más y llegarían más lejos. Ahora sabemos cómo lo hacían y lo poco que se les exigía. Pero al PP no le importa la verdad de los hechos, tan sólo que Ciudadanos pueda anotarse otro tanto y que Cifuentes se convierta en un trofeo nuevo a lucir en la vitrina de Rivera. Hagan apuestas, pero Madrid celebrará el 2 de mayo sin la actual presidenta. Y esta vez nadie asaltará las puertas de ningún palacio, ni gritará “que nos la llevan”, ni tratará de impedir la salida. Hasta en el PP ya se han lavado las manos y abandonado a su suerte a Cifuentes. Es cuestión de días.