El hombre que lo fue todo, ya no es nada. Sólo un militante más. Se ha ido con una gélida carta. No podía más. No se sentía querido, ni arropado, ni escuchado. Mucho menos defendido de los ataques del exterior. Ya lo dijo hace dos años: “O me defendéis o me largo”. Menudo lío aquél de 2014 cuando se supo que José María Aznar había mediado a cambio de una comisión en favor de una empresa española ante Muamar el Gadafi. No se fue entonces porque el PP, aunque con la nariz tapada, impidió con su mayoría absoluta que tuviera que comparecer en el Congreso por semejante chanchullo, como reclamaba la oposición.
Él, que reconstruyó un partido de la nada; que logró por primera vez que la derecha española entrara en La Moncloa; que puso los pies sobre la mesa del mismísimo Bush; que conferenciaba por las universidades americanas con acento texano; que obró el milagro económico… ¡Y nadie derrama una lágrima!
“El gran amigo” de los Estados Unidos de América; el representante de la Nueva Europa (Rumsfel, dixit); el mandatario español al que la Asamblea de California, con mayoría demócrata, recibió en pie con una gran ovación… ¡Y nadie reivindica su nombre ni su obra!
El PP respira aliviado, y Rajoy ha vuelto, seguro, a fumarse un puro al conocer que abandona la presidencia de honor del partido de la gaviota. Es lo que tiene no entender la diferencia entre un cargo honorífico y ser un pulguillas que todo lo cuestiona por creerse poseedor de la verdad absoluta, además de único guardián de las esencias del centro derecha.
Ni un respiro le dio a su sucesor: que si no tenía proyecto político; que si había hecho de España un campo embarrado; que si era muy simpático pero no tomaba decisiones; que si le relegaba en las campañas electorales, que si no había organizado un acto con motivo del XX aniversario de su primera victoria electoral; que si era un incapaz ante la fuerte “efervescencia independentista catalana”.
Los populares sólo desean para quien fue su mandamás que lleve con él tanta paz como descanso deja
Se acabó. Punto y final a una sucesión de desavenencias y a una distancia política que acabó con una relación personal de décadas. La consecuencia más inmediata de la marcha es que el ex presidente del Gobierno no acudirá al congreso nacional del PP del próximo enero y no podrá dar más monsergas sobre política o moralidad. Los populares no tendrán que aplaudirle ya con desgana ni él lamentarse por los cenáculos de la fortuna de los ex presidentes socialistas, a quienes en el PSOE y en ocasiones hasta en el PP, se les escucha y se les respeta. Quizá es porque ni Felipe González ni José Luis Rodríguez Zapatero enfermaron del rencor que acumuló Aznar contra propios y extraños, tras su salida del gobierno.
Pues eso. Que los populares sólo desean para quien fue su mandamás que lleve con él tanta paz como descanso deja.