La primera temporada de The Walking Dead se empezó a emitir un 31 de octubre de 2010 en la Fox. Casualidad o no, Carles Puigdemont eligió el mismo día de siete años después para protagonizar una versión “indepe” de tan exitosa serie. Una historia que, como aquella, está cargada de drama, terror y suspense, y en la que una panda de zombis trata de sobrevivir en un mundo de muertos.
El ex “Molt Honorable” y muchos de los que le acompañan en esta ópera bufa, que diría Alfonso Guerra, tienen cada vez más complicado sobrevivir política, judicial -y está por ver si también electoralmente- a semejante esperpento. Una República virtual declarada con un ojo puesto en la calle y otro en las consecuencias penales; una estampida nocturna para un delirante autoexilio; una comparecencia cargada de mentiras y una estrategia que no persigue ya la internacionalización de ningún conflicto, sino escapar de la acción de la justicia.
Después de destrozar la economía, dividir a la sociedad catalana, devaluar sus instituciones y convertirse en un prófugo de la justicia, lo que busca el mesías del independentismo es solo impunidad para sus presuntos delitos.
Es difícil creer que una “hazaña”, desposeída ya de la más mínima épica, cuente con la comprensión de hasta el más abnegado independentista. Se presenten como se presenten a las elecciones del 21-D quienes han formado parte de este irresponsable Govern, serán los mismos que han llevado a Catalunya hasta este desgarrador y tragicómico precipicio.
La escapada a la capital europea de Puigdemont marcará seguro un antes y un después para miles de catalanes que creyeron de buena fe en todas sus mentiras, y por tanto en una Catalunya independiente de la noche a la mañana. Está por ver que los ciudadanos absuelvan en las urnas tanta irresponsabilidad y tanta tropelía de quienes se han convertido ya en un pésimo émulo de la exitosa serie de los muertos vivientes.
Hasta la prensa internacional, tan comprensiva antaño con la causa del procés, se muestra implacable con la charlotada. Tanto, como para concluir que Puigdemont ya es historia y que, tras su sainete belga, no merece la pena siquiera escucharle. Ya solo es merecedor de la chanza y de los memes que circulan por las redes porque, como le dijo el primer ministro belga, cuando alguien llama a la independencia debería quedarse con su pueblo, y no salir en estampida.
Hay que tener mucho cuajo y muy poca vergüenza para seguir con el relato de la violencia de un Estado “opresor”, hablar de déficit democrático y sostener que el objetivo de la fuga es impedir la aplicación del 155 de la Constitución, cuando se anuncia al mismo tiempo la participación en unas elecciones convocadas al amparo del citado artículo y se ha formado parte de un flagrante atentado a los derechos de la minoría parlamentaria como el perpetrado en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre.
Es lo que tienen los muertos, que no guardan recuerdos. Aún quedan los vivos para pedir cuentas, en los tribunales y en las urnas, de lo ocurrido, mientras Puigdemont vaga cual zombi por las calles de Bruselas.