En capítulos anteriores, el Gobierno se conjuró para que no hubiera urnas el 1-O, y las hubo. En capítulos anteriores, Santamaría prometió que el referéndum independentista no se celebraría, y se celebró porque sus servicios secretos no fueron capaces de detectar no una, ni dos, ni tres, ni cuatro, sino 2.000 urnas. En capítulos anteriores, el PP fió a la aplicación del 155 la normalidad de la vida política, y no hay rastro de serenidad en el horizonte cercano ni lejano. En capítulos anteriores, el Ejecutivo coqueteó con la detención de Puigdemont, y no sólo no está entre rejas, sino que se pasea por Europa en clara provocación a la Justicia española. Y en capítulos anteriores, la Moncloa hizo saber que el ex Molt Honorable no sería nunca investido, y ahora ha dejado de decirlo. Por algo será.
El culebrón sigue, y cada capítulo roza el esperpento más que el anterior. Da igual que se ruede la entrega en Bruselas, en Copenhague, en el Supremo o en La Moncloa. Puigdemont va cuatro pasos por delante del Gobierno, de la Justicia y del propio independentismo. Nadie sabe dónde va ni hasta dónde está dispuesto a llegar, ni siquiera esa ERC que además de cambiar de estrategia política ha mutado también de estética. Comparen a Rufián con Torrent y se darán cuenta de que lo de echar el freno va en serio entre los de Junqueras. Tanto que el nuevo presidente del Parlament ha decidido pagarse de su bolsillo el viaje a Bruselas para entrevistarse con Puigdemont para callar la boca a quienes ya le acusaban preventivamente de malversación de fondos públicos.
Lo único cierto de este folletín es que lo previsible nunca nunca ocurre. Y si quien lo prevé es el Gobierno, mucho menos. Prepárense porque que el ministro del Interior diga que ha puesto en marcha un operativo para impedir que Puigdemont se cuele en el Parlament en el maletero de un coche es una garantía de que puede haber investidura.
Puigdemont va cuatro pasos por delante del Gobierno, de la Justicia y del propio independentismo
Si con el antecedente de la nefasta gestión del 1-O, al Gobierno se le ocurre enviar a la guardia civil y a la policía dentro del Palau para detener a Puigdemont, la imagen no sólo dará la vuelta al mundo, sino que es probable que Europa rompa su contenido silencio, y no precisamente para felicitar a Rajoy. De ahí que en La Moncloa ya no hablan de impedir la investidura, sino de que, si ocurre, el Constitucional la anulará con posterioridad.
Si fuera así, Puigdemont volvería a ganar el pulso, y Rajoy tendría un problema grave. Otro más, que sólo podría subsanar con su dimisión o con la destitución de Soraya Escarlata O'Hara como máxima responsable de la carpeta catalana, de la celebración del 1-O y de la fuga de Puigdemont. Por mucho menos, aunque también por la huida de un presunto delincuente, en España hubo un ministro llamado Antonio Asunción que presentó su dimisión. Eran otros tiempos, otra prensa y otra oposición. Y la de hoy no está por la labor de exigir responsabilidades políticas por el desastre catalán. Mucho mejor dar pábulo a un memo integral que ha hecho que Puigdemont bese la bandera de España para grabarlo en vídeo y subirlo a Youtube. Mientras nos entretenemos con un provocador, con ademanes de matón de patio de colegio, nos olvidamos de quiénes son los responsables de que el circo de Puigdemont haya llegado tan lejos.
P.D. Rajoy ya ha elegido por fin nuevo jefe de gabinete. Se llama José Luis Ayllón, hasta ahora era secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, es catalán y es persona de la máxima confianza de Soraya Saénz de Santamaría. Todo en orden.