El 18 de septiembre de 2014 se celebró el referéndum sobre la independencia de Escocia. Este plebiscito pudo convocarse gracias a un acuerdo político entre los gobiernos de Escocia y Gran Bretaña. El sí, con el 45% de los votos, perdió.
En Catalunya durante años oímos discursos sobre la vía escocesa: acordada, dialogada, con las normas pactadas. Un discurso falaz, ya que en Escocia la consulta fue fruto de un acuerdo entre gobiernos que España nunca contempló.
Tras la derrota, Alex Salmond, primer ministro escocés y líder del Partido Nacional Escocés (SNP), dimitió del partido y del gobierno. Vino el Brexit, la covid y el SNP, con nueva líder, se presentó a las elecciones con la propuesta de un nuevo referéndum.
En Catalunya, ya en la gestión de los hechos y del resultado del primero de octubre, el independentismo se dividió, de nuevo. Vino el 155, la cárcel y el exilio. Y consiguió salvar, como se pudo, que el gobierno quedara en manos independentistas.
El resultado electoral que obtuvo el SNP y su propuesta de celebrar un nuevo referéndum de independencia, a un escaño de la mayoría absoluta, ha hecho que el gobierno de la primera ministra Nicola Sturgeon lo proponga para 2023.
El resultado electoral de los partidos independentistas en Catalunya, casi empate técnico, ha hecho que ninguna de las dos estrategias se imponga claramente. Vale la pena leer a lo que se comprometían en los programas, pero para resumirlo: gradualismo/unilateralidad.
Parece que hemos pasado de desear para Catalunya la oportunidad de seguir la vía escocesa a que Inglaterra haya decidido seguir la vía española
Ahora, el Tribunal Superior del Reino Unido ha dictaminado que Escocia no puede convocar un referendo sin el permiso de Londres. Y para los conservadores parecen quedar lejos las palabras de su antiguo líder David Cameron: “Podría haber prohibido el referéndum, pero soy un demócrata”.
Parece, pues, que hemos pasado de desear para Catalunya la oportunidad de seguir la vía escocesa a que Inglaterra haya decidido seguir la vía española. Ante este escenario, ¿qué hará Escocia? ¿Y el Reino Unido? ¿Y la UE?
En su reacción al veredicto del Supremo, Sturgeon subraya que éste urge a las partes a pactar por segunda vez por la vía política. Y ha propuesto que las próximas elecciones británicas sean un referendo de facto.
Esto ya nos es más familiar. También lo es que no todo el nacionalismo vaya unido con la misma estrategia. Alex Salmond, antiguo primer ministro escocés, se mostró contrario a pedir permiso al Supremo y proponer unas elecciones plebiscitarias.
En su momento, Salmond hizo notar a los catalanes que pedían solidaridad que ellos con su tema ya tenían suficiente, que lo de la independencia va de ser reconocido por otros estados y, por lo tanto, molestar a España no estaba dentro de sus planes.
Sin embargo, hay suficientes paralelismos y profundas diferencias como para que el independentismo dedique unos minutos a estudiar qué pasa en Escocia, Reino Unido y en la Unión Europea a partir de ahora.
De entrada, porque será una buena excusa para analizar todo lo que hemos vivido desde octubre de 2017, que a veces parece que no se pueda ni hablar de ello. Pero, sobre todo, porque si tenemos que volver a hacerlo, dispondremos de algunas pistas de lo que se mueve en el escenario internacional más cercano.
Lo que ocurre en Escocia refuerza el discurso de que el procés no ha terminado. Sobre todo si los políticos no desmovilizan a sus bases. No alcanzar la independencia no implica que cese el independentismo. Y menos si es mayoritario en la sociedad.