Por lo visto, la tarde/noche del jueves aparecieron unos sutiles carteles preelectorales, que no reproduciré aquí, obra de algún rutilante dircom, que reclaman echar de Barcelona el Alzheimer con los rostros de los hermanos Maragall, Pasqual y Ernest. El 8-M, la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam, colgó un tuit desfilando delante de una pancarta que llevaban unas chicas jóvenes, sonriendo, que coreaban: "¡Qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar!". Audazmente, vistos los elogios unánimes, lo retiró. Sin embargo, como por desgracia es accesible también en toda la red, no lo reproduciré.
De sobras es sabido que quien está en el espacio público, y más en primera línea política, buscando, día sí día también, el protagonismo para hacerse un lugar en el espectro institucional, está sometido a un escrutinio intensísimo e, incluso, ve reducido el ámbito, por lo general inaccesible, de su vida privada e intimidad del resto de sus conciudadanos. Aun así, las relaciones familiares, los estados de salud o las relaciones de amistad quedan fuera del debate político. A menos de que la persona interesada lo manifieste, es irrelevante su estado civil, su grado de felicidad familiar, su (des)orientación sexual, sus gustos gastronómicos o con quién va al fútbol o al teatro, en caso de que vaya.
Intentar entrar en el debate político denigrando, que es más que insultar, a los oponentes, es propio de estultos. En ocasiones, resulta fructífera la combinación de bajeza moral y estupidez: cuando el denigrado pica y practica la retorsión. Precisamente, la superioridad intelectual y moral es esto: censurar, rebatir, desmontar la ofensa gratuita, burda y denigrante, sin, a su vez, denigrar.
El denigrado lo es porque el denigrador lo ve superior en moralidad e inteligencia, lo sea o no, pero con la denigración le confiere este estatus. Es puro complejo de inferioridad. He ahí la estulticia: rema a favor del contrario.
Intentar entrar en el debate político denigrando, que es más que insultar, a los oponentes, es propio de estultos
Denigrar a Ernest Maragall, burlándose de la terrible enfermedad de su hermano, contra el mejor alcalde de Barcelona, que puso en marcha, cuando todavía era consciente, una fundación para intentar ayudar a superarla, es de una estulticia que bate muchos récords. Victimiza, criminalizándolos, a todos los sufridores de esta enfermedad, a los pacientes, sus familiares y amigos, una enfermedad que cada vez sufrirán —podremos sufrir—, si no cambian las cosas, más y más personas. Victimiza al candidato, cosa que puede, contradictoriamente, darle más impulso ante el cuerpo electoral. O sea que es un auténtico bumerang. A los enemigos de Maragall no les saldrá gratis este chasquido que no pasa de ser una ventosidad sin más, ya que han conseguido la censura general.
Más o menos ha tenido lugar lo mismo con el tuit de Rodríguez. Ciertamente, en las manifestaciones, se lanzan eslóganes de todo tipo, muchas veces para el propio placer y regocijo. En las manis hemos escuchado de todo y hemos leído pancartas con lemas de difícil catalogación como inteligentes o, simplemente, agudos.
Pero una cosa son los manifestantes y otra son los políticos que dan altavoz a los hooligans. Pasan entonces a ser un hooligan más y pierden la condición de políticos como toca. Con la que está cayendo, denigrar a los dirigentes de la extremísima derecha, metiendo por en medio a sus madres, es de una estulticia excepcional. Demuestra, además de favorecer gratuitamente la victimización, que, para ser político, hace falta algo más que haber sido escogido parlamentario o haber sido designado por un alto cargo. Necesariamente, hay que tener suficiente inteligencia y altura moral. Si no es el caso, mejor en casa. La responsabilidad es tanto del seleccionado como del seleccionador. Esto va en grupo, como las cerezas.
En todo caso, el tuit merece una buena dimisión y los carteles, una investigación policial eficiente y el castigo penal correspondiente. Hay que abandonar la política de la impunidad, de la irresponsabilidad gratis total. Sea como sea, unos episodios más que dan la medida de la talla de algunos.