Si el lector ha tenido bastante paciencia para seguir esta última campaña, con un nivel de debates auténticamente inframentales, es normal que tenga la sensación de haber asistido a los comicios menos europeos de la historia. En efecto, el pulso entre Sánchez y Feijóo —que el líder del PSOE tiene ganado de hace muchos meses, con independencia del resultado de hoy— ha hecho que Begoña Gómez y la amnistía de los exiliados catalanes tenga más presencia que el (más que necesario) rearme de Europa en un ejército comunitario o que la política migratoria del Viejo Continente. La sensación es del todo comprensible, pues la hipotética finalización del Procés siempre ha sido un tema netamente europeo: lo era cuando Rajoy perjuró a sus colegas de la Comisión Europea que el artículo 155 restauraría la orden en Catalunya y también cuando Pedro Sánchez se lo volvió a repetir a raíz de los indultos.

La democracia es el problema esencial de Europa, desde que los electores de Francia y de Holanda se opusieron al proyecto de Constitución europea que se firmó en Roma en el 2004 y que la burocracia de Bruselas cerró en falso, aprobando el Tratado de Lisboa sin ningún tipo de apoyo popular. Eso, y no la aparición de la ultraderecha, explica el progresivo desencantamiento de los europeos con su gobierno común, si lo comparamos con el optimismo continental de los años ochenta y noventa. Que hayan emergido políticas aislacionistas que hoy celebrarán la noche con litros de champán no es una buena noticia para los europeístas, pero con la derecha radical del continente pasará como con VOX en España. Hace un lustro, el partido de Abascal apostaba para destruir el sistema autonómico español; ahora que los diputados de VOX tienen las nalgas bien calentitas en los parlamentos del país, ni dios osa discutirlo.

Sea cual sea el resultado de esta noche, el continente todavía tendrá que resolver la ocupación antidemocrática que padecen ocho millones de sus habitantes

Desde que el independentismo pasó de la reivindicación nacionalista a la acción unilateral, con la imposición del referéndum del 1-0, el movimiento se europeizó, en el sentido que Catalunya se puso en el centro del debate democrático. Todos los intentos de pacificar este conflicto (a saber, de ahogar el derecho inalienable de los catalanes a gobernarse como quieran a través de las urnas) fracasarán a la larga. De momento, a diferencia del autismo de Rajoy con Europa, Pedro Sánchez se ha ido camelando lentamente a Ursula von der Leyen a base de una aparente pacificación del problema catalán (la presidenta del continente, a pesar de los ruegos de Feijóo, no ha hablado de la amnistía de los exiliados ni siquiera en los mítines del PP, y no será que no se lo pidieran), sin embargo, a pesar de los esfuerzos del líder del PSOE y la victoria estrecha de Illa en el Parlamento, las aguas todavía no se han calmado lo suficiente para pasar página.

De hecho, la gracia de todo es que —con toda la propaganda progre y europea a favor de Sánchez— Illa no consiguió ganar el plebiscito español a Catalunya. También hay que destacar que el independentismo, a pesar de tener unos líderes absolutamente desprestigiados por su triple moral y su cinismo catedralicio, todavía han conseguido salvar los muebles. A eso ayuda el hecho que, desde 2017 a las últimas elecciones, hay a un millón de independentistas que no hemos cambiado de ideario político, pero que hemos visto claro que con esta generación de líderes no llegamos ni a la esquina. Si los partidos españoles, a pesar de la disputa entre el PP y el PSOE, todavía exhiben o maldicen la amnistía, es porque la cuestión catalana es la única patata caliente que tiene España para ser tratada como una democracia del Primer Mundo. Tenemos liderazgos nefastos, cierto; pero Europa todavía nos mira de reojo.

Basta con leer artículos de López Burniol en casa Godó, en los que defiende una reunificación del bipartidismo en España que conduzca a una estructura federal del Estado, para ver como Catalunya sigue siendo la herida abierta de los españoles en Europa. En este sentido, decía al inicio, estas quizás han sido las elecciones más europeas que hemos vivido y eso ha provocado que los límites cortoplacistas de los candidatos de Puigdemont y Junqueras queden todavía más en evidencia. Sea cual sea el resultado de hoy por la noche, el continente todavía tendrá que resolver la ocupación antidemocrática que padecen ocho millones de sus habitantes. De momento, han puesto parches y se cura. Veremos qué pasa. Dicen que hoy lloverá, así que aprovecharemos el chaparrón que Dios nos regala para quedarnos en casa y admirar como la lluvia limpia el polvo sahariano de la calle.