La sorpresa y el alivio francés se han celebrado como una competición deportiva, sin ser para menos. Salvada la Quinta República, quedan las lecturas con letra pequeña. La lección más importante pasa por un cordón sanitario que sí ha funcionado a pesar de la falta de unanimidad en todas las circunscripciones. La coalición será compleja y la incertidumbre no estará despejada seguramente hasta después del verano. El dique no evita la agenda del malestar adherida a la extrema derecha, con el partido de Le Pen como el más votado (10,7 M), seguido del Nuevo Frente Popular con 9M y Juntos con 7M. El triunfo tampoco significa que Macron tomara una buena decisión. Lo hizo en caliente y, de haber salido mal, habría puesto en jaque a Europa. 

Ha habido responsabilidad en la decisión del desistimiento, la retirada de las candidaturas menos votadas en las circunscripciones donde la izquierda y los de Macron competían. La futura coalición transforma per se el sistema presidencialista francés a parlamentarista. Y en el trazo general, cada vez que se abren las urnas, hay más extrema derecha. Pero también demuestra que cuando los demócratas se organizan, la ultraderecha queda fuera. Solo el error del Brexit o la dejadez del Partido Demócrata para organizar el relevo de Joe Biden es por donde se cuela el populismo de Nigel Farage o la posibilidad de Trump.

También entra la extrema derecha cuando los conservadores se escoran hacia el populismo. En el Reino Unido, el gran triunfador de ese espectro fue precisamente Nigel Farage, que acaba de lograr entrar en Westminster al octavo intento absorbiendo voto conservador. En la foto general, los conservadores asumieron el discurso extremista y les ha llevado al peor resultado del país y del partido. Lo compraron, hasta creérselo. En Francia, en el frente amplio contra Le Pen ningún partido ha tenido la tentación de deslizarse por esa pendiente.

Francia ha sido el freno más contundente a la Europa de la libertad, la igualdad y la fraternidad

El país vecino es el espejo de las contradicciones del PP. Primero, está la de origen, el argumento imposible de tener a los conservadores franceses dentro de la coalición anti Le Pen y pactar gobiernos en cinco comunidades y decenas de ayuntamientos y diputaciones. 

El rechazo a la extrema derecha pasa también por apoyar a Ucrania y al orden europeo como lo conocemos. El hermanamiento soterrado de Le Pen con Putin ha llevado a Vox a dejar a Meloni y pasarse a Patriotas por Europa, la plataforma europea de Viktor Orbán. Lo hizo el mismo día que el primer ministro de Hungría visitaba Moscú. El argumento incómodo del PP pasa por acusar a Carles Puigdemont de supuestas tramas y connivencias con Rusia cuando su socio explícitamente se acaba de ir con ellos en Europa.

Y luego está el mensaje. Starmer acaba de anunciar el fin de las deportaciones a demandantes de asilo a Ruanda y de la inhumana política migratoria de Rishi Sunak, tan contraria al derecho europeo como impracticable. El discurso de Sunak, lejos de triunfar, dio la mayoría a los laboristas. Por contra, el PP se acaba de mover de las “limitaciones” al reparto de menores en la Península a la petición de Miguel Tellado de llevar la armada a la frontera para “protegerla”. Es tan inviable como las ya enterradas medidas de Sunak, pero coloca el mensaje simbólico de convertir al inmigrante en enemigo de quien hay que proteger las costas. 

Las últimas semanas han definido el terreno de juego europeo de los próximos años. Las instituciones europeas, en un Parlamento con fuerte irrupción de la extrema derecha, ha conseguido protegerse y reeditar el trío de conservadores, socialistas y liberales. En Reino Unido, un laborista de gestión y poco ruido priorizará un programa de políticas sociales dejando atrás la peor década del Reino Unido. Francia ha sido el freno más contundente a la Europa de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y todas estas decisiones han pasado por dejar fuera a los ultras. El PP tiene ahora que saber leer el testigo o asumir ser la excepción ibérica en el peor sentido.