El 12, 13 y 14 de diciembre de 1970 ―esta semana hace 48 años― tuvo lugar el encierro de Montserrat, en protesta por el proceso de Burgos, protagonizada por 300 intelectuales catalanes, que fue un hito clave de la lucha antifranquista. La historiadora y militante independentista histórica Eva Serra Puig (Barcelona, 1942-2018) fue una de sus participantes y la rememoró el 15 de marzo pasado en una conferencia en Montserrat, hecha en el marco de los ayunos en solidaridad y de denuncia de la situación de los presos políticos y exiliados, de la campaña Prou d'ostatges!, ahora vuelta a reactivar a raíz de la huelga de hambre de Jordi Sànchez, Jordi Turull, Joaquim Forn y Josep Rull. El Nacional ha tenido acceso al texto inédito de la conferencia de Eva Serra, que falleció el julio pasado. Resulta un testimonio especialmente lúcido de aquel precedente de la Assemblea de Catalunya, que también resulta iluminadora en la situación de represión que hoy vive Catalunya.
A Eva Serra, in memoriam.
El gran encierro de Montserrat (diciembre 1970) y los rehenes del 2018
Por Eva Serra Puig
El año 1970, con el aumento de la actividad de ETA, el estado español desencadenó una feroz represión en Euskal Herria. Uno de los resultados fue el proceso de Burgos del 3 al 9 de diciembre: 16 militantes abertzales vascos fueron juzgados por un tribunal militar acusados de pertenecer a ETA. Se dictaron seis sentencias de muerte y 752 años de prisión. En el transcurso del juicio los militantes se declararon marxistas, leninistas, reivindicaron el euskera, las ikastolas, denunciaron torturas y se declararon prisioneros de guerra de acuerdo con la convención de Ginebra.
El encierro fue una respuesta catalana de solidaridad con un grupo que entonces practicaba la lucha armada de liberación nacional. Actualmente aquella solidaridad puede sorprender y por esta razón pienso que hace falta una contextualización de la época: su pasado reciente (la Guerra Civil y la posguerra) y la dictadura franquista de aquel momento.
Este escrito contiene una contextualización, recuerdos anecdóticos del encierro, un análisis del manifiesto y alguna consideración de contraste con el momento político actual.
La lucha armada de liberación nacional
Hay que indicar que, en aquellas fechas, la lucha armada de liberación nacional no tenía connotaciones negativas. La dureza de la dictadura y las luchas de liberación internacionales, como la de Argelia o la de Cuba, legitimaban determinadas formas de lucha. Entonces, todavía estaba viva la memoria de las luchas antifascistas y antinazis que habían tenido lugar en Europa, sin olvidar a los maquis de los Països Catalans, grupos armados de resistencia que operaron desde 1939 para oponerse a la institucionalización del régimen franquista. En los años cuarenta y cincuenta hubo una intensa guerrilla en las montañas (invasión de la Vall d'Aran en 1944) y una también intensa guerrilla urbana contra vías de tren o, como ejemplo, los talleres del diario La Soli (1946). Desde el catalanismo, el independentismo, el anarquismo y el comunismo existieron formas de resistencia no pacíficas durante unos años con la previsión de que si ganaban la Guerra Mundial los aliados, Franco sería quitado del medio. Por otra parte, en el momento del encierro, la guerra contra Franco hacía una treintena de años que se había acabado y de la Segunda Guerra Mundial sólo hacía veinticinco. Los maquis catalanes habían resistido más allá de la Segunda Guerra Mundial hasta los años sesenta, con sabotajes y actos de represión contra los fascistas. Por ejemplo, Marcel·lí Massana actuó hasta 1951, Josep Faceries hasta 1957, Teresa Pla Massaguer, llamada La Pastora, hasta 1960, el anarquista Quico Sabaté fue abatido en 1960 y Ramon Vila Capdevila Caracremada, en 1963. Eso quiere decir que en el momento del encierro hacía nada más una década del fin de los maquis. Os recomiendo la lectura de la novela La Sega (2015), del escritor y naturalista valenciano Martí Domínguez i Romero, el cual plantea muy bien el drama de las masías del Maestrat entre los maquis y la Guardia Civil. Teníamos muy cerca, pues, que unos desde el comunismo (hasta que Stalin dijo basta en 1948), los otros desde el anarquismo y los otros desde el independentismo (en el caso de Jaume Martínez Vendrell, que sin solución de continuidad pasó de ser un oficial del ejército republicano a plantear la lucha armada de liberación nacional), era una forma de lucha legítima contra la dictadura franquista.
Un segundo hecho que hay que tener presente es que durante el franquismo los movimientos políticos eran clandestinos y las organizaciones políticas no teníamos locales propios. El franquismo había hecho una gran requisada, sólo hay que recordar el local del CADCI (Centro Autonomista de Dependientes de Comercio y de la Industria), el cual se encontraba en la Rambla y que fue incautado y se instaló allí el Frente de Juventudes de la Falange, hasta que ha habido una recuperación parcial compartida con la UGT. Entonces, los grandes espacios de reunión fueron los espacios de una Iglesia progresista. Hay que entender por Iglesia progresista la serie de hechos que demuestran la existencia de una Iglesia antifranquista. Así podemos recordar como ejemplos las declaraciones del abad Escarré a Le Monde el 14 de noviembre de 1963 denunciando la dictadura, cosa que lo llevó al exilio, o la manifestación de curas: unos 130 clérigos con sotana ante la Jefatura de la Via Laietana de mayo de 1966, protestando contra el franquismo. No es extraño, pues, que ahora hablemos de la Capuchinada de 1966, donde se constituyó el Sindicato Democrático de Estudiantes; del encierro de Montserrat de 1970; de la fundación de la Assemblea de Catalunya en la iglesia de Sant Agustí de Barcelona (1971) o de la detención de los 113 de la Assemblea de Catalunya de 1973 en la iglesia de Santa Maria Mitjancera (eran unos 150: mi hermana que iba por el Colegio de Licenciados se libró, haciendo ver que rezaba devotamente). Es más, una Iglesia progresista que tenía también sus miembros más radicales. Así, cuando se produjo el encierro de Montserrat, los monjes más comprometidos ya se habían refugiado en el monasterio de Cuixà (1963).
Mi encierro en Montserrat
Josep Maria Muñoz i Pujol, médico traumatólogo y dramaturgo, ensayista y novelista fallecido en el 2015, con una doble carrera paralela: literaria y de medicina y padre del actual director de la revista L’Avenç, publicaba el 1999 "La Gran Tancada", sobre los hechos de Montserrat de diciembre de 1970. Recomiendo leerlo, así como también recomiendo la lectura, entre otros, de su biografía de Joan Fuster, El falcó de Sueca. Josep Maria Muñoz se sintió atraído por el encierro de Montserrat de 1970 y sé que para hacer este libro se valió de muchas entrevistas, entre ellas la de Rosa Regàs, y recuerdo su presencia en casa para hacer algunas precisiones. Quería sobre todo precisar si había gente de ETA refugiada en el monasterio. Efectivamente, coincidiendo o no, en algún momento hubo. Sé de los contactos de Mentxú Iglesias ya desaparecida, compañera de Iñaki Pérez Beotegui Wilson, también desaparecido.
Yo me organicé para el encierro desde el trabajo. Entonces trabajaba en la Gran Enciclopèdia Catalana, que en aquel momento se encontraba en un edificio de la plaza Artós de Barcelona y donde la movilización de trabajadores a finales de los sesenta había sido importante. Desde un ámbito laboral, pues, ligado a la cultura catalana y no directamente político, subí a Montserrat la tarde del sábado 12 de diciembre con Montserrat Roig, que también trabajaba en la GEC. No es extraño que en Montserrat coincidiéramos Josep Maria Benet i Jornet, la Roig y Jordi Castellanos. El papel de los trabajadores de la GEC era políticamente muy activo.
Del encierro, en primer lugar, recuerdo el frío y las idas y venidas para organizar la intendencia (vasos, platos, cubiertos, sábanas, mantas, comestibles, etc). También como veiamos desde las ventanas a los guardias civiles armados y con capotes pasando más frío que nosotros asediando el monasterio.
El encierro de tres días me permitió observaciones sobre la condición humana: la presencia del miedo de unos cuantos, el afán de notoriedad entre otros, la discreción de la mayoría, el sentimiento de claustrofobia o la necesidad de alcohol de unos pocos. De todo hubo en aquella viña del señor, dentro de la cual tampoco había una armonía universal política completa. Personalmente, me distancié de Josep Maria Castellet, que hacía pocos meses que había activado un expediente de regulación de Ediciones 62, con el cual el periodista Enric Bastardas y yo fuimos las primeras víctimas despedidas. Peor fueron tratados, sin embargo, poco después los trabajadores de la distribuidora de la empresa. Ahora bien, aquellos días del encierro fueron fructuosos en contactos personales. Yo ya conocía a Feliu Formosa. Feliu Formosa pocos meses antes (septiembre de 1970) me había invitado a Terrassa a hablar del hecho nacional desde una perspectiva de izquierdas, donde participé al lado del sólido militante de CCOO Cipriano García, fallecido en el 2015, con una intervención que fue publicada después en Nous Horitzons. Eso quiere decir que el ambiente no era sólo de solidaridad sino de implicación total en la lucha antifranquista, y en aquellas jornadas se profundizó en aspectos sobre la relación entre la lucha nacional y la lucha de clases. Existían las condiciones favorables para hacerlo. Al lado de las horas de conversaciones políticas entre grupos existía, lógicamente, el objetivo preciso del encierro: la denuncia de la represión del franquismo que tenía que concretarse en un manifiesto con el compromiso de todos. Los condenados a muerte eran: Teo Uriarte, condenado a dos penas de muerte y 30 años de prisión, posteriormente fundador y militante de Euskadiko Ezkerra y después del PSE-EE; Jokin Gorostidi, condenado a muerte y 30 años de prisión, posteriormente militó en Herri Batasuna; Xabier Izko de la Iglesia, condenado a muerte y 27 años de prisión, posteriormente fue militante de Euskadiko Ezkerra; Unai Dorronsoro condenado a muerte, posteriormente militó en el Euskadiko Muguimendu Komunista; Mario Onaindia, condenado a muerte y 51 años de prisión, fundador y militante de Euskadiko Ezkerra y posteriormente del PSE-EE; y Xabier Larena, condenado a muerte y a 30 años de prisión, posteriormente fue militante de Euskadiko Ezkerra.
La voz cantante de las reuniones generales del encierro estaba sobre todo en manos de Pere Portabella, afín al PSUC y activo agitador en los ámbitos artísticos e intelectuales. En la asamblea destacó el abogado Josep Solé i Barberà (involucrado siempre en conflictos laborales como defensor de los trabajadores, entonces, por ejemplo al lado de los obreros de Starlux), este era, en aquel momento, abogado de uno de los militantes de ETA procesados. Al cabo de tres días con dos noches, los encerrados y asediados por la Guardia Civil, cuando ya parecía que la Guardia Civil entraría, previa negociación entre los monjes ―con el abad Cassià Just en cabeza― y la benemérita, salimos en fila india por orden alfabético y nos tomaron la filiación a todos. La negociación entre monjes y benemérita consistió en impedir detenciones, si bien no nos escapamos de citaciones y multas. La mía la pagó un tío que lo podía hacer. Estos tres días no habíamos en absoluto estado aislados: a través de los teléfonos la comunicación con el exterior había sido importante. Seguramente quien movió hilos desde los monjes había sido el padre Marc Taxonera, el más politizado de todos.
El Manifiesto merece hacer una lectura analítica: en este manifiesto nos autopresentábamos como intelectuales catalanes (no todos lo éramos) y tenía cuatro puntos:
El primero constataba la falta de democracia y la legislación represiva del Estado más de 30 años después de haber acabado la guerra ―la guerra, pues, todavía estaba en nuestro imaginario colectivo como un punto de referencia―.
El segundo denunciaba un aparato político-jurídico al servicio de una estructura clasista y anacrónica que convertía los hechos políticos y sociales en delito ―¿os recuerda alguna cosa eso con respecto al presente actual?―.
El tercero denunciaba la sistemática aplicación de la tortura y la humillación moral. Cosa también bien presente ahora.
El cuarto denunciaba la falsa unidad española y el derecho político de los pueblos y naciones ignorados y reprimidos, hecho muy presente todavía ahora.
Vistos estos hechos, se consideraban inadmisibles las penas del consejo de guerra sumarísimo de Burgos y que los medios de comunicación tergiversaran la información. El manifiesto pretendía contrarrestarlo afirmando:
- Rechazar el juicio y avalar el trabajo de los abogados defensores y la protesta interna e internacional
- Reclamar que se tomaran las medidas siguientes: 1) dejar sin efecto toda condena, 2) amnistía general de presos y exiliados políticos, 3) derogación de la ley de bandidaje y terrorismo y de las jurisdicciones especiales, 4) abolición de la pena de muerte, 5) establecimiento de un estado popular que garantizara las libertades democráticas y los derechos de los pueblos y naciones y se incluía el derecho de autodeterminación ―fijaos que distinguía entre pueblos y naciones, muy lejos, pues, de las actuales 17 comunidades del "café para todos" y hablaba de autodeterminación, bien lejos del corsé de la Constitución del 1978―
- El manifiesto acababa con una adhesión fraternal al pueblo vasco y sus reivindicaciones "que son las nuestras"
Este papel podríamos decir que concuerda con cosas que pasan actualmente con respecto al poder, pero que los actores de la protesta ya no son los autonomistas sino que es el independentismo. En parte porque la Transición traicionó los principios de este manifiesto, dentro del cual ya se encuentra no solo la aparición de la futura Asamblea de intelectuales sino el origen de la Assemblea de Catalunya (1971) y sus 4 puntos: 1) libertades sociales y políticas, 2) amnistía, 3) Estatut de 1932 como paso previo a la autodeterminación y 4) solidaridad con los otros pueblos del estado español. Con todo, fijaos en que no se dice nada de la monarquía: la ambigüedad se imponía a la espera de la transacción.
La transacción explica que este encierro no tuviera réplica ni en el caso de Puig Antich (1974), ni en el caso del segundo proceso de Burgos de 1975 (con la pena de muerte de dos etarras y tres grapos, sin olvidar a Andoni Campillo, amigo y compañero del etarra ejecutado Txiqui, el cual fue muerto a tiros por la policía en Barcelona el 19 de septiembre de 1975, pocos días antes de las ejecuciones del segundo proceso de Burgos, 27 de septiembre de 1975). No dudamos de que se hicieron llamadas internacionales de emergencia, pero en relación a estos hechos no hubo ningún encierro ni ninguna actuación de resistencia colectiva por parte del eurocomunismo catalán que tenía la hegemonía de la Transición. Si actualmente estamos en aparente punto muerto es precisamente por este trayecto tortuoso de la Transición, denominado por Xirinacs "la traición de los líderes".
Valoración desde el presente
Todo hace pensar que en cuestión de libertades y compromiso de lo que se entendía como artistas e intelectuales hemos retrocedido o hemos avanzado muy poco: desde la ley mordaza y el delito de odio estamos perdiendo libertades. En lugar de encerrarnos en la sede de CCOO, por ejemplo, nos encerramos en Montserrat porque los sindicatos oficiales no están ―o no quieren estar― al día de los hechos actuales; se reclama cínicamente un indulto para una gente pacifista que ni siquiera ha sido juzgada ni condenada y está en prisión preventiva sin el reconocimiento de ser presos políticos, en lugar de exigir el sobreseimiento de estas actuaciones represivas; a la práctica la autodeterminación ha sido liquidada por la izquierda española o españolista. La izquierda estatalista retrocede con respecto a los programas de 1971 y la solidaridad no tiene la anchura social y los compromisos de artistas e intelectuales no son los que desearíamos.
El encierro de 1970 abarcaba un amplio espectro social (con muchas contradicciones, eso sí, que nos tragamos con los resultados que ya conocemos). Ahora no encontramos actitudes contundentes ni entre sectores jerárquicos de la Iglesia catalana, ni entre los estamentos universitarios, ni entre los colegios profesionales, ni entre los estamentos dirigentes obreros. La protesta es civil, pero al margen de estas estructuras, en parte porque estas estructuras se han adaptado a una democracia tronada. El sindicalismo ha dejado de tener obreros de fábricas porque el tejido industrial está en liquidación, la mayoría de fábricas han cerrado en los últimos años. El profesorado universitario y los profesionales viven en precario, los estudiantes trabajan en precario y estudian cuando pueden. Ahora el encierro no tiene aquellas posibilidades y hay que hacer ayunos civiles para obtener un eco muy inferior al de aquel momento, ni la prensa amiga se hace suficiente eco: la autocensura está haciendo mella y nos hace falta el espacio de libertad de Bruselas para hacernos oír con libertad. Ahora no es el momento del autonomismo, que ya ha muerto; es el momento de la República Catalana. No se puede hacer la defensa de los presos fuera de este contexto de lucha independentista republicana. Una defensa de los presos políticos sin política de ruptura es una lucha nacida muerta.