Como puede imaginarse cualquier individuo mínimamente razonable —excepto si tiene una educación sentimental catalana— la cabriola de Pedro Sánchez con la carta de amor a su mujer y el posterior enclaustramiento de cinco días no tienen nada que ver con la regeneración democrática, ni con el sueño de una España poco crispada y con menos fake news por metro cuadrado; de hecho, por no tener que ver, la performance no tiene ni la más remota relación con la denuncia de Manos Limpias ni con la primera dama española. El movimiento del líder del PSOE es doble y tiene conexiones con la política catalana y el nuevo orden mundial. Empezando por la cosa microscópica, esta pequeña epokhé de Sánchez ha permitido virar el sentido de la campaña electoral del 12-M. Hasta hace pocos días, el núcleo político de las elecciones era el retorno de Puigdemont; desde el lunes, el retorno pertenece solo a Pedro Sánchez.

El líder del PSOE ha querido sombrear (la escasa) fuerza que todavía tiene el exilio presidencial con un nuevo tipo de cautiverio: el exilio del amor. En un mundo de infoxicación y de estrés de noticias bomba, marcado por los new media, Sánchez ha hecho algo tan old fashioned —y contracultural— como enviar una carta a los ciudadanos y encerrarse a rezar en compañía de su costilla. A través de un acto tan antiguo como volver a coger la pluma y encerrarse a meditar en compañía de quien más dice amar, Sánchez ha contraprogramado el exilio de los políticos catalanes con un cautiverio impuesto que lo ha llevado a convertirse en el centro emocional del 12-M. En efecto, de hace unos cuantos días, ni dios habla del exilio del 130, ni de la amnistía y ya no digamos de mandangas como la financiación singular. El tema, a día de hoy, es el retorno de un presidente que se ha puesto justo en medio del agujero negro del discurso victimario.

Ya hace mucho tiempo que advertí a los lectores —la mayoría, incrédulos— de que España acabaría procesizándose en el ámbito de la política. El gesto de la primera instancia española no puede entenderse sin Catalunya: el pasado lunes, Sánchez convirtió los comicios del 12-M en unas elecciones plebiscitarias (sobre su persona, ¡faltaría más!) y pasó por encima de los políticos catalanes haciendo uso de un trending topic que estos han sobreutilizado hasta vaciarlo de contenido: con un supuesto feminismo como arma de doble filo, el capataz del PSOE ha desbordado los ríos de ira del procesismo. Lo manifiesta el hecho de que, después de su carta, todo dios se apresurara a recordar el cinismo de la izquierda española con el ensañamiento mediático y la politización de la justicia. La diferencia es que Sánchez lo ha vehiculado a través de una imagen más mortífera: la imagen de una mujer injustamente vejada.

Sánchez ha entendido que el nuevo orden del planeta se dirimirá entre la autocracia y el sentimentalismo

Esto nos lleva a las categorías que urden la trama de la política global. Después de pasearse por medio mundo pidiendo una tregua en Gaza y de estudiar las entrañas de las instituciones europeas, Sánchez ha entendido que el nuevo orden del planeta se dirimirá entre la autocracia y el sentimentalismo. El Viejo Continente ya lleva tiempo tramándose en hiperliderazgos muy fuertes —todos pensamos en Hungría, pero también hay que mirar a Italia— y la política, como marca Estados Unidos, ya ha dejado de centrarse en datos macroeconómicos y va directa a los asuntos estomacales. Sánchez ha visto clara la tendencia y se ha puesto sentimental (mediante una carta en la que, por muy cínicamente que se quiera, centra la chicha en la revolución más fuerte que vive Occidente: el feminismo) no porque quiera a su mujer ni el ideal de un país con más bullanga; lo único que buscaba era ponerse a sí mismo en el centro del debate público.

Evidentemente, hay algunas almas cándidas que han pedido más concreción al discurso sanchista; a saber, medidas específicas que aborden asuntos como la independencia judicial o el límite a las mentiras que publican algunos medios (solo reaccionarios, ¡faltaría más!). Lo que no entienden estos conciudadanos es que Sánchez busca exactamente la cosa opuesta a la concreción y le basta con una imagen tan esclarecedora como una mujer —poderosa y espléndida como él— a la que le entran ataques de angustia cuando los fascistas la imputan mediante una causa justa. El principal damnificado de todo este alehop, como os podéis imaginar, es el líder procesista jefe, Carles Puigdemont, que ha visto cómo Sánchez se le ha comido un tercio de campaña relegándolo a un silencio sepulcral. Lo romperá Sánchez, evidentemente, reivindicando la amnistía en tanto que líder renovado por el exilio amoroso.

Empieza, en definitiva, el plebiscito de Sánchez contra los restos del puigdemontismo. Yo del president 130 no estaría muy tranquilo: como se ha puesto de manifiesto, y así me dijo en una ocasión un antiguo ministro del PSOE, con Pedro siempre es mejor que no entres en un callejón oscuro, porque quien acabará saliendo de ahí es él.