El sondeo del Institut de Ciències Polítiques i Socials (adscrito a la UAB) correspondiente a 2023 sobre la percepción que tiene la población catalana de las dinámicas migratorias contenía un dato que me llamó la atención: en 1992, entre los encuestados que no aceptaban la inmigración, un 55% decía que era porque le quitaban el trabajo a los de aquí; 30 años después, en 2023, este argumento lo apoyaban el 17%. O sea, que en las tres décadas que separan ambas encuestas, la percepción de que los inmigrantes roban el trabajo a los de aquí se ha reducido en dos terceras partes: la inmigración no se percibe tanto como una competencia por los puestos de trabajo. Actualmente, el primer motivo que aducen los que no aceptan la inmigración es que los inmigrantes no aceptan nuestras costumbres, pero este ya es otro tema.

Relacionado con la inmigración y los puestos de trabajo, aprovechando que se acaban de publicar los datos de la EPA (Encuesta de población activa) correspondientes al segundo trimestre de este año, he pensado que sería oportuno mirar cómo ha evolucionado la presencia de trabajadores extranjeros en el mercado laboral catalán. La EPA se publica desde 1964 y se elabora sobre la base de una muestra de 60.000 familias, de modo que es muy representativa, inclusive a nivel de comunidades autónomas. En el caso de Catalunya, el Idescat publica un contenido muy detallado y extenso cada trimestre.

En un tiempo como el actual, en el que la economía catalana viene creciendo a ritmo alto y las afiliaciones a la Seguridad Social registran valores récord, ¿en qué punto se encuentra la presencia de trabajadores extranjeros y cómo se compara con los datos de las últimas cuatro décadas, tomando el periodo de diez en diez años?

Situémonos en el segundo trimestre del lejano 1984. En Catalunya había 1,8 millones de personas ocupadas, de las que 9.000 eran extranjeras, por lo tanto, porcentualmente significaban un 0,5%. Diez años después, en 1994, el número de ocupados había crecido en 300.000 personas, para situarse en los 2,1 millones, de los que 12.000 eran extranjeros, de forma que la proporción de ocupados extranjeros se mantenía en un nivel muy similar al de 1984, testimonial.

Aunque cuestes de entender, este proceso se ha producido con unos niveles de paro que en cualquier país desarrollado serían de escándalo

En 2004, la población ocupada suma un millón de personas con respecto a 1994, para situarse en 3,1 millones en total. Pero en este punto del tiempo, los trabajadores extranjeros —que se habían mantenido en el 0,5% de los ocupados— pasan a representar el 11%, tras incorporar a más de 300.000 personas adicionales.

Diez años después, en 2014, las cifras eran relativamente parecidas, tanto del total de ocupados (habían bajado un poco) como de extranjeros (habían subido un poco). Sin embargo, situados a fecha de hoy, las cifras se han disparado. Ha aumentado todo, y mucho: la población ocupada es ahora de 3,8 millones de personas y los extranjeros escalan hasta los 762.000, un 20% del total de ocupados.

En resumidas cuentas, las cifras de empleo en la Catalunya actual —comparadas con las de hace cuarenta años— han experimentado un crecimiento increíble, puesto que hay más de dos millones de personas ocupadas más, un aumento superior al 100%. Y a diferencia de lo que había ocurrido en procesos de crecimiento anteriores, en los que se combinaba crecimiento demográfico interno con inmigrantes de nacionalidad española, la novedad ha sido la irrupción con fuerza de la inmigración extranjera, que, de acuerdo con la Seguridad Social, representa más del 15% de los afiliados en la agricultura, la construcción, el comercio, el transporte y almacenaje, la hostelería, la información y las comunicaciones, las actividades profesionales y los servicios del hogar.

Aunque cuestes de entender, este proceso se ha producido con unos niveles de paro que en cualquier país desarrollado serían de escándalo: entre el 9 y el 10% de la población activa en 2024 y 2004, y (¡cuidado!) de más del 20% en 2014 y 1984. Un cóctel del sistema de protección social, de baja natalidad, de envejecimiento de la población, de crecimiento en actividades atractivas solo para extranjeros —incluyendo salarios bajos—, todo ello, en una sociedad abierta y en un país sin ninguna competencia política en inmigración. Esto es lo que hay.