El argumento ad hominem es aquel que se utiliza para dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de la misma. Dicho de otra manera: se trata de criticar un posicionamiento o idea por quién la defiende. De esta manera, damos por hecho que esa persona sería incapaz de decir algo con sentido, algo con lógica o un mínimo de veracidad.
La falacia ad hominem se estructura de la siguiente manera: A afirma B. A puede ser cuestionado (o se supone que puede ser cuestionado). Por lo tanto, B es también cuestionable.
Este tipo de falacias son muy utilizadas en cualquier ámbito. "Si lo dice fulano, tiene que ser mentira". De hecho, se puede llegar a construir una imagen de "fulano" a base de mentiras, para dar a entender que es una persona de poca credibilidad. Y en base a ello, montar todo un sistema que intente desmontar cualquier cosa que diga.
Conozco bien esto de lo que hablo porque en política se utiliza muchísimo: lamentablemente la dinámica de los partidos políticos se ha instalado en no admitir absolutamente nada de lo que propongan los otros, precisamente por ser "los otros". Solamente se le puede dar la razón a "los socios" y "al enemigo, ni agua". Una merma en un sistema que de democrático tiene muy poco pues se atrinchera en estereotipos donde al final, pasa lo que está sucediendo con demasiada frecuencia: dirigentes políticos que, en confianza te dicen estar muy de acuerdo con un argumento de otra formación, pero que no pueden defender públicamente "porque su partido no lo permitiría".
Caemos aquí en el problema de la representatividad de sus Señorías, de la "disciplina de partido", de cercenar la libertad de un individuo que debe plantear debates públicos y escuchar a la sociedad —especialmente a quien le ha votado—. Haber generado esta retórica al final acaba por asfixiar el debate político y generar una polarización insoportable. Lo que menos importa son los argumentos, las propuestas, los hechos: lo que importa es generar bandos, tirarse piedras para que así los contrincantes queden diferenciados. Y lo cierto es que eso no es lo que representa a la sociedad, donde todos tenemos amigos, compañeros de trabajo, familiares que piensan muy diferente a nosotros y con los que solemos llegar a puntos de encuentro (si somos mínimamente civilizados). La política ha creído encontrar en ese modus operandi la clave del juego y de esta manera se aseguran su sillón. Hasta que vienen las necesarias alianzas, donde al socio se le defiende aunque diga que la Tierra es plana. Lo de menos, en definitiva, es la honestidad de afrontar un debate sin estereotipos, prejuicios y sin ganas de perderse un detalle. Lo importante es salirte con la tuya, sea lo que sea que realmente estés poniendo sobre la mesa.
De la política esto se ha trasladado hace unos años a los medios de comunicación, donde los debates fabricados en las tertulias buscan precisamente una bronca desmesurada en la que se penaliza poder llegar a puntos de encuentro. Lo digo con conocimiento absoluto de causa porque más de un "toque de atención" me he llevado por estar de acuerdo en algunas posturas (aunque fuera parcialmente) con mis "adversarios" de mesa. La bronca, el grito, la interrupción para no poder presentar los argumentos de manera tranquila, sosegada y llegar a poder establecer acuerdos es la clave de la socialización que a través de las "tertulias" se ha implantado. Todo esto ha generado un clima tan insoportable, que resulta imposible plantear dudas, hacerse preguntas, intentar hallar respuestas. La gente se atrinchera en su postura sin querer saber absolutamente nada de lo que pueda estar planteándose desde otra perspectiva. Y esto se mire como se mire no es sano: ni para uno mismo ni para la sociedad en la que vive.
Las redes sociales han venido a generar aún más polarización: la limitación del espacio para poder expresar una idea, la posibilidad de esconderse tras el anonimato para insultar porque sí, hacer ruido y destrozar a quien no piensa lo que tú quieres que se piense es una práctica que está terminando por destrozar un canal que podría ser un lugar de debate constructivo. Aparecen también en escena, en los últimos años, esas empresas que se arrogan el poder de decirnos lo que es verdad y lo que es mentira. "Los verificadores", que como si fueran un oráculo, ellos se encargan —supuestamente— de masticarnos la información. La idea puede resultar en un momento atractiva: "ante la proliferación de información falsa, alguien tiene que dilucidar y hacer un servicio público que aclare a la ciudadanía qué es lo que puede creerse". Ese sería más o menos el razonamiento que justifica la aparición de este tipo de "herramientas". Sin embargo, al tratarse de empresas privadas, ser ajenas a los intereses de quienes los financian resulta difícilmente asumible. Basta con estar más o menos informado de un asunto concreto como para comprobar que "las verificaciones" hacen aguas por todas partes. Suelen tener titulares muy atrevidos del tipo "No, tal cosa es un bulo" para después en el cuerpo de la pieza descubrir que en la mayoría de los casos no queda tan claro ni queda demostrado eso que afirman. Pero da igual: porque la mayoría de la gente no tiene tiempo ni ganas de profundizar, por lo que con el titular les sirve para poder utilizarlo cuando alguien les venga a comentar sobre la cuestión.
Estos verificadores, que trabajan en algunos casos para empresas como Facebook, se encargan de señalar en piezas informativas (o presuntamente informativas) si son falsas, o parcialmente falsas, llegando a establecer una especie de "aviso" en la red social, limitando incluso que los usuarios puedan compartirlo. Lo hacen muy frecuentemente, suelen enfocar hacia un tipo de medios o hacia un tipo de personas. No lo hacen con otros medios ni con otro tipo de personas (cuando la información que producen en muchos casos debería también someterse a algún tipo de filtro). Hay pues, "bandos". Y suelen hacer uso, con mucha frecuencia de la falacia ad hominem, algo que cuando uno quiere ser riguroso no debería utilizar jamás.
Lo que termina sucediendo es que en algún momento se encuentran con alguien que no está dispuesto a que destrocen su credibilidad, su trabajo y a que censuren la información que presenta. Así fue como el British Journal of Medicine, una de las publicaciones más prestigiosas en el ámbito científico tuvo que denunciar públicamente que Facebook, junto a sus verificadores, habían etiquetado un trabajo de investigación como "información falsa o parcialmente falsa". El cabreo de los editores fue, lógicamente, monumental y publicaron un escrito para decir "basta", para sacar los colores a estos "verificadores" que no tienen ni idea en la mayoría de los casos de lo que hablan, y que se creen dioses de la verdad como para ir pisoteando el trabajo de otros de una forma bastante torticera.
Porque, hablemos claro: noticias mejorables hay infinitas al día. Pero noticias "falsas" no hay tantas. Quiero decir con esto que toda pieza puede ser susceptible de ser revisada con lupa, de sacarle punta hasta la extenuación y de buscar en ella una tacha. Sin duda, la profesionalidad siempre está marcada por quienes hacen una labor escrupulosa, y suelen tener en cuenta los múltiples factores a la hora de redactar un escrito para publicar. Pero también es sencillo reventar a una persona intentando cuestionar cada pieza que escribe, o a un medio en concreto, o a una empresa o a una organización. Bastaría en este caso que la persona en concreto, el medio, la organización estuvieran informando sobre algo que deja en evidencia a un tercero poderoso para que la maquinaria de la "verificación" se pusiera en marcha. El artículo que pretendían dar por falso los verificadores, publicado por el BJM hacía referencia a los fallos en el proceso de análisis de las vacunas de Pfizer contra el COVID-19. Un trabajo elaborado, con investigación, pruebas e incluso denuncias ante la FDA americana. Un trabajo que dejaba en evidencia a la gran farmacéutica.
Poner en duda la seguridad del procedimiento es algo que no gusta en un clima en el que hay mucho en juego: en el que han participado gobiernos, en el que se han invertido miles de millones de dinero público, y en el que, dicho sea de paso, los grandes fondos de inversión como BlackRock se han dedicado a adquirir participaciones tanto de las farmacéuticas creadoras de estas vacunas como de los medios de comunicación que tienen que hablar de ellas. Black Rock adquiere gran parte de las acciones de PRISA hace un par de años, así como invierte en Mediaset (Cuatro y Telecinco), y AtresMedia (Sexta y AntenaTres). Y lo hace al tiempo que invierte en Pfizer y Moderna, por ejemplo. Estos medios de comunicación tienen a su vez ramificaciones que derivan en otras empresas entre las que se encuentran algunas de las "verificadoras" que nos dicen si lo que publican determinados medios o determinados científicos es "verdad o mentira". Sería como si una gran empresa de comida basura invierte una millonada en financiar a un "experto" nutricionista para que explique a los potenciales clientes que comerse una hamburguesa de esa marca aporta nutrientes esenciales y es buenísima para la salud. ¿Es ético? No. ¿Le importa a alguien? Pues parece que tampoco.
Estos medios de comunicación tienen a su vez ramificaciones que derivan en otras empresas entre las que se encuentran algunas de las "verificadoras" que nos dicen si lo que publican determinados medios o determinados científicos es "verdad o mentira"
Esta semana leíamos en La Vanguardia que los médicos españoles son los que más dinero reciben de la gran industria farmacéutica. Les financian participación en congresos, dando charlas, estudios e investigaciones. En definitiva, ponen la pasta para convertirles en "expertos", mientras que la investigación pública está en pañales. Señalaban en La Vanguardia que una de las razones principales es precisamente esa: la paupérrima situación de la Sanidad española, los bajos sueldos de los médicos y del personal sanitario en comparación con otros países, que es precisamente lo que abre la puerta a que las industrias puedan meterse hasta la cocina.
Evidentemente, a nadie se le escapa que, si quieres que cuenten contigo para ir a dar una conferencia para la que te pagarán todos los gastos y posiblemente varios miles de euros por tu intervención, te pensarías dos veces el hablar mal de esa compañía o de sus productos. Y para entender el vínculo que se crea existe la declaración del "conflicto de intereses", que puede encontrarse (con ganas y tiempo) en algunas páginas web de transparencia donde aparecen los nombres de los profesionales que han recibido algún tipo de financiación por parte de estas compañías. Son miles. De estos conflictos de intereses no se habla cuando aparecen determinados "expertos" en las televisiones para hablar de productos de esas compañías; tampoco hablan los verificadores, que son empresas que forman parte del conglomerado de los medios que se sustentan por los mismos accionistas que las industrias farmacéuticas.
Precisamente a quien se dispara, generalmente con argumentos ad hominem es a aquellos que ni participan en esos congresos, ni son considerados "expertos" por la industria de turno. Se les persigue, se les difama, se les intenta desacreditar personalmente en lugar de presentar datos fiables que contrasten lo que plantean. De todo esto hay información oficial, datos, denuncias. Pero evidentemente los grandes medios, una vez más, no tienen especial interés en hacerlo público. Valga como ejemplo una simple anécdota: hasta que Black Rock apareció como potente accionista, algunos de los medios citados se referían a esta firma como "fondo buitre". Ahora se refieren a ellos como "fondos de inversión".
Estos tiempos de pandemia, donde los intereses evidentes económicos se están sacando de la ecuación, está sirviendo para hacer una persecución desenfrenada de personas que se atreven a decir que hay cosas que no se están haciendo bien. Profesionales del ámbito de la medicina que viven con angustia al no poder decir abiertamente lo que están viviendo; profesionales del ámbito científico; del mundo de la comunicación. Todos los que de alguna manera estamos intentando denunciar las irregularidades que se están cometiendo estamos sufriendo un verdadero acoso, una difamación continua que pretende tirar por tierra nuestro trabajo, que busca y rebusca el detalle ínfimo para tratar de deslegitimar lo que realmente estamos denunciando: una vulneración sistemática de derechos de toda la ciudadanía, una compra de las voces y los medios para difundir un mensaje sesgado, una puesta en peligro en muchos casos de cuestiones fundamentales de la ciudadanía en su conjunto.
El atropello está siendo de tales dimensiones que resulta una lucha similar a la del pequeño David contra Goliat. Tratar de dar voz a los que son perseguidos, difamados o silenciados acarrea consecuencias incómodas. Lo fácil es seguir la corriente, ¿pero es ético? Evidentemente no. Pero la mayoría no se lo plantea. Poco a poco vamos viendo como las mentiras se derrumban. Cómo algunos se subirán al carro de "yo ya lo sabía" y cómo el machaque y la injusticia cometida por tantos que usan los argumentos ad hominem pretenderán quedar impunes. Una vez más. Dormir con la conciencia tranquila es lo que para algunos importa. Obviamente, para eso hay que tenerla, claro. Y cuando se esta se vende, uno se queda sin ella.