El señor Alejandro Fernández, el líder del PP en el Parlament, sigue dando lecciones morales a diestro y siniestro. En la última entrevista —un masaje periodístico, por cierto— no le formularon la pregunta que yo haría a un pepero catalán: "¿Me puede explicar por qué vota o es militante de un partido catalanófobo?". Y sin un periodista incisivo, el señor Fernández siguió adoctrinando moralmente a todo el mundo y justificándose. Resulta que sus padres salieron de las montañas asturianas el año 1974 y se instalaron en Catalunya. La madre era pobre y comunista, el padre era pobre pero muy de derechas y franquista, sospecho, y el niño, nacido en Tarragona, quiso agradecer a la tierra que los había salvado de la miseria afiliándose a los 18 años a un partido catalanófobo como el PP, antigua AP. Gracias, señor Fernández, pero haga de sus lecciones morales relleno para un cachopo.

Hoy ya vuelo hacia Barcelona y me da mucha pereza volver a lidiar con impresentables como el señor Fernández y la constante sensación de que Catalunya vive entre una ficción nada poética y una realidad muy prosaica. Cuando me marché, Salvador Illa todavía no era president de la Generalitat, y ahora, convertido en el president Illa, se ve que ya no disimula tanto el acento catalán cuando habla en castellano, un ejercicio agotador, este de disimular el deje vallesano, porque el truco de conseguir el acento neutral consiste en apretar el ojete y poner boca de piñón. El president Illa lo tendrá difícil para gobernar, pero el sufrimiento va incluido en un sueldo que no le envidio. Los Comuns, otros que se pasan la vida aleccionando moralmente a los díscolos a la patria woke, ya amenazan con hacer caer al nuevo president si no cumple con lo establecido en el pacto de investidura. El problema de los Comuns es que se han acostumbrado a la vieja política y se les ve el plumero —el amor al cargo y la paguita— y entre amenaza y genuflexión, van perdiendo diputados en el Parlament. Si la memoria no me falla, llegaron a ser nueve, ahora son seis y en las próximas elecciones puede ser que lleguen al Parlament montados en una moto con sidecar.

Recuperando la figura de Fernández, este viaje me ha despertado la memoria nostálgica. El verano de 1975 vine a Grecia por primera vez con mis padres y volvimos al año siguiente acompañados por Francesc Artigau, Dolors Puig, Glòria Vilardell, Miquel Sanchis y Anna March. Yo era el único menor del grupo, pero con su alegría, me condicionaron mi futura pubertad y juventud. Se bebía mucho y fumaba mucho más en aquellos años, y entre el primer viaje y el segundo, murió el Generalísimo, enterraron a la momia en el Valle de los Caídos a ritmo de marchas militares y empezó aquello que tanto gusta a Fernández, la Transición que nos dimos entre todos, una época ignominiosa en que se perdonó a una oligarquía franquista que, por un abracadabrismo muy ibérico, se hizo demócrata de toda la vida. Un criminal de estado como Fraga fundó un partido en el que, mira por dónde, se acabaría afiliando Fernández, quien va repartiendo lecciones morales en entrevistas blanqueadoras.

Los herederos del franquismo tienen una capacidad innata de falsear la verdad y hacer creer al otro que está mintiendo

Los herederos del franquismo tienen una capacidad innata de falsear la verdad y hacer creer al otro que está mintiendo. Es la costumbre heredada de tener siempre la razón. Primero por decreto y garrote vil, y, a partir de 1978, por una constitución escrita, entre otros, por Fraga y controlada a corta distancia por militares de gatillo fácil. Fernández habla un catalán bastante mediocre para ser una víctima de la inmersión lingüística. Alguien se lo tendría que decir. Y alguien le tendría que remarcar que siete años después del atentado yihadista de la Rambla de Barcelona es ilícito que todavía no se sepa a ciencia cierta qué papel tuvieron las cloacas del Estado peperas en la masacre barcelonesa. Hay muchas dudas de la autoría y del laissez faire estatal, y si se trata o no de un caso de falsa bandera. Al señor Fernández, en su papel de portador excelso de la moral patriotera constitucional, le tendría que preocupar un poco la incógnita, aunque, detrás de una persona que se congratula de ir siempre con la verdad por delante, suele haber un gran manipulador.

Casos de falsa bandera ha habido muchos. Uno de los más famosos fue la aniquilación de 21.000 militares e intelectuales polacos el año 1941 en el bosque de Katin. Los asesinaron los rusos por orden de Stalin y con el lameculos de Beria dirigiendo la matanza, y utilizaron armamento que usualmente utilizaban los miembros de las SS para desorientar a los aliados. Muchos años más tarde, descatalogados los documentos, se supo que los perpetradores de la masacre no habían sido los alemanes.

También sucedió un caso de falsa bandera con el intento de asesinato de Juan Pablo II por parte de Ali Agca. Que Brézhnev despreciaba al Papa era vox populi, y la animadversión sirvió para dirigir la opinión pública contra la URSS como supuesta urdidora del atentado. Se habló de la trama búlgara, pero sorprendía que Agca, un miembro de una organización ultraderechista turca llamada Lobos Grises, estuviera en nómina del KGB. Y ante las dudas, surgieron las voces que consideraron el intento de magnicidio del pontífice como un atentado de falsa bandera, enmarcado dentro de una operación llamada Gladio, en la cual estaban involucradas la CIA y organizaciones de extrema derecha europeas con una lista de personajes relevantes de la Europa Occidental como objetivos con el intento de crear el caos y cargarle el muerto a la URSS, con la OTAN, como siempre, preparada para mover ficha.

Y volviendo a una supuesta falsa bandera españolísima, una pregunta para el señor Alejandro Fernández: ¿sabe algo más del atentado de Barcelona? Con entrevistas de pacotilla no sacaremos el quid de la cuestión. Quizás, si hurgamos un poco más, conseguiremos que se le caiga la cara de vergüenza cuando intente dar lecciones morales siendo el líder catalán de un partido corrupto, catalanófobo y especialista en manipular la realidad. Como diría otro Fernández, también asturiano y más facha que Fraga: "Chatín, ¿pero qué me estás contando?".