Resulta muy sintomático que el cambio más relevante urdido por Carlos Mazón en su gobierno desde la catástrofe de la DANA sea la destitución de la antigua consellera de Innovació, Indústria, Comerç i Turisme Nuria (sic) Montes. Escribo esto porque Montes se ha convertido en la cabeza de turco principal del president valenciano, no por su contrastada incompetencia (compartida por él mismo y por muchos otros consellers del gobierno del País Valencià), sino escudándose en su falta de empatía hacia las víctimas de la gota fría. Como recordará el lector, esta señora (hasta ahora desconocida) irrumpió en nuestras vidas luciendo un rostro funcionarial mientras pasaba a la historia por aleccionar a los conciudadanos diciéndoles que no podían ver todavía los cadáveres de sus familiares, que tenían que esperar la llamada del juzgado y, como cadencia final, que hicieran el favor de quedarse en casa.

La política tiene cierta ironía trágica porque, de todas las barbaridades que se han oído estos días a raíz de la DANA, las declaraciones de la señora Montes no se llevan la palma. Resulta bastante lógico que, durante el primer estallido de la tormenta, con el consiguiente caos y el gran número de hipótesis sobre el total de víctimas (la mayoría de las cuales se han contrastado como exageradas) la administración quisiera efectuar el recuento de desaparecidos del modo más ordenado y seguro posible, facilitando el trabajo de los forenses y, a su vez, evitando que el depósito de cadáveres provisional de la Fira de València se convirtiera en un pasillo de familias en busca de su fallecido (o de personas que buscaban a algún desaparecido). De hecho, como dijo ella misma en un comunicado posterior, el procedimiento lo había dictado el comandante de la unidad de emergencias que custodiaba todos los cuerpos.

Ya lo sabéis, gobernantes: podéis gestionar como el culo, pero si tenéis pretensiones de mantener la silla, haced el favor de parecer afectados

Pero la posible incompetencia, insisto, es un mal mucho más excusable que la falta de empatía. En el vídeo que citaba ahora mismo, el futuro cadáver político cambiaba la cara de taquilla funcionarial para declarar, con una cara de afectada digna de una escuela dramatúrgica de extrarradio, que ella también era "sufridora del dolor de todos los que hemos podido perder a un familiar o a un amigo en esta tragedia”, para concluir lamentando “que mis palabras hayan estado faltas de esa empatía y sensibilidad en estos momentos duros que todos estamos viviendo". La cosa tiene guasa, ciertamente, porque la incapacidad ejecutiva de esta señora (que no niego en ningún momento) no llega a la suela del zapato de un president que tuvo la brillante idea de alargar los postres durante la tragedia y de escudarse en un hipotético almuerzo para permanecer incomunicado, como si un alto mandatario no tuviera que estar disponible a todas horas.

Es una cuestión curiosa, esto del frenesí de los seres humanos por la empatía. Quien lo sabe perfectamente es su majestad Letizia, que complementó el accidentado paseo de su marido por Paiporta asegurándose de que las cámaras de televisión de todo el mundo la vieran llorar (la reina, hay que reconocérselo, tiene una pericia comunicadora muy superior a la de la mayoría de mandatarios españoles). Los más veteranos de la política recordarán aquella mítica performance que se regaló el antiguo canciller alemán Gerhard Schröder, quien —durante unos aguaceros bastante graves en Baviera— se calzó botas de agua y camisa corta para enfangarse un poco como si fuera un voluntario más, una representación que le otorgó la victoria en unas elecciones generales que tenía perdidas contra el democratacristiano Edmund Stoiber. El teatro no tenía nada que ver con la gestión, era una simple forma de rebajarse para excitar el sentimentalismo.

La primera víctima política de la DANA la ha causado la falta de cintura empática. Con respecto a la gestión, Mazón se ha limitado a eso tan español de contratar a un general para que le reconstruya las barriadas y a mantener a la mayoría de cargos de su administración. Ya lo sabéis, gobernantes: podéis gestionar como el culo, pero si tenéis pretensiones de mantener la silla, haced el favor de parecer afectados o, en su defecto, pagaos una buena escuela de teatro especializada en catástrofes.