El gobierno de Pedro Sánchez diseñó la primera —y por este motivo todavía más determinante— gran votación del curso político como una trampa, una telaraña diseñada para atrapar las voluntades de sus aliados de la investidura. Así, recurrió al decreto-ley, a tres concretamente, y los convirtió en una auténtica macedonia cargada de frutas de diferentes tamaños, colores y olores. El objetivo era que, al no poder distinguir peras de manzanas, o plátanos de fresas, los potenciales aliados se lo tuvieran que tragar todo junto, de una cucharada y sin aspavientos. Si no aceptas eso o aquello, impedirás que la pensión de los jubilados o el subsidio de los parados suba. Es una especie de chantaje político más viejo que andar a pie.
En segundo lugar, arrastrado por una autoconfianza que demasiadas veces se convierte en fanfarronería y temeridad, el ejecutivo de Sánchez preparó dichas medidas sin negociarlas antes con sus posibles socios, confiando en que, al final, se echarían atrás. "No tendrán huevos", me parece oírles decir. Se trataba no solo de plantear tres decretos-ley mezclando todo tipo de medidas, sino también de servir la macedonia una vez ya hecha, sin que los comensales tuvieran opción de decir nada. Hechos consumados. O te lo comes tal como está o lo dejas, tú mismo ("No tendrán huevos").
El episodio de los decretos-ley tendría que servir al gobierno PSOE-Sumar para dejar atrás las trampas y la fanfarronería, y aprender a hacer las cosas de otra manera
De esta operación, Sánchez ha salido escaldado, aunque solamente a medias. Pero el precio que ha tenido que pagar por su exceso de altanería, al menos sobre el papel, es importante (tendremos que ver hasta qué punto los acuerdos se acaban materializando, y cómo). Carles Puigdemont y Junts, por su lado, además de conseguir hacer mover al PSOE en algunas cuestiones —las competencias en inmigración son, de largo, el tema más trascendente—, han conseguido no poner en riesgo la amnistía, que es la fundamental para la formación independentista, facilitando la aprobación de dos de los tres decretos. El tercero, obra de Yolanda Díaz, ha sido rechazado gracias a los votos contrarios de Podemos.
Justamente a Díaz le debemos la conclusión del día. "Es muy difícil gobernar así", resumió desolada. Tiene razón. El episodio de los decretos-ley tendría que servir al gobierno PSOE-Sumar para dejar atrás las trampas y la fanfarronería, y aprender a hacer las cosas de otra manera. Porque las cosas han cambiado. La trepidante partida de póquer que se vivió el miércoles tendría que ser una lección para que Sánchez —en primer lugar— y sus socios parlamentarios adoptaran otra actitud. Hablando y negociando antes, cuando se preparan las medidas, y absteniéndose de ponerse continuamente los unos a los otros entre la espada y la pared. Si la forma de hacer no varía, los riesgos que se produzcan accidentes y accidentes dramáticos son demasiado grandes. Si la izquierda y los soberanistas catalanes y vascos quieren salir airosos, tienen que encontrar una metodología adecuada para evitar espectáculos como este último. Si no, se estrellarán pronto.
Entre los damnificados, además de Yolanda Díaz y Sumar, víctimas de la vendetta de Podemos, está el PP —incapaz de entrever la salida del laberinto en el que se ha metido con el Minotauro Vox—, pero también el PSC de Salvador Illa y ERC. Los republicanos, que habían dado con antelación su sí a Sánchez, perdieron el miércoles unos cuantos metros en su carrera agónica con Puigdemont.
De nuevo, los de Junts consiguieron aparecer ante la opinión pública como los negociadores verdaderamente "duros" con el ejecutivo central, en contraste con una Esquerra supuestamente más blanda. A los de ERC les va en contra el contexto, es decir, su largo historial de acuerdos y alianzas con los socialistas, de un lado, y también su sintonía ideológica con el PSOE en tanto que los dos se ubican en la izquierda del espectro. Junts, en este apartado, hace bandera de su accidentalismo en cuanto al color del Gobierno. Este accidentalismo, característico del centro y centroderecha catalanista —desde Cambó a Mas—, viene a señalar que da igual quién gobierne en Madrid, si las derechas, las izquierdas o el centro: lo importante es qué políticas hace y, por encima de todo, qué políticas hace en relación a Catalunya.