Todo apunta a que las elecciones de hoy en Alemania darán paso a una nueva coalición de cristianodemócratas y socialdemócratas, pero el partido que experimentará un mayor crecimiento en voto popular será Alternativa por Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que, duplicando su representación en el Bundestag y situándose como alternativa parlamentaria, liderará la oposición. Según todos los sondeos, crece la coalición de derechas CD/CSU y la AfD y caen los socialdemócratas, los Verdes y los liberales, así que no es una barbaridad sugerir que algunos votos de la izquierda se van a la extrema derecha.
En Francia, hace ya tiempo que la alternativa de Poder es el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. Es la alternativa y algo más, dado que el primer ministro, François Bayrou, gobierna con su permiso, después de que el grupo de la extrema derecha lo haya mantenido en el cargo impidiendo que prosperen las repetidas mociones de censura de la Francia Insumisa. Y tiene su lógica, dado que las políticas de Macron y Bayrou son aún más conservadoras que las de sus predecesores.
En Italia, en los Países Bajos, en Polonia, en Hungría... la extrema derecha vuelve a irrumpir en el escenario político europeo, espoleada por la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y también por las maniobras del líder ruso, Vladímir Putin. La extrema derecha ya no es un fenómeno coyuntural. Ha vuelto para quedarse con un nuevo orden mundial distinto a los anteriores, en el que Europa, como se ha visto esta semana respecto a una guerra tan cercana como la de Ucrania, no tiene una sola voz y, por tanto, es incapaz de ejercer como sujeto político. Sin influencia global, la prioridad de los gobiernos europeos, todos abstraídos con complicados problemas internos, será encerrarse en la disputa del poder doméstico. También en España y por supuesto en Catalunya.
El choque cultural, la colisión religiosa y el conflicto social corresponde a los poderes públicos gestionarlos pensando en todos, en los inmigrantes y en los autóctonos que hasta cierto punto pueden sentirse amenazados, al menos, en sus valores. Sin el trabajo del Imán, Silvia Orriols no sería hoy alcaldesa
En España, pese a los líos internos del partido que lidera Santiago Abascal, Vox sigue escalando posiciones. Circula algún análisis de tendencias que asusta sobre todo al Partido Popular si, como todo el mundo prevé, Pedro Sánchez y Carles Puigdemont mantendrán viva la legislatura española hasta 2027. A corto plazo, Vox se consolida como tercera fuerza parlamentaria. Sin embargo, a largo plazo la situación puede cambiar. La curva ascendente, más el clima global favorable, el apoyo de la Administración Trump y la intervención de los instrumentos persuasivos de Elon Musk dibujan a largo plazo un crecimiento de Vox a expensas no solo, pero sobre todo del PP, que no haría imposible el sorpaso en el ámbito de la derecha. Albert Rivera lo intentó y fracasó, pero los tiempos están cambiando tan vertiginosamente que ya nada es descartable. En todo caso, tal como va todo, cuanto más dure Pedro Sánchez en la Moncloa, mejor para Vox y peor para el PP. A favor de Sánchez existe todavía en España el recuerdo de la dictadura franquista, lo que le permite centrar su estrategia en promocionar a Vox como la gran amenaza democrática para dividir a la derecha.
Y lo mismo hace el PSC en Catalunya, ahora con Aliança Catalana, el partido que con el viento global a favor, todo lo que gane será en detrimento del resto de fuerzas independentistas, también de Vox, que ya habla en catalán, pero sobre todo de Junts y todas las demás. Algunos estudios señalan trasvases de votos de ERC e incluso de la CUP al partido de Sílvia Orriols (Berga). Y esto le asegurará al PSC detener el crecimiento de Junts y mantenerse como lista más votada y poder gobernar con el cómodo apoyo de ERC y Comuns. De los debates en el Parlamento catalán solo trascienden en las redes los duelos retóricos entre Salvador Illa y Sílvia Orriols, retroalimentándose mutuamente. Así que al paso que vamos Aliança Catalana pasará a tener quizás una docena de diputados, y los socialistas bien contentos que estarán, porque no será a su costa, sino de sus principales competidores.
Esta semana había cumbre de Estados Unidos y Rusia en Arabia Saudí, cumbre europea sobre la guerra en Ucrania debatiendo sobre la conveniencia de enviar soldados a la guerra, pero los telediarios catalanes abrieron con la no noticia de que no habrá moción de censura contra Sílvia Orriols. Y las tertulias a todo trapo. Y el asunto no era Orriols ni el fascismo, ni la inmigración, ni los problemas de Ripoll, era que Junts no contribuyó a descabalgar a Orriols, lo que les convertía en cómplices del demonio. Y a continuación, Junts, cayendo en la trampa de sus adversarios, se apuntó patéticamente al discurso barato antifascista para justificar una táctica estrictamente partidista para que Aliança Catalana no le arrebate en unos años varios escaños en el Parlament. Ni una palabra sobre la gestión de Aliança Catalana en el municipio. Eso sí, venga discursos antifascistas de unos y otros, pero sin argumentos que contrarresten nada.
Los discursos de la extrema derecha son peligrosos, poco consistentes... y fáciles de comprender, pero para ponerlos en evidencia hay que rebatirlos con argumentos consistentes y comprensibles... y políticas que requieren poder político para ejercerlas y muchos recursos que Catalunya todavía no tiene
La inmigración es un fenómeno imparable, por un instinto de supervivencia de los inmigrantes, pero también porque la necesita el Primer Mundo. Ya pueden levantar muros, que la sustitución demográfica, que asusta no solo a la extrema derecha, ha sido un fenómeno repetido a lo largo de la historia. Ahora bien, el choque cultural, la colisión religiosa y el conflicto social siempre han tenido consecuencias y corresponde a los poderes públicos gestionar la situación pensando en todo el mundo, en los inmigrantes y en los autóctonos que hasta cierto punto pueden sentirse amenazados, al menos, en sus valores. Sin el trabajo de Imam, Sílvia Orriols no sería hoy alcaldesa.
La extrema derecha no resolverá nada, más bien lo complicará todo, pero las políticas buenistas que se han aplicado en Suecia y Alemania han resultado un fracaso y han espoleado la xenofobia política. Es muy recomendable la serie Punt de no retorn de Raül Gallego sobre Suecia. Ciertamente, es difícil encontrar el equilibrio entre la buena acogida y la paz social, sobre todo cuando las desigualdades aumentan para los inmigrantes y para los autóctonos, porque los problemas no surgen en los barrios elegantes, pero es imposible gestionarlo con un planteamiento maniqueísta de buenos y malos. Los buenos también deben demostrar que son mejores.
Umberto Eco ya describió que disponer de un enemigo es fundamental para construir la propia identidad y que si no existe hay que inventarlo. Los nazis señalaron a los judíos; Franco, al contubernio rojo-separatista-judeomasónico; ahora Trump y toda la extrema derecha señalan a los inmigrantes; Sílvia Orriols se declara islamófoba. Ciertamente, sí, sí, todos son muy malos, pero para ejercer de antifascista no es suficiente con erigirse en enemigo de los fascistas y sentar en el Parlament a una diputada con la cabeza tapada. Los discursos de la extrema derecha son, aparte de peligrosos, poco consistentes... y fáciles de comprender, pero para ponerlos en evidencia hay que rebatirlos con argumentos consistentes y comprensibles... y políticas que requieren poder político para ejercerlas y muchos recursos (Catalunya todavía no tiene ni una cosa ni otra) ¿O es que los antifascistas se conforman con señalar al enemigo solo porque lo necesitan para justificar su existencia?