Los mensajes institucionales de Navidad son un acto de propaganda de quienes ostentan Poder y a tenor de las audiencias que registran, no generan demasiado interés en la ciudadanía. Hay una parte de estos discursos que son tan cínicos como absolutamente intercambiables. Sobre todo las referencias a la paz de los mismos que hacen la guerra y/o aumentan el gasto militar y compran y venden armas. Las referencias a la unidad nacional disfrazada de solidaridad las encontramos este año en el discurso de Macron en Francia, del presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, de la presidenta italiana, Meloni y por supuesto del rey Felipe VI y del president Illa. Hay también un párrafo digamos que populista también común, que recuerda a los militares, los policías, los bomberos y a la gente que se ve obligada a trabajar los festivos navideños.

Pero además este tipo de mensajes en tanto que publicitarios ponen en evidencia cómo reyes, jefes de Estado y jefes de Gobierno aprovechan la ocasión para barrer para casa, para su casa, claro, para consolidarse ellos y en eso no todos tienen las mismas prioridades. La extrema derecha sube en Europa y Macron se presenta como apóstol de los valores republicanos y Steinmeier llama a reforzar los valores democráticos, mientras Meloni lo que quiere es “una Italia fuerte”.

Felipe VI sigue aprovechando las tragedias para empatizar con las víctimas. Lo ha hecho ahora con la DANA, como antes con los damnificados por la erupción del volcán Tajogaite en la isla de la Palma. También es una forma de situarse insolidariamente por encima de los gobernantes, que a diferencia de él han sido elegidos democráticamente, para no asumir la Corona ningún tipo de responsabilidad en el retraso de las ayudas y reparaciones. De la DANA han pasado dos meses y prácticamente todo está por hacer; de la tragedia en La Palma han pasado tres años y más de cien familias siguen sin vivienda, Cáritas atiende a más de 3.000 afectados. Hay 85 familias viviendo en 'casas contenedor' y 36 en casas de madera. Qué bueno es el rey y qué malos son los políticos, sería la conclusión monárquica y antidemocrática

Las urnas y los Borbones no han sido demasiado compatibles, así que hace bien Felipe VI en defender enconadamente la Constitución del 78 porque es el único instrumento que le asegura mantener su puesto de trabajo y la empresa familiar hereditaria

Sin embargo, lo que más ha preocupado a Felipe de Borbón desde que es rey y lo repite no solo cada Navidad, sino siempre que puede, es la defensa “del espíritu y la letra” de la Constitución de 1978, como si fuera condición sine qua non para mantener la unidad de España. Tanta insistencia se explica porque el 75% de los españoles no aprobó esta constitución y las voces de quienes querrían otra se hacen oír cada día más.

Dada la evolución de la opinión pública española, no es seguro que una nueva constitución española sea mucho mejor que la de 1978 desde un punto de vista progresista y menos desde un punto de vista catalán. Entonces los franquistas impusieron las ambigüedades que ahora se utilizan a su favor, pero si se abordara la cuestión impondrían su ideario nacional-conservador sin ambigüedades y sin vergüenza alguna. Ahora bien, si se abriera el melón constitucional, el primer debate que surgiría inexorablemente sería entre monarquía y república, y con el prestigio acumulado por la dinastía actual, el resultado sería como mínimo incierto. Las urnas y los Borbones nunca han sido muy compatibles, así que hace bien Felipe VI en defender enconadamente la Constitución del 78 porque es el instrumento que le asegura mantener su puesto de trabajo y la empresa familiar hereditaria.

Quien se ha estrenado en el mensaje navideño como president ha sido el Molt Honorable Salvador Illa. Tampoco en este caso han faltado las referencias habituales a la paz y a quienes trabajan por fiestas, pero si algo ha quedado claro es que Illa no da puntada sin hilo y puede decirse que su mensaje marca una inflexión respecto a todos sus antecesores en el cargo, también los de su partido. Por ejemplo, allí donde el president Montilla se enorgullecía de que el nuevo Estatut (antes de la sentencia) “refuerza nuestra identidad”, Illa propone “una Catalunya más amable” y crea un nuevo concepto como es “la fraternidad entre territorios”. También se sitúa en medio de los que “pretenden dividirnos” y de los que hacen “discursos cargados de odio”.

Salvador Illa ve Catalunya no como un pueblo sino como un territorio español y actúa en consecuencia. No da puntada sin hilo, sabe lo que quiere y hacia dónde va. No es un farsante como los que le apoyan predicando lo contrario

A ver, es evidente que Illa es un político tan catalán como cualquier otro, pero que marca una inflexión contraria a la tradición del catalanismo político hasta ahora inherente a la presidencia de la Generalitat, lo que es políticamente legítimo, siempre y cuando no se tergiversen los hechos, los conceptos y la trayectoria personal. Identificar quién divide y quién hace discurso de odio nos llevaría a una disquisición interminable. Ahora bien, si es Catalunya quien debe ser “más amable” es fácil interpretar que Illa quiere decir que la Catalunya del procés lo que se dice amable no lo era. Así que, en su opinión, ¿era más amable la España del “a por ellos”, de la represión, del exilio y del déficit de inversiones, a la que apoyó?

Y a continuación habla de la “fraternidad entre territorios”. Se entiende lo que significa, aunque use un concepto erróneo. Los territorios son espacios, paisajes, accidentes geográficos, pero no son personas. No existe fraternidad entre las piedras y las hectáreas. La diferencia entre un territorio y un pueblo (o una nación) es que el pueblo son las personas y cuando Illa habla de territorio, como cuando en Madrid hablan de “cohesión territorial”, es porque hay que evitar el concepto de pueblo o de nación, que es la forma de negar su existencia política. Cabe decir que Salvador Illa sabe lo que hace y sabe hacia dónde va. No engaña y no es un farsante como los que le apoyan predicando lo contrario.