Escribía el santo que "justamente tu vida interior tiene que ser eso: comenzar... y recomenzar". Para recomenzar cualquier cosa después de un buen trompazo, sin embargo, hace falta esperanza. No es casualidad que el miércoles de ceniza caiga antes de la primavera: los ojos quieren luz, el cuerpo pide calor, el espíritu implora reavivación. Tampoco es casualidad que el síntoma más radicalmente manifiesto de desesperanza sea pensar que nada puede cambiar, que nada puede transformarse. La ceniza es el preludio de un renacimiento, de una posibilidad de recomenzar todavía por estrenar. El polvo donde el fénix resurge. En contra de lo que pueda parecer, en contra de lo que marque el prejuicio que nos hace gente torturadita y hacia adentro, los cristianos estamos llamados a una conversión diaria que implica recogerse uno mismo, mirar la piedra que nos ha hecho tropezar, y decirnos –y creernos– que somos lo bastante fuertes para no tropezar más. Y creernos, también, que para vencer toda la rocalla existente contamos con un empujoncito sobrenatural.
La fe nos ofrece la posibilidad de poner distancia entre nosotros y la voz que nos dice que somos todo aquello que hacemos mal. Siempre es primavera en el alma de quien comienza y recomienza; todo puede ser nuevo para quien mira su vida interior con esperanza. Las monjas de Sant Benet de Montserrat hacen unas baldosas donde dice "el amor nace cada mañana" y me hace gracia que el ánimo con que se nos pide que nos enfrentemos a la vida pueda hacerse tan pequeño y tan preciso como esto: la convicción de que cada día es una segunda —y tercera, y cuarta, y quinta— oportunidad. La ceniza de hoy es el recordatorio que somos polvo y nos convertiremos en polvo. Que todo aquello que hoy nos ocupa la cabeza también es polvo. Que nada de lo que poseemos nos lo llevaremos. Que la mayoría de las cosas que hoy pensamos que son importantes, en realidad, no lo son. Que somos mortales, pero que estamos llamados a otra vida. Una eterna. Y que, si abrazamos el fuego —que dicen que purifica— y echamos en él como mínimo hoy aquello que nos pesa, tendremos la posibilidad de renacer de las cenizas.
Para renacer, para resucitar al espíritu dormido y agarrotado por el frío, tenemos que mirarnos en aquel que lo hizo primero
Solo de dejar todo esto impreso aquí ya se hace profundamente liberador. Escribía el año pasado Enrique García-Máiquez —disculpadme la referencia española— que "la ceniza es esperanza". Plano y sencillo. Tras la sencillez de la metáfora del fénix, sin embargo, hay todas y cada una de las dificultades que hacen, también para servidora, que estas líneas parezcan un empuje vacío hacia una esperanza que no sabemos cuál es. Nuestro mal tiene nombre propio: el nuestro y el de los otros. Y procurar vencerlo cada día pide sacrificio. "Sacrificio", que significa hacer las cosas sagradas. Quizás es este el discernimiento que se nos invita a hacer solo de empezar la cuaresma: el de preguntarnos con honestidad cuáles son aquellas cosas que nos esforzamos por hacerlas sagradas. O si, poco o mucho, estamos haciendo el esfuerzo de plantearnos en qué posición dentro de nuestra escala de prioridades estamos disponiendo aquellas cosas que ya son sagradas. La virtud de todo ello es que la cuerda a la que podemos cogernos para salir del lodo, ante la duda, también tiene nombre propio. Para renacer, para resucitar al espíritu dormido y agarrotado por el frío, tenemos que mirarnos en aquel que lo hizo primero. En aquel que resucitó, de hecho, para que nosotros pudiéramos comenzar y recomenzar cada día desde la conciencia de nuestras faltas, pero también desde la conciencia que tenemos en todo aquello que hacemos la capacidad de sobreponernos a nosotros mismos. Esta esperanza ni es infantil, ni está vacía. De hecho, es la que hace plenas todas las cosas. Poetizaba Maragall: «Es aquel eterno volver a comenzar, / es la juventud siempre renovada. / De dentro de la neblina del demasiado pensar / salta una palabra / toda iluminada / con un sentido nuevo: la niebla se deshace, todo el pensamiento vuelve a coger arranque». Hoy que es miércoles de ceniza, la neblina se deshace para que al final de todo podamos entrever el sentido y el horizonte: el lugar donde se tocan el cielo y la tierra.