En Fermí Puig ha sabido estar donde hacía falta en cada momento. Lo ha hecho siempre con pasión y coherencia hacia todo aquello que ha amado. Lo ha hecho en el trabajo, incorporándose o emprendiendo proyectos donde ha dejado su huella indiscutible. Desarrollando su visión de la cocina y la gastronomía, especialmente la del país, pero también con respecto a sus convicciones personales respecto a Catalunya o el Barça. En estos dos ámbitos, su pensamiento y sus lealtades han estado siempre innegociables, insobornables.
Estaba en el lugar y el momento adecuado cuando llevó al compañero de mili Ferran Adrià a El Bulli, especialmente cuando un par de años después impulsaba de forma decisiva el matrimonio profesional de Ferran y Juli Soler. Con los años, esta capacidad de generar equipos, contribuir a la formación de gente joven, influirlos con sus consejos o no cortarlas las alas le hizo ganar el sobrenombre respetuoso de padrino en su acepción más catalana. También estaba en el lugar y el momento adecuado cuando se puso al frente del Drolma en el Hotel Majestic, templo de la alta cocina, que marcó una época en Barcelona.
También supo interpretar que años después lo que tocaba era abrir, con Alfred Romagosa, inseparable desde los tiempos del Drolma y uno de los grandes maitres del país, el restaurante que llevaba su nombre en la calle Balmes. Como colofón de su carrera. Un proyecto muy meditado y diferente de los anteriores que fue un éxito rotundo. Una propuesta honesta en torno a la cocina catalana con gran respeto al producto, la tradición y a un precio adecuado. Para él la cocina catalana exigía una actuación de prestigio al estilo planiano que no dejaba de ser otra cosa que "el paisaje puesto en la cazuela". En este sentido, su fórmula del "comer a destajo" fue un acierto.
En Fermí era absolutamente cruyffista, sin duda ni reserva, y entendía que su magisterio había marcado el camino de lo que tendría que ser para siempre el Barça y su juego
En el fondo del restaurante había el reservado Les Corts que era el gran santuario culé. Lo presidía una pieza de madera que era un trozo de una barandilla de la tribuna del viejo campo de Les Corts. Detrás, una grande fotografía con los presidentes de la Generalitat de Catalunya y del FC Barcelona, Lluís Companys y Josep Sunyol. Con el tiempo los amigos y conocidos que sabían de este rincón le entregaban todo tipo de objetos vinculados al Barça, desde entradas de finales a camisetas lucidas por jugadores a grandes ocasiones. El reservado se inauguró con una comida entre Johan Cruyff y Pep Guardiola, inmortalizado en una fotografía bajo la cual había un reclinatorio por si algún fiel barcelonista quería mostrar sus respetos. En Fermí era absolutamente cruyffista, sin duda ni reserva, y entendía que su magisterio había marcado el camino de lo que tendría que ser para siempre el Barça y su juego. Es desde la creencia en Cruyff como Fermí establece una estrecha afinidad con las figuras de Pep Guardiola y Joan Laporta. En aquel reservado los amigos disfrutábamos, mientras cenábamos, de muchos partidos de fútbol por televisión cuando el Barça jugaba a fuera de casa.
En Fermí era un hombre de una pieza, de vasta cultura y de curiosidad universal. Regalarle un libro exigía un esmerado y meditado proceso de selección, ya que no te podrías zafar de contestar cómo y por qué habías hecho aquella elección. Después ligaba los diferentes ámbitos de conocimiento y de experiencias que aportaba aquel texto. De la misma manera que te podía explicar un plato con todos los detalles conectando historias y anécdotas. Cómo echaremos de menos las inacabables sobremesas del verano en Llafranc con su familia y los apuntes breves y sabios a la conversación de su gran amigo, el notario Pineda. En estos encuentros estallaba el grande Fermí en estado puro, donde los temas se iban encadenando uno tras otro, escuchando pero también polemizando.
En el fútbol, en el periodismo, a la vida pública, en Fermí coleccionó tantos amigos que se convirtió en nuestro indiscutible palo de pajar
En Fermí fue un hombre dotado para la comunicación y que quería estar presente cuando hacía falta al debate público. Lo hacía también como parte de su compromiso para hacer de la cocina una tarea de prestigio y respetada. Tenía una gran capacidad para explicar de forma sencilla las recetas, como hacía todos los viernes a Rac1 de la mano de su gran amigo Jordi Basté. Escribía muy bien y desgraciadamente lo ha hecho mucho menos de lo que habríamos deseado los que admirábamos su claridad. Coincidimos unos años muy felices al Tú dirás de Basté también en Rac1, en la tertulia de los lunes que empezábamos con él, el recordado Carlos Pérez de Rozas y Sergi Pàmies. En el fútbol, en el periodismo, en la vida pública, en Fermí coleccionó tantos amigos que se convirtió en nuestro indiscutible pal de paller. Lo echaremos muy de menos.