El PP catalán nos ha regalado dos Fernández no emparentados que, separados por una generación, están unidos por el mismo amor incondicional a la España de sus genes. Contra la genética es difícil luchar. Eres alto, eres bajo. Eres gordo, eres delgado. Eres calvo o tienes una cabellera que muchos ambicionan. En el caso de los Fernández, su amor por la patria parece incorporado de fábrica. Los dos Fernández, Jorge, el viejo, y Alejandro, el joven, tienen ese tipo de ideología que los convierte en un corcho en cualquier sistema. En democracia, pueden llegar a ser ministros o parlamentarios, y en un sistema totalitario, serían unos responsables y eficaces procuradores de las Cortes.
A Jorge Fernández Díaz lo veo de vez en cuando sentado en un banco del jardín de Piscines i Esports. Y cada vez que he tenido la suerte de disfrutar de su aparición casi mariana, lo he encontrado satisfecho, como si viera pasar la vida, con un cucurucho de papel, a la espera de dar de comer a las gaviotas imponentes de su partido, o de que llegue Marcelo, su ángel de la guarda, un personaje imaginario que ha acompañado a Fernández Díaz y que le ayuda, entre muchas cosas, a aparcar el coche. Este Marcelo, dice el exministro interiorista de todas las vergüenzas del Estado, le salvó la vida cuando fue atropellado cuando tenía dos años en Zaragoza. Y si todo fanático religioso tiene un ángel de la guarda, también disfruta de los favores de un santo que lo ilumina en nombre de Dios. Este es Antonio Perea, un supernumerario del Opus, que, cuando estaban en Las Vegas —en lugar de animarlo a gastarse la fe y los dólares en casinos y putas— lo llevó a misa.
Fernández Díaz todo lo hace por voluntad de Dios, y cuesta creer que un hombre tan retorcido tenga a un Dios a su altura. Yo, que me considero agnóstico, soy más fiel a los postulados del cristianismo que este católico, al que le va de maravilla ese dicho castellano que dice: "a Dios rogando y con el mazo dando". Si no fuera una tragedia política, Fernández Díaz sería una comedia, pero su paso por el Ministerio del Interior y sus artículos postministeriales, que parecen póstumos —más de allí que de aquí—, nos colocan ante un tipo tan peligroso como el Comisario Dreyfuss, el jefe de la Sûreté Nationale, obsesionado con el Inspector Clouseau. Y es que, para más inri, se parecen.
Dios se lo perdona todo, pero sería moralmente cauterizante que pagara judicialmente su paso por el Ministerio del Interior y su conducta impropia de un demócrata convertido en el paradigma del "atado y bien atado". Sin duda, el caso Fernández Díaz quedará como una asignatura obligatoria en las facultades, como ejemplo de la impunidad del Estado en nombre de España.
Alejandro no tiene ningún proyecto para Catalunya, como tampoco lo tenía Jorge. Son fanáticos de la España que soñaron, y eso implica eliminar a los infieles
Del otro Fernández, Alejandro, todo el mundo dice que es el orador más brillante del Parlament de Catalunya. No es un gran mérito, todo sea dicho. Si el Fernández devoto nació en Valladolid, el joven nació en Tarragona. Sus padres eran de Asturias, y en el año 1976 decidieron trasladarse al sur de Catalunya para prosperar. No conozco la ideología de los progenitores de Alejandro, pero ya de muy joven, el niño entendió la tierra en la que había nacido como un derecho de conquista. Y es que no podemos olvidar que quien pierde los orígenes pierde la identidad, y que "Asturias es España y lo demás, tierra conquistada". Otra frase para enmarcar de los dichos populares.
Alejandro Fernández es como un cabrales. Una apariencia untuosa y agradable por fuera, pero una vez que lo abres, hace una peste a derechista de mil demonios. Este queso asturiano sigue el proceso de maduración en una cueva a los Picos de Europa y es considerado uno de los grandes azules españoles. Dos características que parecen extraídas de la biografía política de Alejandro. Por el azul y por la cueva. Todo este reaccionarismo, el Fernández joven, lo esconde detrás de su constitucionalismo militante. Esta es su única ideología, porque si le preguntas cuál es su proyecto para Catalunya, solo tiene uno: sometimiento a la Constitución.
Ya que con la obediencia no basta, es grave que el Fernández joven sea tan ciego ante la realidad política, económica y social catalana, y que, ante muchas demandas justas, él salga con el mantra de "no hay comunidades de primera y de segunda", pero que cierre la boca ante la obviedad: Madrid se ha convertido en un paraíso fiscal gracias al efecto capitalidad, a Dios, a la patria, al rey y a ti, Fernández. Todo en nombre de España, ¿verdad, Alejandro? Fernández, el mejor parlamentario que ha habido y que habrá, es el perfecto mensajero sumiso de su Partido, una formación que ha hecho del anticatalanismo y la catalanofobia el antídoto a sus turbaciones existenciales.
Alejandro no tiene ningún proyecto para Catalunya, como tampoco lo tenía Jorge. Son fanáticos de la España que soñaron, y eso implica eliminar a los infieles. Al principio, he escrito que tanto Alejandro como Jorge serían unos eficientes procuradores de las Cortes, a diferencia de sus opositores políticos, los cuales, bajo una dictadura, estarían exiliados o en la cárcel. Es lo que sucede en esta democracia modélica. Gary Lineker decía que el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania. En España, a la democracia juegan muchos jugadores, pero los Fernández&Fernández de turno siempre tienen las cartas marcadas.
Y si Jorge tiene un ángel de la guarda llamado Marcelo, a Alejandro se le apareció la Patrona de España en forma de Cayetana Álvarez de Toledo, XV Marquesa de Casa Fuerte y tan espectral como el chófer imaginario del exministro.