En las últimas semanas, la opinión pública ha recibido con muy buenos ojos la creación de la Conselleria de Recerca i Universitats. Un consenso que probablemente está muy relacionado con las lecciones que nos deja la pandemia: el conocimiento y la investigación son el mejor plan de contingencia.
No es de extrañar que, en una legislatura que quiere ser de construcción, Catalunya apueste por recuperar una estructura patrimonio del president Pujol y a la cual el president Maragall dio continuidad, primordial para la construcción nacional de la Catalunya moderna y fundamental para que la Universidad vuelva a ser la prioridad política que merece.
La casualidad ha querido que, más allá de los cambios que la pandemia ha acelerado en nuestras universidades, este curso hayan coincidido las elecciones a rector en cuatro de las principales universidades del país: la UB, la UAB, la UPF y la UPC. Unos comicios que, cuando han sido disputados, han servido para romper con el statu quo, y en los que se han impuesto las candidaturas rupturistas que disputaban el cargo a los entonces rectores, como las de Daniel Crespo en la UPC y Joan Guàrdia en la UB.
La sacudida que supone la llegada de la consellera Geis, junto con la de Amat (UPF), Lafuente (UAB), Crespo (UPC) y Guàrdia (UB) como nuevos rectores, genera las condiciones necesarias para abrir una nueva etapa de cambios esperanzadores al sistema universitario catalán. Cambios que tienen que favorecer la transformación del sistema para afrontar los retos del presente de las universidades del país. En la sociedad del conocimiento, en el contexto de la 4.ª Revolución Industrial, de los retos del presente de la universidad depende en buena parte la Catalunya del mañana.
Así pues, la consellera Geis tiene mucho trabajo por delante si aspira a que las universidades catalanas sean el motor de la transformación del país.
En primer lugar, revitalizar la lengua en la universidad. En sentido integral: en el ámbito docente, académico e institucional. Es necesario un trabajo activo, coordinado y comprometido para impulsar la presencia del catalán tanto en las universidades públicas como privadas, sin olvidar lo que en campaña electoral repitió el ahora nuevo rector de la UPC, Daniel Crespo: "Aprender lenguas nos enriquece, pero la propia nos define".
Sin embargo, el fomento de la lengua propia no se entiende sin el de la cultura. El hasta hace poco rector de la UPF, Jaume Casals, decía en uno de los últimos claustros que "un ingeniero con cultura general no es sólo una persona más interesante, sino que sea mejor ingeniero". Y lo hacía para reivindicar que "tiene que haber un tiempo para la ciencia y un tiempo para la cultura". Esta tiene que ser la verdadera misión (también) de la universidad: erigirse en punta de lanza de la cultura y la lengua, de espacio de debate social y de formación cívica de estudiantes que se convertirán en ciudadanos cultos.
El sistema universitario de Catalunya necesita, sobre todo, más y mejor inversión y eso pide entenderlo como pilar estratégico del futuro del país, como estructura de estado
En segundo lugar, dotar el sistema universitario catalán de un marco legal más favorable que permita mantener un modelo propio como país; lejos de la armonización a la que el estado español someterá nuestras universidades si prospera la ley de universidades que el ministerio homónimo propone. Que Catalunya siga estando a la vanguardia de la enseñanza universitaria europea y siendo competitiva implica destinar (más) recursos, pero, al mismo tiempo, velar por su autonomía. La transformación y la modernización requieren una verdadera autonomía, especialmente a la hora de poder dar una respuesta rápida y eficiente a las necesidades del país, como por ejemplo, en materia de adaptación continua de los planes de estudios y de la oferta de grados.
En tercer lugar, el acceso a la universidad: el mejor ascensor social para los ciudadanos de Catalunya; especialmente, para aquellos de familias trabajadoras, que con la consecución de un título universitario ven cómo se incrementan las aspiraciones sociales y económicas. Un sistema de acceso justo a la universidad es indispensable para el buen funcionamiento del ascensor social de cualquier país, también de Catalunya.
El reto es, pues, el de vertebrar un modelo progresivo de acceso, enfocado a un aprovechamiento eficiente de los recursos públicos que garantice la redistribución y elimine las barreras sociales para los colectivos con más dificultad para acceder a la universidad. La probable inminente transferencia de la gestión de las becas del ministerio es una buena oportunidad para avanzar hacia una verdadera progresividad, que incluya becas salario para aquellos colectivos para los cuales, incluso estando en el tramo de renta más bajo y teniendo la gratuidad de la matrícula, estudiar sigue comportando todavía un elevado coste de oportunidad.
Vinculado al acceso a la universidad hay la difícilmente justificable diferencia entre el precio de grado y el de máster, que hacen que la decisión de estudiar un máster comporte a menudo una inversión económica con un alto riesgo asociado, que acaba convirtiéndose en un excesivamente elevado desincentivo.
En definitiva, el sistema universitario de Catalunya necesita sobre todo más y mejor inversión y eso pide entenderlo como pilar estratégico del futuro del país, como estructura de estado. Una inversión en formación de talento en nuestras canteras que corre el riesgo, sin embargo, de ser en vano si, cuando lo tengamos que capitalizar para ponerlo al servicio de nuestra sociedad, el talento ya no está.
La historia de Catalunya nos demuestra que el talento es nuestro activo más valioso como país. La consellera tendrá que encontrar herramientas para combatir los escapes de talento y la huida de graduados cualificados a otros países con perspectivas de futuro más favorables, fruto de la falta de expectativas y el elevado paro juvenil que ya hace demasiados años que arrastramos.
La anhelada recuperación de un departamento propio probablemente responde a la constatación de la casi perfecta correlación entre la prosperidad de un país y su riqueza en conocimiento. Eso, junto con la renovación de un buen número de rectores, a los cuales la FNEC ha dado apoyo entendiendo que precisamente eran lo mejor para el país, abre una nueva etapa esperanzadora y al mismo tiempo llena de retos para nuestras universidades. En la FNEC encontrarán a un aliado cuando se trate de impulsar y construir el país.