Coged asiento, por favor. Buenos días, os doy la bienvenida a la lección inaugural del curso 2025-2026 en el Grado de Lengua y Literatura Catalanas. Si todo va bien, de esta universidad saldréis, dentro de unos cuantos años, siendo personas muy diferentes. No pongáis esta cara, no: estudiar Filología Catalana cambia la vida, os lo digo por experiencia. Mirad, dejadme empezar hablando de un archivador. Un baúl inmenso, de madera noble mallorquina, con tres cuerpos de once cajones. Es decir, treinta y tres casillas, en total una por cada letra del alfabeto, más la cedilla, la ele geminada y los dígrafos ll, ny, qu, gu y ix. No os hablo de un mueble, sin embargo, sino más bien de un monumento sin el cual vosotros no estaríais hoy aquí: es la cómoda donde Antoni Maria Alcover, un mosén de Manacor, fue recopilando durante años todas las palabras catalanas que oía por todo el dominio de nuestra lengua. Las apuntaba y las guardaba en unas cuartillas de cartulina hasta compilar dentro de estos cajones millones de palabras con su información lexicográfica correspondiente. Si estáis aquí hoy, es porque estudiar lo que habéis escogido estudiar quiere decir desenterrar palabras perdidas, con archivador o sin, pero también encontrar o inventar nuevas a partir de una lógica concreta.

Perdonad, que no me he presentado. Yo me llamo Josep Maria, pero me hago llamar Pep porque hace siglos alguien acortó mi nombre para convertirlo en Jep, después en Pep en un proceso fonológico de armonía consonántica, pero también en Bep por otro proceso, en este caso de bilabialización de la oclusiva dental. Ya lo estudiaréis, no sufráis. Aprenderéis, sobre todo, que la lengua es una entidad viva que se mueve al ritmo que el mundo gira, pero somos nosotros quienes nos fijamos en sus cambios. No os penséis que soy el decano de la Facultad, ni tampoco el coordinador de la carrera que habéis escogido estudiar. Soy alguien unos cuantos años mayor que vosotros y si me han propuesto haceros esta charla en vuestro primer día universitario, es porque un día del año 2008 también estuve sentado en estas sillas donde ahora os sentáis. Entonces no existían los grados y la licenciatura se llamaba Filología Catalana, por eso el señor que me hizo la charla a mí, que se llamaba Daniel Casals, nos dijo que nos habíamos matriculado en unos estudios que tienen en el amor su razón de ser, pues la palabra filología significa etimológicamente 'amar las palabras'. En aquel momento pensé que si le explicaba a mi padre que pagaba mil euros al año para 'amar las palabras', lo primero que me diría es que me dejara de hostias y me metiera a estudiar algo que me permitiera trabajar, pero a pesar de que todo el mundo se piense que los filólogos no servimos para nada, con los años he ido confirmando que conocer la ingeniería interna de las palabras y estudiar la arquitectura externa que son capaces de crear, en realidad, es el arma más poderosa del mundo.

No hacemos carreteras, no diseñamos móviles, no edificamos casas y no descubrimos galaxias lejanas, pero ponemos el acento —o lo quitamos— a todas las cosas que laten en el mundo. Por lo tanto, lo codificamos. Es decir, lo ordenamos. La gran diferencia entre vosotros y los estudiantes de otra filología, eso sí, es que estudiar Filología Catalana significa 'amar las palabras', sí, pero sobre todo amar las palabras de una lengua muy particular. Qué os voy a decir, no he venido a daros la tabarra, pero ya sabéis que hoy empezaréis los estudios de una lengua amenazada, una lengua en peligro y una lengua en constante ejercicio de resistencia, que cada dos por tres reclama ser salvada y que también cada dos por tres reclama ser asimilada por otras lenguas más potentes. Por eso un buen día alguien tuvo que aceptar que gratis, entregar, buscar o caldo fueran palabras bien dichas en catalán y es así como cada día sois menos los que hoy decís de franc, lliurar, cercar o brou. Quién sabe, quizás seréis vosotros los responsables de aceptar normativamente términos como gòsting o xipejar, que previamente habréis decidido catalanizar con la sustitución de la sh- inicial por la x-, ya que en catalán la x inicial se pronuncia fricativa igual que en inglés.

Cuando esto pase, veréis que se genera un combate de argumentos entre Els Guardians de la Puresa y Els Partidaris del Català que es Parla, pero no tengáis miedo: seáis de un bando o del otro, seguiréis siendo apóstoles de la lengua, ya que el catalán es como una religión pagana. Por suerte, sin embargo, es la única religión del mundo que no tiene un dogma, porque no es un relato lejano y muerto que hay que conservar por acto de fe, sino una entidad viva, en constante evolución y que no se basa en milagros, sino en hechos que dependen de sus hablantes, de sus estudiosos y de sus divulgadores. La lengua es como un reloj antiguo: hay que preservar su esencia y cuidar que no se descuajeringue, pero solo tiene sentido si se utiliza. Es decir, si alguien le da cuerda. Estáis aquí para eso, para entender el paso del tiempo a partir de las palabras, y es aquí donde descubriréis, por ejemplo, que si queréis saber qué tiempo hacía y qué hora era el día que se proclamó la República el año 1931, lo más útil es leer con atención el capítulo XIV de La plaça del Diamant de Rodoreda. Eso no quiere decir que quizás seréis 'más de lengua que de literatura' y os interesará más la sintaxis generativa, claro, o que os peleéis con el de al lado cuando estudiéis dialectología, o que tengáis ganas de llegar a las manos contra algún carneriano en alguna clase de poesía catalana en la cual consideráis que no se está tratando bien a Maragall. Todo esto es normal.

Pensad que antes de nosotros son muchos los que se han peleado. Antoni de Bofarull, que quería hacer los plurales en catalán acabados en -as, se las tuvo con Marià Aguiló, que los quería con -es. Víctor Balaguer, que soñaba con una literatura nacional del Ródano hasta Alacant, se enemistó con Frederic Mistral, que soñaba la misma literatura pero sin salir del ámbito provincial. Incluso el mosén Alcover que antes os decía, un impulsor del I Congrés Internacional de Llengua Catalana, el año 1906, acabó enemistándose con Pompeu Fabra, que más que recoger una por una y pueblo a pueblo todas las palabras del catalán para meterlas dentro de un diccionario, lo que quería era codificar una lengua común, de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. Los dos tenían razón y sin ninguno de los dos, seguro, ni vosotros ni yo estaríamos hoy aquí. En la casa donde murió Alcover, en Palma, hay una placa que lo considera el salvador del catalán, mientras que en la tumba de Fabra, en Prada, dice que allí descansa el ordenador de la lengua. Ni Pompeu Fabra era una máquina de 32 bits, ni Alcover era un mesías. Nosotros, tanto vosotros como yo, somos sus herederos, al igual que lo somos de Coromines, Solà, Castellanos, Aina Moll, Rovira i Virgili o Carme Junyent.

Cuando os pregunten por qué habéis decidido estudiar lo que habéis escogido estudiar, entonces, responded que lo hacéis para ser maestros, editores, estudiosos de la literatura, profesores universitarios, guionistas, periodistas o correctores, pero sea cual sea vuestro sueño, no olvidéis el sueño que nos hace estar vivos y que alguien antes soñó, desde Llull hasta la Mushka. Y si sois más de cabeza que de corazón, decid que queréis ser discípulos de la labor científica, racional y depuradora de Pompeu Fabra, la única figura de consenso capaz de poner paz en el cainismo congénito de los catalanes, mallorquines y valencianos, pero si sois más de corazón que de cabeza, decid que también os sentís deudores del amor pasional y de aquel archivador de Alcover lleno de palabras recogidas entre los campesinos del Conflent o la Safor, los pescadores del Empordà o las Pitiüses, los burgueses del Vallès o la nobleza del pla de Mallorca. Decidlo, porque quizás es cierto que el catalán no necesita solo apóstoles como vosotros, sino sobre todo hablantes, pero también es cierto que de vosotros depende enseñar más y mejor la lengua a los que no la conocen o a los que no encuentran motivos para hablarla, por eso, aprobéis o suspendáis, os pido que no perdáis nunca la curiosidad y la energía para entender el mundo de las palabras con el afán de quien sale a cazar mariposas en el bosque. Porque no lo olvidéis: se diga Filología Catalana o se diga Grado de No Sé Qué y No Sé Cuantos, la lengua y su literatura, en realidad, son para nosotros las alas que nos permiten volar.