Cuando se anuncia el cierre de una vidriería, se me aparecen todos los demonios contra los cuales hace tiempo que luchamos los Pedret y todos los doscientos que nos acompañan en la fábrica del vidrio del Masnou y sus filiales de decoración y pintado de la Llagosta y el Hospitalet. Soy nieto de vidriero, hijo de vidriero y padre de vidriero. Los Pedret somos los de la última fábrica de vidrio familiar que queda en Catalunya y en España. Pero tenemos la suerte de hacer vidrio para perfumería —que todavía es un arte— en el Masnou, nuestras Termópilas del vidrio. Os hablo en primera persona porque no sabría hacerlo de otra manera a la hora de reivindicar la necesidad de cuidar mucho entre todos la industria vidriera catalana y la española. La europea ya se cuida, por suerte, bastante bien solita. Este año en España cerrarán dos de las veintiuna fábricas de vidrio que había a principios de año. Y en Catalunya quedaremos cinco de seis: en Vilafranca del Penedès, en Montblanc, en Castellar del Vallès, en el Arboç y en el Masnou.

La tristísima noticia aparecida hace unas semanas del cese de la actividad de la producción de vidrio de Vidrieria Rovira, de una tradición más que centenaria, dejará en la calle a 168 vidrieros. La actual Vidriería Rovira O-I pertenece al gigante americano del vidrio Owens Illinois, con más de sesenta plantas y veinte mil trabajadores en todo el mundo. La fundó, sin embargo, un catalán, Magí Rovira, de la estirpe vidriera de los Rovira, que inauguró la primera fábrica en el Hospitalet en 1914, en la plaza hoy conocida como la plaza del vidrio. En 1980 sus sucesores trasladaron la producción a la Zona Franca y, poco después, en 1987, la vendieron al grupo vidriero fabricante de botellas más grande del mundo, Owens Illinois. Era un proceso del todo inevitable. No podían competir sin la alianza con un gran operador en un sector que mundialmente está en manos de unos pocos. De hecho, en Cornellà cerró hace poco, en 2017, la última de las empresas familiares catalanas que fabricaba botellas para alimentación: Vidrieries Massip.

Me he tenido que levantar de la mesa de estudio e ir a dar una vuelta para seguir escribiendo. Volviendo, he decidido que no os hablaré de estadísticas pesimistas sobre la industria. Ni de los diez millones, aproximadamente, de euros que por culpa del cierre de la producción en Vidrieria Rovira dejaremos de ingresar anualmente a las arcas del Estado en concepto de IRPF, SS, IVA, etc., del todo necesarios para mantener el estado del bienestar. Os hablaré de las fábricas de vidrio.

Pronto, en la fábrica de vidrio Rovira se hará un silencio aterrador

Las fábricas de vidrio están siempre activas. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año. Los hornos solo se detienen para ser reparados. Eso, dependiendo de los hornos, pasa entre cada cinco y diez años. Todas las fábricas son igual de ruidosas. Las máquinas automáticas soplan centenares de botellas por minuto. Y máquinas hay entre tres y cinco por horno. Imaginaos fuego cayendo en forma de gota por canales que han llevado el vidrio líquido del horno hasta las máquinas. Visualizad hileras de botellas, milagrosamente formadas en ruidosas máquinas, que van desfilando hacia unas arcas de recocido. Ruido y fuego forjador de vidrio transparente que crea botellas a través de las cuales beberéis los licores y las cervezas en el caso de Rovira, o deliciosos frascos de donde saldrán exóticos perfumes en nuestro caso. Al inicio del proceso hay materiales universales. Sobre todo arena. Con la arena y unos cuantos ingredientes más, llenamos unos hornos que transformarán entre cuarenta y doscientas toneladas por día en botellas; unas ciento cincuenta mil al día en nuestro caso. Los hornos son unas inmensas cazuelas donde se quema gas, mucho gas, para fundir la arena y los otros materiales a más de mil quinientos grados en botellas, después de un tiempo largo, más de treinta horas. Todo esto continuamente, y sin poder detenerse. Y los hornos, a medida que se van llenando y vaciando, se van desgastando. Por eso, al cabo de unos años hay que rehacerlos del todo. Para hacer que todo esto pase, hay un grupo de hombres y de mujeres que llevan a cabo trabajos muy especializados, y a menudo bastante comprometidos. Ingenieros, fundidores, electricistas, mecánicos de cambios, maquinistas, verificadores, moldistas, recolectores, entre muchos otros. Los 168 vidrieros de Rovira que tendrán que irse han trabajado jornadas intensas y continuadas. Turnos de mañana, tarde, noche. Forman todos parte de una estirpe de vidrieros que se remonta, recordad, al 1914. Cinco generaciones como mínimo. Pero, pronto, en la fábrica de vidrio Rovira se hará un silencio aterrador. No puedo describir el silencio de un horno apagado.

El vidrio se acaba llevando en la sangre. La frase que desde las Termópilas nos ayuda a resistir la he cogido de Pochet du Courval, la fábrica francesa mítica del sector de vidrio de perfumería fundada hace más de cuatrocientos años: "Detrás de los frascos icónicos de las casas de perfume más prestigiosas, se esconden los gestos de hombres y mujeres apasionados." Una pasión que Pochet du Courval resume con la frase "el vidrio corre por nuestras venas". Y por las de todos los vidrieros.