Al ver el debate de La Sexta —de reojo: prefiero no quedarme en los sitios donde me humillan— se me repitieron como una película los escenarios clásicos de catalanofobia que los catalanohablantes cargamos asumiendo que forman parte de nuestra condición: el médico que se dirige en castellano al anciano moribundo, al niño que vuelve de la escuela hablando en castellano, que te pongan un café con leche y no un café con hielo, el cambio de lengua en las aulas universitarias o la avalancha de censura a los creadores de contenido catalanohablantes. No hay que ir más lejos. Ser catalanohablante y vivirlo con normalidad comporta roces e incomodidades casi diarios. Da la impresión de que todo empuja a la castellanidad porque, mientras vivir en catalán supone un esfuerzo, hacerlo en castellano se asume como una inercia neutral. Entendiendo estas dinámicas clásicas de lengua mayoritaria y lengua minorizada, hasta hace muy poco asumíamos que la clase política tenía bastante poder —y bastantes ganas de utilizarlo— para tomar medidas que no solo paliaran los efectos de la inercia sino que también los revirtieran.

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Erigirse en defensores lingüísticos sin poner el cuerpo es una tragedia en dos actos. Primero, utilizar la lengua como una marca. Después, minimizar el conflicto o negarlo si hace falta

Hace años que cualquier dato en lo referente a la lengua nos augura un futuro negrísimo. Igual que hace años, sobre todo desde el retroceso del 2017 y el vaciado del discurso independentista, que la lengua se utiliza como catalizador del voto sentimental. El caso es que, más allá de la propuesta estéril de hacer una conselleria de la lengua catalana del president Aragonès, nadie está dispuesto a tomar ninguna medida en esta materia que pueda meterlo en problemas. La estrategia para erigirse en defensores lingüísticos sin poner el cuerpo es una tragedia en dos actos. Primero, utilizar la lengua como una marca. Después, minimizar el conflicto, mirárselo de reojo o incluso negarlo si hace falta. El caso de la inmersión lingüística y el inmovilismo a la hora de debatir modelos alternativos es el más claro: tratar el sistema vigente como si funcionara y diera los frutos esperados —todo, para no tener que sancionar los incumplimientos— y después protegerlo a ultranza. Parafraseando la sentencia clásica del feminismo, la normalización lingüística que no incomoda es marketing.

Debaten en castellano en La Sexta porque tras los discursos arrebatados de amor a la lengua no hay nada práctico, palpable

La consecuencia de su hipocresía es nuestra indefensión. La realidad que vivimos diariamente los catalanohablantes tendría que bastar para romper la ficción de que el sistema de partidos tiene la capacidad o la voluntad de enfrentarse a la asimilación cultural por la castellanidad. Debaten en castellano en La Sexta porque la futilidad de su marco político en materia lingüística se lo permite, porque tras sus discursos arrebatados de amor a la lengua no hay nada práctico, palpable. Lo hacen mientras tú te enfrentas diariamente a un sistema que te empuja para que te castellanices. Esta manía de pensar que proclamando amor eterno a la lengua es suficiente para protegerla no solo no la protege, sino que rema en la dirección opuesta: la folcloriza. Es una lengua querida, pero no lo suficiente para enfrentarse a quien la amenaza, para sacarla del sentimentalismo y trasladarla al campo de la política con todas las consecuencias. Es una lengua para ser adorada íntimamente, estática, musealizada, insertada en la comunidad que todavía la sostiene, pero no lo bastante valiosa para jugarse nada, para cuestionar el sistema como lo cuestionamos cada día los que afrontamos personalmente la indecencia y el sentimentalismo de una clase política pusilánime con la castellanización.

Hablar en catalán es algo más. Basta con un día normal de un catalanohablante para romper el discurso folclorizante y ficticio de la partitocracia catalana

Hay a quien le basta con refugiarse en lo que decía Pujols: "El pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos enterradores". Sí, pero esta sentencia, sin medios, es derrotismo. Es esperar que los astros hagan justicia y que con el amor a la patria baste para parar la castellanización, tal como hace nuestra partitocracia para sacarse el conflicto de encima. El lingüicidio contra la catalanidad que el estado español promociona diariamente no permite el optimismo ingenuo ni los actos de fe. La ficción en que el sistema de partidos procura vivir sin romper los mantras que nos han llevado hasta la situación actual no tiene ningún sentido al lado de la realidad. Si todavía no has renunciado a utilizar el catalán todo el rato y en todos los entornos, seguro que ver a los partidos que se dicen defensores de la lengua expuestos en La Sexta en castellano, te hizo recordar alguna situación personal en que para hablar catalán pagaste un precio. Y te hizo sentir un poco ridículo a ti, que invertiste tu tiempo presentando una queja formal en los servicios lingüísticos de la universidad. A ti, que performarse una simpatía exagerada cuando el camarero no te entendía y continuaste en catalán. A ti, que has movido hilos con los padres de la escuela para que tu hijo no desaprenda su lengua. A ti, que has hecho esfuerzos por aprenderla en un entorno que no te lo ha puesto fácil. A ti, creador de contenido que has renunciado a trabajos para no renunciar a tu lengua. A ti, que aparte de las proclamas de amor vacías, entiendes que hablar en catalán es algo más. Basta con un día normal de un catalanohablante para romper el discurso folclorizante y ficticio de la partitocracia catalana. Basta con un día normal de campaña electoral para entender que el marco lingüístico que utiliza no nos va a favor y, por lo tanto, no nos tendría que representar.