Existen motivos para criticar a TV3 y también existen muchos motivos para poner en valor su trabajo. Y esta misma semana hemos tenido un buen ejemplo del trabajo bien hecho y en clave nacional. Quim Masferrer ha llevado El Foraster a la comarca del Conflent, una de las seis que integran la Catalunya Nord (una de las cuales, Fenolleda, es estrictamente occitana, como la Val d'Aran). Fue el programa más visto de TV3 del día y uno de los capítulos de El Foraster que más se ha comentado nunca. Y esto es muy bueno para el programa y para el país. Me explico. Hace muchos años, la Catalunya Nord era una desconocida absoluta para la inmensa mayoría de catalanes, incluso para aquellos que vivían cerca. Recuerdo a un amigo que, para poder ir a estudiar a Perpinyà, a principios de los años 90, tuvo que hacerlo con una beca Erasmus, como si fuera a Finlandia o Irlanda.

A diferencia de las Illes Balears o el País Valencià, la Catalunya Nord forma parte estrictamente del Principat de Catalunya. La división del país y su incorporación a Francia después de la Guerra dels Segadors fue traumática. Podemos hacernos una idea de la gravedad y la intencionalidad perversa del Tratado de los Pirineos, firmado en 1659, si tenemos en cuenta que Perpinyà era entonces la segunda ciudad en población y pujanza comercial de Catalunya. Enseguida comenzó la descatalanización de aquellas comarcas y el rey Luis XIV prohibió el uso público de nuestra lengua, afirmando que "el uso del catalán repugna y es contrario al honor de la nación francesa". Generación tras generación, los vínculos entre ambos lados de la frontera impuesta se fueron debilitando, hasta que casi se olvidaron. La situación política en España y Francia a lo largo de los siglos tampoco ayudó a mantener estos vínculos y la lengua y la cultura catalanas en la Catalunya Nord bajaron drásticamente después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo debido a la represión, el autoodio, la llegada de los pieds-noirs de Argelia y el traslado constante de jubilados franceses en busca de sol y playa.

Existe un resurgimiento cultural y lingüístico, y también un cierto retorno de la Catalunya Nord al imaginario colectivo catalán

Desde hace unos años, sin embargo, existe un resurgimiento cultural y lingüístico, y también un cierto retorno de la Catalunya Nord al imaginario colectivo catalán. Iniciativas grandes o pequeñas lo han hecho posible, desde el eco que la USAP genera en el resto del Principat de Catalunya hasta la recogida de la Flama del Canigó, pasando por las noticias positivas que, en materia lingüística, llegan de vez en cuando. El catalán es percibido como algo bueno en la Catalunya Nord, algo que hay que proteger y fomentar, aunque la gente hable francés. Un buen ejemplo son la red de escuelas de La Bressola, que mantienen abiertas siete escuelas y dos colegios, y abrirán más en el futuro si todo va bien. Hay otras escuelas catalanas, como las dos escuelas y la radio de la asociación Arrels, y varias líneas bilingües en las escuelas públicas. También, cada vez más, muchos catalanes del sur visitan la Catalunya Nord, que tiene incontables atractivos históricos, culturales y paisajísticos. A todos ellos les recomiendo que hablen solo en catalán, tal y como harían en cualquier otro lugar del Principat. Recientemente, este conocimiento mutuo se ha acentuado también por razones políticas. El referéndum del 1 de Octubre no habría sido posible sin la colaboración desinteresada de un grupo de patriotas norcatalanes, al igual que una red transversal de solidaridad ha ayudado a los exiliados catalanes cuando han estado en la Catalunya Nord desde 2017. Algún día todo esto deberá reconocerse como Dios manda.

Sin embargo, los catalanes del norte tienen algunos deberes pendientes. Por ejemplo, a la hora de realizar acción política en clave catalanista. Hacer política regionalista en Francia es difícil, sin duda, pero no es imposible. Lo vemos en algunos territorios de la República Francesa. Por ejemplo, en Iparralde, el País Vasco francés, llevan tiempo trabajando con eficacia y el partido Euskal Herria Bai no solo tiene un puñado de alcaldías y un par de consejeros departamentales, sino que incluso ha conseguido tener un diputado abertzale en la Asamblea Nacional, el sancta sanctorum del jacobinismo francés. En Córcega, tras años de lucha clandestina, los nacionalistas corsos iniciaron un camino de confluencia y hoy ganan holgadamente las elecciones y dominan con comodidad la política isleña y sus instituciones. En Bretaña, la histórica Unión Democrática Bretona (UDB) tiene también algunas alcaldías, consejeros departamentales y regionales. Paul Molac, un autonomista bretón transversal, ocupa un escaño en la Asamblea Nacional desde hace años. En Occitania, Alsacia y Saboya las cosas no van bien en el campo de la acción política, como tampoco van bien en la Catalunya Nord. Que no haya uno o más partidos catalanistas sólidos y con cierto apoyo electoral es una anomalía, y más teniendo en cuenta que los catalanes de Francia tienen algo que no tienen los bretones, los occitanos o los saboyanos: una realidad nacional al otro lado de la frontera bastante pujante que puede servir de referencia en materia de autogobierno y recuperación de la lengua y las instituciones. Las causas de esta debilidad son varias y a menudo tienen más que ver con las cuestiones personales que con las cuestiones políticas, pero sería bueno dejar atrás lo que divide y empezar a construir un espacio político amplio, transversal y realista, capaz de incidir políticamente en el departamento y en la región. Así, en vez de pedir cosas a los partidos de matriz francesa y a las instituciones que controlan, los catalanistas podrían intentar obtener suficiente representación para pactar y gobernar. Sería un cambio de paradigma y una línea de actuación práctica e inteligente. Dudo mucho que llegue a ocurrir, pero el cambio de año es un buen momento para plantear deseos y anhelos. ¡Feliz año nuevo a todos!