Aquello de la foto, que vale más que mil palabras, no había tenido tanto sentido desde hacía años. Oriol Junqueras y Jordi Turull se abrazaban tras haber logrado el hito histórico de la amnistía, una ley impensable hace unos pocos meses, contra la que se habían pronunciado todos, especialmente los socialistas, que lo hicieron con vehemencia preelectoral. Sin embargo, Pedro Sánchez ya confesó en su discurso de investidura que hacía "de la necesidad, virtud", especialmente cuando la virtud es la Moncloa, y allí donde había dicho improperios contra los separatistas, ahora todo era concordia y entente con los catalanes. Siempre, sin embargo, con el tono de suficiencia prepotente del socialismo español —Illa incluido—, que siempre vende los pactos políticos como si fueran concesiones generosas. En este sentido, la frase de Sánchez en Twitter el día de la aprobación —"en política, como en la vida, el perdón es más poderoso que el rencor"— es un claro ejemplo de dicho estilo de chulo perdonavidas. De todos modos, fuera por la necesidad, la virtud y las circunstancias, el hecho es que la ley más inimaginable de todas fue aprobada, y este es un éxito del independentismo de enorme relevancia, que la foto Junqueras-Turull rubrica.
Dicho esto, ¿y ahora qué? Los dos grandes partidos independentistas ya han constatado en propia carne la dentellada de la división, sobre todo ERC, que ha sido especialmente castigado, y el daño se ha extendido también al independentismo civil, con el deplorable festival de despropósitos de las últimas elecciones en la ANC. Pero parece que algo se está moviendo en la dirección de rehacer unidades, aunque, vistas las circunstancias, las necesidades son tan agudas como las desconfianzas. Aun así, el panorama podría obligar a tomar algunas decisiones coordinadas, y por aquí puede empezar a girar la rueda del molino independentista. De entrada, la primera evidencia de acuerdo debería ser la imposibilidad de dejar la Generalitat en manos de un subalterno de Sánchez, que culminará el proceso de descatalanización de Catalunya con el que sueña el progresismo español desde siempre. Si ERC cayera en la tentación de mantener poder de partido, como parece que promete al PSC, por la vía de facilitar la investidura de Illa —aunque fuera desde fuera—, el independentismo sufriría un golpe, pero los republicanos sufrirían la madre de todos los tsunamis. ERC ya no tiene margen para mantener la estrategia de pactos con el PSOE, y necesita perentoriamente volver al eje nacional. Vistas las declaraciones de Marta Rovira y la propia foto de Junqueras, cabría pensar que esta es la conclusión a la que están llegando. Sea como fuere, cada día que pasa se aleja más la presidencia de Illa y se abren otras opciones.
Si Illa hace un Collboni, la respuesta de Junts y ERC solo puede ser una, si quieren jugar de verdad: hacer caer a Sánchez
La segunda cuestión que deben acordar Junts y ERC —que en realidad es la primera— es la presidencia del Parlament, que también parece que avanza adecuadamente. Huelga decir que un acuerdo independentista para el Parlament sería el primer síntoma de un cambio de paradigma relevante, que mandaría un poderoso mensaje a Pedro Sánchez. Pero hay una pega que lo puede hacer saltar por los aires: más que ERC y Junts o el propio PSC, es el PP quien tiene la llave de la presidencia del Parlament, y es perfectamente imaginable que hiciera lo mismo que hizo en Barcelona: taparse la nariz, envolverse en la bandera española y darle la venia al PSC. Si eso se produjera e Illa aceptara los votos del PP para impedir el acuerdo independentista, se abriría la tercera cuestión relevante que deberían acordar los dos partidos independentistas: ¿cuál sería el efecto en sus pactos con Pedro Sánchez? ¿Quedaría todo igual? ¿Permitirían que el partido que gobierna España gracias a sus votos se aliara con el PP para impedir que el independentismo tuviera el Parlament?
La pregunta es válida también para la tercera cuestión relevante si la investidura de Puigdemont fuera posible con los votos de ERC. Huelga decir que un acuerdo de este tipo sería el giro estratégico más importante de los republicanos desde 2017, pero también sería el gesto que apuntalaría una nueva situación política en Catalunya. No obstante, también en este caso, habría que saber dos cosas: una, qué haría Sánchez; y dos, qué harían Junts y ERC, si Illa hace un Collboni. La respuesta solo puede ser una, si quieren jugar de verdad: hacer caer a Sánchez. ¿Están dispuestos a contemplar esta opción seriamente, incluso con una moción de censura del PP donde tendrían que abstenerse? Hay que hacerse la pregunta, porque si el independentismo quiere jugar fuerte y de verdad, debe mandar señales inequívocas de fortaleza a la Moncloa. Esto tiene que ir en serio, o si no, que no empiecen. Ya no estamos en tiempo de probaturas.
Finalmente, si todo se fuera al garete, queda la segunda vuelta electoral, y aquí llega la última cuestión: ¿qué tipo de pacto, frente, acuerdo, alianza y etcétera presentarían las dos formaciones independentistas de cara a mostrar cierto grado de unidad electoral? Porque si se dan los primeros pasos en la dirección del reencuentro, habrá que plantear seriamente el último de ellos, ya sea por la vía de un frente (a estas alturas difícil de imaginar) o por la vía de un acuerdo estratégico. Pero eso ocurrirá al final de todo, si el resto de pasos no llegan a buen puerto. De momento, hay que acordar un Parlament independentista y preparar respuesta si el PP repite la jugada de Barcelona y el PSC se la come. Eso solo ya marcará el relato de los tiempos próximos e indicará si la foto de Turull y Junqueras es el síntoma de un giro en el independentismo, o solo es una simple foto.