La unidad del independentismo, es decir, fundamentalmente de ERC y Junts per Catalunya, monopolizó la sesión del miércoles en el Parlament. Los resultados de las elecciones del pasado día 23 han dado la llave del futuro Gobierno a los partidos soberanistas vascos y catalanes, y, muy específicamente, a Junts, la formación más reticente a pactar con Pedro Sánchez y el PSOE. Pere Aragonès insistió el miércoles en pedir unidad de acción al independentismo, con el objetivo de sacar el máximo rendimiento de los catorce diputados (siete y siete) de que disponen republicanos y juntaires en el Congreso. El president añadió que hay que dejar al margen la ya eterna pelea entre los dos grandes partidos independentistas. Si iniciamos una dinámica que pueda sonar a reproches, seguro que será mucho más difícil lograr este frente común. Por lo tanto, pongámoslo fácil". Igualmente, reclamó coraje a Sánchez, que es quien, recalcó, tiene la parte mayor de responsabilidad. En nombre de Junts, Albert Batet insistió en que lo que a ellos les mueve es su compromiso con Catalunya, y no "salvar" el Gobierno y su estabilidad. Batet, que no rechazó entenderse con ERC, constató que hay que aprovechar las circunstancias. No se privó, sin embargo, de censurar una vez más la estrategia de diálogo y pacto con Sánchez desplegada por parte de los de Oriol Junqueras.
La verdad es que estas declaraciones, como otras anteriores y otras que seguramente vendrán, deben de gustar a la mayoría de los catalanes independentistas. Muchos de ellos incluso pueden pensar que, después de los resultados electorales, ERC y Junts, Junts y ERC, han comprendido el mensaje y son conscientes de que uno de los motivos del castigo de los ciudadanos es su impresentable animadversión mutua. Los más optimistas pueden llegar a soñar, no solamente con la coordinación para esta negociación en Madrid de la que hablaban Aragonès y Batet, sino también con una nueva etapa de colaboración que, en el futuro, pudiera ir a más y desembocar en una estrategia unitaria en las Cortes españolas, una priorización de los pactos entre independentistas en municipios y diputaciones y, por qué no, un nuevo gobierno de coalición al frente de la Generalitat. Este escenario seguro que apetece, y mucho, al independentismo civil, a la gente. La pacificación y la construcción de una relación sana, positiva y fructífera entre republicanos y postconvergentes es una aspiración de muchas personas de buena fe, a quien la perspectiva de una reconciliación les ilusiona. (La forma en que Jaume Collboni logró hace muy poco la alcaldía de la Ciudad Condal hizo creer que se produciría un acercamiento entre Junts y ERC. Por otra parte, la todavía más reciente entrada de los republicanos en el gobierno de la Diputación de Barcelona no contribuye al buen clima entre los independentistas).
A mí todo esto me gustaría podérmelo creer. Pero soy gato escaldado. Todos hemos contemplado, una y otra vez, cómo se imponían las críticas, la acritud, la completa desconfianza y, a veces, un odio sincero y espeso. Eso es así porque los principales actores —este conflicto tiene una dimensión que es muy personal, de enfrentamiento entre personas con nombres y apellidos, muy concretas— son incapaces de pasar página y empezar de nuevo. Incapaces. Así pues, hasta que determinadas personas de ERC y Junts no abandonen el mando, la reconciliación no será posible. Ni siquiera lo será trabajar juntos de verdad.
Hasta que determinadas personas de ERC y Junts no abandonen el mando, la reconciliación no será posible
Por si eso no fuera bastante, en la presente coyuntura hay demasiadas cosas que hacen difícil deducir que se producirá la conjunción entre ERC y Junts que muchos ciudadanos querrían. Para empezar, muchos postconvergentes pueden sospechar —con razón, quizás, o sin ella— que ERC llama a hacer un frente común porque está con el agua en el cuello. Resumiéndolo mucho: en Junts saben perfectamente que la pérdida de votos de ERC ha sido brutal en las dos últimas elecciones: restaron más de 300.000 votos el 28 de mayo y más de 410.000 el domingo pasado. Dos auténticos porrazos. En vistas de ello, los de Carles Puigdemont especulan que tarde o temprano, pese a la disciplina impuesta por la cúpula, crecerán dentro de ERC las voces pidiendo explicaciones y responsabilidades a Junqueras y su entorno.
Además de las tirrias personales y del hecho de que ERC ha quedado debilitada en las dos últimas elecciones, hay una tercera razón para el pesimismo en cuanto al entendimiento entre unos y otros. Ante la situación que han dejado las elecciones españolas, los de Puigdemont pueden tener la tentación de creer que lo tienen todo de cara y, contrariamente, ERC, muchos números de salir maltrecha. Me explico. Si Junts per Catalunya pacta con Sánchez —lo que hoy por hoy parece muy complicado—, quien se llevará las medallas y los honores será, evidentemente, Junts. Si no hay pacto, es posible que sea también Junts quien salga ganando, ya que habrá exhibido firmeza ante el estado y demostrado un compromiso inexpugnable con Catalunya y su independencia. De alguna manera, los postconvergentes han logrado ser percibidos a ojos de buena parte del independentismo como más determinados, más coherentes, más dispuestos a lo que haga falta por la independencia.
Todos estos motivos, y alguno más, hacen muy cuesta arriba confiar que, esta vez sí, ERC y Junts, Junts y ERC, cambien de actitud y avancen por el camino de la colaboración y la mejora de sus relaciones. Como decía anteriormente, me considero un gato escaldado que, como tanta otra gente, ha contemplado en demasiadas ocasiones como las frases bienintencionadas eran ásperamente barridas por los hechos, por las acciones.
Veamos, aun así, qué sucede esta vez.