La política necesita la pulsión para hacer memoria, que es la base estructural de un país como el nuestro, hecho a medias y existencialmente cojo; pero también avanza a menudo gracias a la fuerza del olvido. Si yo ahora escribo una frase donde se incluyan las palabras "estructura B", "carteles de los hermanos Maragall" y etcétera, el lector más informado tendrá bien presente que me estoy refiriendo al escándalo sobre aquella mafia de Esquerra dedicada a hacer travesuras con el objetivo de hundir la reputación de algunos compañeros (sic) de partido. Si sigue haciendo memoria, también recordará vagamente nombres como Sergi Sabrià, Marc Colomer, y una serie de individuos que se vieron obligados a pirarse del Govern, acusados (básicamente, por Oriol Junqueras) de montar aquellas guerrillas difamatorias de los republicanos. Si se busca el suma cum laude del historiador aficionado, incluso revivirá cómo este mismo diario entrevistó en exclusiva mundial a un tal Pau, miembro de los críos de Igualada encargados de colgar los carteles donde se escarnecía a Ernest Maragall, una tarea por la que el pobre camarada solo cobró 50 euros y ni un triste bocadillo.
Todo eso puede acordarse la mar de bien o no (servidor, lo confieso sin ambages, ha necesitado unos cuantos favores de Mr. Google para reseñarlo); y, lógicamente, pueden ser unos hechos que preocupen a los protagonistas en cuestión y cabreen a los principales afectados del tema, empezando por la familia Maragall. Pero a la mayoría de la población, ocupada en cosas tan banales como poder sufragar la pescadilla familiar de la semana o al pagar el alquiler de cualquiera de nuestras exciudades, por mucho que siguiera el tema durante su momento de máximo estrés de actualidad, ahora ya le da absolutamente igual. Esta es la fuerza del olvido, que es solo la pura y simple lógica del paso del tiempo, una constante histórica conocida perfectamente por Oriol Junqueras, quien ayer cerró (casi a la búlgara) el congreso de Esquerra en Martorell donde se leyeron públicamente las conclusiones de la "comisión de la verdad". Para entender la credibilidad de un tal órgano de ERC solo hay que mencionar que Junqueras, humor no le falta, escogió a Joan Tardà para presidirlo (un gesto parecido a hacer que servidor presidiera una comisión de la modestia o Rufián sobre la coherencia moral).
Hay que aclarar antes que nada que la "comisión de la verdad" es una cosa meramente política, como las declaraciones de independencia leídas por Carme Forcadell, y que, por lo tanto, no tiene capacidad sancionadora. También hay que informar de que el insigne Joan Tardà se limitó a decir aquello que ya se había repetido hasta la náusea; a saber, que la estructura B del partido se fue profesionalizando hasta descontrolarse cerca del año 2019, justamente cuando el capataz de Esquerra dormía en Lledoners y no tenía ni un solo contacto con el mundo de los vivos. Sin nombrarlos, Tardà se refirió explícitamente a Sabrià y Colomer, y también se dignó a recordar un pequeño detalle; a la famosa "comisión de la verdad" no participaron ni Ernest Maragall, el principal afectado de la cosa, ni el president Aragonès, ni siquiera Marta Rovira, quien se limitó a enviarles un comunicado (vete a saber si con sello de Suiza). En resumen, y para no cansar todavía más al lector, que la comisión mencionada ha consistido en una simple comida de amigos para despotricar de unos antiguos compañeros que ya no estaban en la mesa. Quizás ERC tendría que hacer como Junts y fichar un mediador salvadoreño, pues en eso de buscar la verdad van muy mal.
Pero al fin y al cabo, insisto, a Junqueras tanto le da; porque (a pesar de algunos tuits del sector crítico que quería enterrarlo) el partido ha acabado cerrando políticamente" la crisis. Traducido al cristiano; que si te gusta muy bien, pero que si no te gusta... pues a callar, reina mía. De hecho, para no saberse tampoco se ha acabado de conocer cuánto dinero gastó Esquerra en la mencionada trama; solo sabemos que la empresa Relevance Marketing cobró cuatro millones de pepinos del partido entre el 2016 y el 2023 en concepto de gastos de campaña (felicitamos al proveedor en cuestión, que debe guardar las facturas de la camorra republicana en el cajón de los calcetines agujereados). ¡Y ya me diréis, a estas alturas de la película, quién se pondrá a investigar las corruptelas internas de Esquerra o de cualquier otro partido, con un periodismo nacional mucho más interesado en saber si hoy lloverá o si al pobre Ter Stegen le pudsieron los cuernos con el entrenador personal, pobrecito hijo mío! Todo eso, insisto, es una cosa bien conocida por Oriol Junqueras, que ha sobrevivido a sus ilusos enterradores con una maña admirable; la fuerza del olvido, que es el que ahora tocaba.
¿Y la verdad? Como casi todo en la vida, acabará saliendo a la superficie más tarde que temprano, quién sabe si en una futura tesis doctoral o en un papel universitario de aquellos que está escrito para que nadie se lo lea. Pero ahora todo el mundo está por otras cosas, Junqueras ha ganado el congreso que se había autoorganizado, y ya solo le queda alcanzar su sueño de presidir la Generalitat. Quizás cuando fracase en esta misión, quién sabe, dará por concluida su vida política. Pero todo eso pasará en el futuro, cuando las palabras "carteles de los hermanos Maragall" o "estructura B" formen parte del álbum familiar de la desmemoria. Que alguien guarde copias de estas postales nefastas del Alzhéimer; las pondremos en el museo del procés, junto con los lacitos amarillos, las camisetas de las distintas manis, y toda cuanto trasto pueda incluirse en la papelera de la historia.