El día que mi nieto no me entienda cuándo le hable en catalán, recordaré la mañana que asistí a la presentación de la Enquesta d’usos lingüístics de la Població con chaleco antibalas. En un país como el nuestro que está en guerra permanente desde hace tres siglos, el arma que más eficazmente nos recuerda la ocupación en el cual vivimos son los datos. En Catalunya, por suerte o por desgracia, tienen el poder de herir como balas. Duele oír que solo el 32% de la población tiene el catalán como lengua habitual, se hace difícil mantenerse de pie cuando se sabe que solo 330.000 personas afirman vivir en catalán durante el 100% de su tiempo y es casi imposible no agonizar, claro, cuando sabes que un millón y medio de habitantes de nuestro país no utilizan nunca el catalán. Por eso decidí llegarme al Palau de la Generalitat protegido contra el tiroteo de cifras: porque no hace falta ninguna encuesta para descubrir que las cosas no van bien, pero lo que sí que hace falta es no herirse ante sus resultados.

El día que mi nieto no me entienda cuándo le hable en catalán, pues, pensaré en los artículos desoladores, los tuits catastróficos y los tertulianos apocalípticos que un día de febrero del año 2025 convirtieron Catalunya en un patético infierno a medio camino entre un frenopático, un hospital de campaña improvisado en un polideportivo y una sala de velatorio. Por desgracia, el lamento es el único deporte nacional en que los catalanes tenemos el reconocimiento internacional, quizás por eso hay tanta gente a quien le interesa decir que la lengua catalana se está muriendo en vez de señalar, más bien, que lo que hace años que cría malvas son las decisiones políticas para blindarla. Hoy lloran los que durante décadas hicieron la vista gorda con una inmersión lingüística mal aplicada en la escuela, los que prometieron una república en la cual el catalán no tenía que ser la única lengua oficial y los que invirtieron menos dinero del que tocaba en cursos de lengua para recién llegados, fomento del catalán en el mundo audiovisual o una cosa tan básica como el cumplimiento de la Ley de Política Lingüística.

El día que mi nieto no me entienda cuando le hable en catalán, creo, abriré un libro de Historia y repasaré que el año 2006 entró en el Parlamento un partido, Ciudadanos, que tenía como objetivo convertir Catalunya en un lugar donde el castellano fuera la lengua principal de uso. El problema, sin embargo, es que el retroceso del catalán llegó curiosamente con diecinueve años ininterrumpidos de ejecutivos que tenían, como mínimo, un partido nacionalista o republicano en el Gobierno. Eso por no hablar de los catorce años consecutivos con la Generalitat teóricamente gobernada por independentistas, claro está. En todo este tiempo han pasado dos cosas: que el mundo se ha globalizado mientras aquí jugábamos a hacer la independencia sin ganas de hacerla y, sobre todo, que los miles y miles de recién llegados en los últimos años se han encontrado un país sin liderazgos, sin orgullo propio y donde todo el mundo dice pero nadie hace, donde todo el mundo llora pero nadie lucha y donde todo el mundo opina pero nadie actúa.

El día que mi nieto no me entienda cuándo le hable en catalán, eso sí, sonreiré pensando que al día siguiente de la Enquesta d’usos lingüístics 2023 escribí un artículo diciendo que tiene razón el conseller Vila, como mínimo en una cosa: hay partido. Concretamente estamos en el descanso y yo, cuando menos, solo destinaré energías al hablar de la remontada. En la primera parte las cosas no han salido bien y el rival es infinitamente superior, pero 93 de cada 100 catalanes entiende el catalán, el 97'8% de los nacidos en Catalunya sabe hablarlo y leerlo y el 75% de los habitantes nacidos fuera de Catalunya quiere aprenderlo. Eso por no hablar, claro, de que un 35% de los habitantes de Catalunya habla catalán a sus hijos, mientras que solo un 38% lo hace en castellano. De todos estos números, lo más importante es quedarse con una idea: todo aquello que hemos hecho mal para llegar hasta aquí, por suerte, depende de nosotros revertirlo. Podemos destinar los esfuerzos a lamernos las heridas o los podemos destinar, ahora que todo el mundo parece haber abierto los ojos de una puñetera vez, a cambiar la actitud y salir al ataque. Eso quiere decir proteger la lengua desde el desacomplejamiento y el orgullo propio.

El día que mi nieto no me entienda cuándo le hable en catalán, pues, intentaré gritar más fuerte o sacarle el tapón de cera de la oreja, ya que si no me entiende es porque no me oía. Para un estado como España, siempre es más fácil querernos convertir en una reserva india a quién contentar con cuatro detallitos simbólicos propios de una minoría nacional que no ver que las décadas avanzan, los catalanes con abuelos catalanes disminuyen y Catalunya, a pesar de eso, continúa de pie porque es una fábrica de hacer nuevos catalanes. Este es nuestro partido, por eso sé que mi nieto posiblemente no tendrá ningún apellido catalán, al igual que los nietos de mi nieto tendrán alguno proveniente de Marruecos, Colombia, Francia o Polonia. Claro. Sea como sea, sé que si hablarán catalán es porque antes, nosotros, habremos aprendido a diferenciar no solo entre el pesimismo y el desánimo, sino también entre el optimismo naif, que es hablar de 'hablantes secundarios', y el coraje firme, que es saber que el día que mi nieto no me entienda cuando le hable en catalán está cada vez más cerca. Pero tan cerca, de hecho, tanto, que este día es hoy y solo existirá en la ficción de este artículo.