La entrevista del domingo pasado a José Barrionuevo en El País, no sólo transcrita, sino también grabada, rebasa los límites soportables de la indecencia. El lenguaje corporal y el tono del criminal convicto sobrecogen, producen náuseas apenas contenibles. Es una jactancia sólo comparable a las brutalidades cometidas.
Ahora, transcurridos casi cuarenta años, Barrionuevo, condenando a 10 años por todas aquellas barbaridades, se jacta de haber ordenado secuestros de etarras en Francia. Y se proclama orgulloso de la liberación, para no cometer más desórdenes (¡sic!), de la liberación de Segundo Marey. La alternativa, ante el error en la persona secuestrada, era abandonarlo con un tiro en la nuca en una cuneta. Al estilo pistolero que decían combatir. Barrionuevo, según él, dijo que no, que se le debía liberar.
Como bien nos explicó en el Més 3/24, de TV3, este lunes la abogada de la víctima, Olga Tubau, Segundo Marey no fue liberado por compasión o por haber reconocido la confusión personal. Fue liberado porque era ciudadano francés. El joven gobierno socialista, intoxicado de la retórica policial heredera de la Triple A y del Batallón Vasco Español, no podía jugársela con sus correligionarios franceses, recelosos —con más que razón— de los enormes restos del franquismo en los servicios de seguridad españoles. Así pues, Marey se salvó porque era francés y así lo requirieron las autoridades galas.
Barrionuevo es un símbolo viviente de que el estado español, cuando se ve amenazado, no duda en recurrir en los mecanismos que hagan falta
En este contexto, hay una anécdota que, por quien me la trasladó, no creo que sea apócrifa. En plena vorágine sanguinaria de los asesinos de ETA, que desconcertaba a una policía española en absoluto preparada, a pesar de los tiempos vividos, para combatirla, en una reunión de la junta de dirección del Ministerio del Interior de los años ochenta, presidida por el ministro con la asistencia de subsecretarios, secretarios de estado, directores generales y varios altos mandos de los cuerpos y servicios policiales, los cargos políticos iban hablando y cuando le tocó el turno del ministro, este dijo: "Hasta ahora han hablado los políticos; ahora hablaremos los policías".
Tal era, según consta por varias fuentes, el grado de captura mental de ciertos políticos por parte de ciertos sectores policíacos, los más reaccionarios y al mismo tiempo más ineficientes y corruptos, como también se demostró judicialmente, que algunos de los nuevos políticos, políticamente en mantillas y fascinados por el mundo de ladrones y serenos, les compraban sus cuentos por descabellados que fueran. Como la burrada de perseguir por colaboración con banda armada a los familiares de los secuestrados por ETA que intentaran pagar el rescate. Esta captura del político es el primer objetivo de la supuesta autonomía policial, que es eludir rendir la más mínima cuenta. Hay políticos, como vemos, que lo compran y se sienten cómodos. Barrionuevo es una buena muestra de ello.
Rezuma en la referida entrevista su narcisismo: si no lo dice, revienta. Tenía que manifestar de forma inequívoca que desde Interior, bajo su dirección, se orquestaron los GAL o una de sus ramas. Exactamente igual que los militares implicados, condenados o no, en el 23-F, prescritos ya los delitos, admitieron el grado de su intervención en el golpe de estado. Que eso produzca un dolor tanto en las víctimas de los GAL como en las de ETA, es algo irrelevante.
Como también es irrelevante que alguien con las manos manchadas de sangre pase tres meses en la prisión —indultado por el otro partido alfa— y que los condenados a gravísimas penas privativas de libertad por el ejercicio pacífico de derechos tengan que esperar un indulto por un delito quimérico, todavía en discusión. Una vez más, y a la vista de la nula reacción del PSOE —salvo el PSE vasco—, la relación con esta apología por omisión hace políticamente muy difícil aceptar su buena voluntad en otras esferas más actuales.
Barrionuevo es un símbolo viviente de que el estado español, cuando se ve amenazado, no duda en recurrir en los mecanismos que hagan falta. No tiene ninguna importancia si son legales o delictivos, sean los GAL, el lawfare o la policía patriótica. En el fondo, la defensa última, como es habitual, es el recurso al pistolerismo y, si es llevado a cabo por denominados servidores del Estado, todavía mejor.