A pesar de ser un auténtico maestro en el arte de distraer al personal con inesperados conejos de la chistera, a Pedro Sánchez se le están acabando los trucos. Últimamente, se parece más a un mago de feriucha que a un David Copperfield de la política, agotado por los rayos fulminantes que le disparan desde sus mismos círculos de confianza. Es tal el pudridero que aparece en los audios del actual triángulo de apestados, otrora amigos del coche de redención, que parece imposible que la explosión final no le estalle en la cara. Además, a diferencia de otros tempus más felices, Sánchez no controla ni la agenda, ni el calendario, y el pánico a todo lo que puede salir, ahora que ya se ha destapado la cloaca, lo deja como una gallina sin cabeza, haciendo movimientos desesperados e inútiles.
Lo último ha sido pelearse con Trump, una maniobra de distracción que en otras épocas le habría dado réditos políticos y, sobre todo, habría entretenido al personal. Igual que lo ha hecho con el tema palestino —no en balde, la kufiya siempre es una gran coartada para despistar las propias miserias—, ahora intenta ponerse tacones con el populismo patrio de la cuestión OTAN. Pero esta pantalla de estadista de firucha ya no se la compra nadie, ni siquiera los medios que le son más próximos. Koldo era un problema, Ábalos, un drama, pero Santos Cerdán es una tragedia, y la suma de todo, un tsunami. A estas alturas, y a pesar de su extraordinaria capacidad de resiliencia, no parece que Sánchez pueda salvarse de la tormenta perfecta que anuncian los audios de este Villarejo 2.0 llamado Koldo. El poder, la corrupción y la prostitución convertidos en un triángulo de las Bermudas que inevitablemente devorarán al actual inquilino de la Moncloa. Sánchez siempre ha sabido jugar en política, pero parece que se está acercando a un implacable game over.
De hecho, no ha caído todavía gracias a la incapacidad de Feijóo de tejer alianzas parlamentarias, más allá de los inefables de Vox. Con todos los puentes quemados, visto el españolismo agresivo del PP hacia las identidades y lenguas del Estado, no tiene manera que vascos y catalanes le den apoyo, y la única salida para gobernar es ir a elecciones, cosa que Feijóo no puede decidir.
Pedro Sánchez no podrá resistir e, inevitablemente, caerá. Es demasiado grande el escándalo, demasiado sucio, demasiado próximo y ha durado demasiados años, y encima, todavía no ha explotado toda la cloaca. Imposible salvarse
Esta imposibilidad de la moción de censura es la principal carta que ha sacado Sánchez para intentar resistir, pero tampoco es un comodín que le permita sobrevivir. De entrada porque, por mucho que los partidos de la investidura no faciliten una moción de censura, tampoco parece imaginable que faciliten la gobernabilidad del Ejecutivo. Podemos tiene prisa por ir a elecciones, convencido de que está en condiciones de devorar a Sumar, a pesar de los últimos alaridos de Yolanda Díaz para fingir que lidera alguna cosa. El resto de las izquierdas, desde Bildu hasta ERC, tienen un papelón considerable si no quieren reforzar la imagen de muletas que ya tienen, y más ahora que tienen que dar apoyo a un gobierno manchado, que, inevitablemente, les salpicaría directamente. Y Junts y PNV, que tienen vida propia más allá de las alianzas puntuales, tampoco pueden mantener el apoyo a un Sánchez que no cumple ninguno de sus acuerdos, no les permite justificar la alianza en sus sectores y, encima, ahora está rodeado de mierda. En definitiva, el rompecabezas del gobierno de Sánchez ha sido siempre muy frágil, pero ahora bailan todas las piezas y puede quedar completamente partido.
Queda una última posibilidad, la más desesperada de todas, pero no impensable teniendo en cuenta la capacidad de Sánchez para cambiar situaciones imposibles: el acuerdo para la investidura de un presidente alternativo, cuyo nombre podría bascular desde el eterno ZP —aunque los ruidos de Venezuela amenazan por la banda—, o un Illa —que, sin embargo, dicen que dicen que dicen los audios futuribles—, o un nombre externo a los previsibles. Pero esta opción necesitaría un nuevo consenso de investidura de muy difícil digerir para los posibles aliados, que se convertirían en salvadores de un cuerpo muerto.
En definitiva, todos los análisis llevan al mismo resultado: Pedro Sánchez no podrá resistir e, inevitablemente, caerá. Es demasiado grande el escándalo, demasiado sucio, demasiado próximo y ha durado demasiados años, y encima, todavía no ha explotado toda la cloaca. Imposible salvarse.