La base independentista se ha abstenido en masa. Todas las elecciones son legítimas, a pesar de que vote poca gente, pero la abstención es un síntoma de desafección. Aunque no se quiera reconocer, durante los años del procés la participación electoral fue altísima, como nunca desde 1977. Esta será siempre una de las características de la revolución de las sonrisas. Los partidos independentistas han decepcionado de tal manera a los electores fieles al 1-O, que el castigo a Esquerra y la CUP ha sido severo. Xavier Trias ha salvado los muebles a expensas de desnaturalizar su partido, Junts, y beneficiarse del voto anti-Colau con un discurso de derechas. La baja participación ha favorecido la entrada de Vox en varios ayuntamientos, en detrimento de la CUP, que finalmente también se ha llevado un varapalo como los demás partidos independentistas. La izquierda unionista puede celebrar la victoria en las principales capitales catalanas y recupera el protagonismo que tenía antes del procés. Ciudadanos ha desaparecido del mapa porque ya no es un partido necesario para atizar el anticatalanismo o, como pasó en las elecciones de 2019, cerrar el paso al alcaldable de ERC. Es un efecto normal, sobre todo después de una gestión nefasta del postprocés por parte del independentismo político. La ruptura del Govern y la división estratégica entre los tres partidos, sumado al sectarismo más exacerbado, solo pueden dar como resultado una bajada en los apoyos electorales.

El PSC ya ganó las elecciones autonómicas de 2019 y contribuyó a hacer alcaldesa a Colau con la coalición unionista. Poco a poco, Illa ha ido consolidando un PSC más españolizado que nunca, pero blanqueado por la izquierda independentista y populista que, arrastrada por los sectores federalistas de ERC (que ha fracasado estrepitosamente en Santa Coloma de Gramenet), se ha convertido en una muleta más del bloque de la izquierda española. Esta opción, que se asemeja mucho a la actitud que ERC mantenía durante los años treinta, parece que le ha costado las alcaldías de Tarragona y Lleida y la aspiración de superar a Junts no se ha acabado de producir. Los estrategas de los republicanos tendrán que meditar mucho sobre cuáles son los pasos a hacer en los próximos años. Me atrevo a predecir que la propuesta de acuerdo de claridad entrará en una vía muerta de la que no podrá salir. En Barcelona, Esquerra cae en la irrelevancia, si es que no da un giro después de lo que tendría que ser de recibo: la dimisión de Ernest Maragall. Haber sacrificado la oposición a Colau por intereses, digamos, españolistas, solo podía llevar a los republicanos al desastre. Xavier Trias ha capitalizado, claramente, la oposición a Colau, a pesar de que lo haya hecho a expensas de no saber cuál es su modelo de ciudad. Si Trias consigue ser investido alcalde, solo podrá hacerlo con los votos del PSC, pero no está claro que, a pesar de quedar en primera posición, pueda conseguir la vara de alcalde. El bloque de izquierda (socialistas, comunes y republicanos) podría dejarlo con un palmo de narices. Ya se verá. Si el PSC se alía con Trias y se convierte en alcalde de Barcelona, está claro que en Girona los socialistas lograrán recuperar la alcaldía y Junts no tendrá margen de maniobra.

Por el momento, que la euforia de Trias no le juegue una mala pasada. En los próximos días habrá que analizar muy bien si los partidos del proceso tienen abierta una vía de agua que puede propiciar la aparición de una alternativa nueva. El independentismo haría bien de reflexionar qué ha ocurrido en L’Hospitalet de Llobregat, Santa Coloma de Gramenet, Badalona, Castelldefels, y en muchas de las ciudades del mitificado cinturón rojo. Si el independentismo no reacciona, el socialismo iniciará un ciclo de gobiernos a todos los niveles que dejará el país convertido en un páramo (nacional, cuando menos). La sucursalización de la política catalana llama a la puerta. En definitiva, los socialistas son ahora el primer partido en número de votos, seguido de Junts y ERC baja hasta a la tercera posición. Más vale que tomen nota.