El Banco Mundial, que ha rebajado esta semana un punto porcentual el PIB global en 2022, ha explicado que el mundo está sometido a tres crisis: la invasión de Ucrania por Rusia, la inflación (que pone incluso en peligro el futuro de la Unión Europea) y el último coletazo de la covid-19 (que ahora se ceba en China). La eurozona es donde se siente el mayor impacto de la inflación. La moneda común ―el euro― es el ancla del proyecto europeo, por lo que una caída precipitada de su divisa sería un riesgo mayor para su futuro, como ya se puede apreciar.
La inflación en la UE se situó en marzo en un 7,5%, subiendo desde el 5,9% en febrero, según Eurostat. El retroceso que ha seguido ―y viene de lejos― es palpable. El euro se usa con menor frecuencia como moneda de pagos global, registrando su mayor caída en marzo. Los pagos en euros cayeron al 35,4% de la cuota de mercado. La proporción más baja desde los primeros meses de la pandemia, según Swift.
Mientras tanto, el dólar se mantuvo en primer lugar por décima vez. Comparado con el billete verde, el euro ha disminuido constantemente, desde más de 1,22 dólares por euro hasta caer a 1,0640 en marzo de 2022. La paridad, como algunos soñaron, se ve muy lejana.
La moneda común es el ancla del proyecto europeo, por lo que una caída precipitada de su divisa sería un riesgo mayor para su futuro, como ya se puede apreciar
En la reunión del pasado jueves 14 de abril, el BCE informó que en el tercer trimestre de este año pondrían fin a la QE (la compra de deuda para estimular la economía). Pero no hay calendario sobre cuándo empezarán a subir los tipos, algo ante lo que el presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, advirtió: "No estoy a favor de vueltas de tuerca, pero hay que evitar la estanflación", es decir, no al estancamiento económico y a la vez más inflación. Y eso podría ocurrir, porque que la caída del euro hace que las importaciones se encarezcan.
Por el contrario, la Reserva Federal (Fed) que llegó tarde en EE.UU. a controlar la subida de precios, parece estar a favor de aumentar el tipo de interés al ritmo más rápido. Su presidente, Jerome Powell, es partidario de subirlo un 0,50%.
En su reunión de hace unos pocos días, el presidente de la Fed de St. Louis, James Bullard, dijo que debe irse rápidamente para mover los tipos a alrededor del 3,5% este año, y que no se debería descartar aumentos del 0,75. Y agregó que la Fed ya lo hizo cuando era presidente Alan Greenspan en 1994 y condujo a una expansión de una década. "No lo descartaría, aunque no es mi caso ahora". "Los comentarios de Bullard resumen el dilema en el que se han encontrado muchos de los bancos centrales del mundo", según el analista financiero Jeffrey Halley. "Subir agresivamente aunque sea corriendo el riesgo de recesiones".
En un período de "incertidumbre excepcional", según Carmen Reinhart, economista jefe del Banco Mundial, así están las cosas. Pero sin olvidar que los bancos centrales tienen como mandato fundamental la estabilidad de los precios.
Pero, ahora mismo, la inflación no está sólo en manos de los bancos centrales. La producción de petróleo de Rusia ha bajado un 10% desde su nivel anterior a la guerra. El Brent, referencia mundial del petróleo, subió comercialmente a 139,13 dólares el barril el 7 de marzo en los primeros días de la campaña militar rusa, pero retrocedió casi un 30% hasta un mínimo de 97,57 dólares por barril.
Ahora, Vladímir Putin quiere que suba, porque están en juego los ingresos por ventas de petróleo, que hasta ahora han servido para amortiguar el golpe de las sanciones. Ahora necesita que suba en el comienzo de una segunda ola, en que "probablemente será más duradera y con aumentos de precios del petróleo", según Bloomberg. "La Unión Europea está considerando dar pequeños pasos para reducir sus compras de petróleo ruso", según Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, "y también para que pueda incluirse en el próximo paquete de sanciones".
Entre la inflación y la invasión hay una guerra nueva que puede ser más dura de lo imaginable, como empezó todo.