"In God we trust". "En Dios confiamos", dice el lema escrito a fuego patriótico en el himno de Estados Unidos. Cuando una persona, un grupo social o un país cree tener a Dios como aliado, tiene tendencia a considerar sus actos como un mandato divino y, por lo tanto, no supeditado a una racionalidad que no esté teñida de superioridad moral. "En Dios confiamos".
Estados Unidos es un país creado bajo una premisa de una brutalidad muy bíblica, "ojo por ojo, diente por diente" y la pena de muerte forma parte de esa mentalidad de Far West con la que los estadounidenses han ido conquistando los países del mundo hasta convertirlos en franquicias estructuradas siguiendo distintas pautas: según los deseos de la nave nodriza, unas se rigen por un régimen autoritario; otras, por una democracia más o menos democrática, según las circunstancias y las necesidades económicas del imperio.
Estados Unidos es uno de los países que han hecho de la muerte un espectáculo que forma parte del show business gore de escala planetaria. A veces lo hacen en cinemascope, como la famosa "Tormenta del desierto"; otras, en un formato más chapucero, como los golpes de estado tutelados en Argentina, Chile o Paraguay. También tienen cierta predilección por el formato "show escolar" protagonizado por ejecutores juveniles "adiestrados" por la Sociedad del Rifle, y una gran maestría en crear pequeñas obras de arte y ensayo escenificadas en salas de ejecución situadas en los corredores de la muerte.
El último éxito de esta vertiente teatral de pequeño formato ha tenido a Kenneth Smith como actor principal, el primer reo ejecutado con gas nitrógeno, un método experimental escogido por un motivo meramente fisiológico. Cuando en noviembre de 2022 intentaron ejecutar a Kenneth Smith mediante la inyección letal, fueron incapaces de encontrarle una vía intravenosa apta para suministrarle el veneno. Hay que tener el cuerpo hecho una mierda para que no te localicen un filón rojizo de calidad. Pero como decía Freddie Mercury: "Show must go on".
Finalmente, y gracias a la eficacia del gas nitrógeno, Smith ha pasado a mejor vida haciendo del sufrimiento y de la hipoxia un espectáculo merecedor de un Oscar a los mejores efectos especiales. Cinco minutos pueden ser una eternidad o una chispa, dependiendo de la intensidad del intervalo. Y es que en Alabama, lugar donde el espectáculo de la muerte es casi catártico, el reo no tiene derecho a que lo seden antes de administrarle el veneno.
Matar bajo el paraguas de la ley es cometer un crimen de Estado
Todos los métodos de ejecución han necesitado de conejitos de indias para alcanzar su máxima efectividad. Y como el animalillo indefenso, el condenado a muerte asiste a su propia ejecución como invitado de piedra entregado a la mezquindad del sistema. Perfeccionar el método y hacerlo más efectivo parece que apacigua la mala conciencia de los que creen ciegamente en el ojo por ojo. "Le hemos dado una muerte justa", se dicen, "de acuerdo con su crimen". Tanto con la silla eléctrica como con la inyección letal o el gas nitrógeno, la muerte es lenta y dolorosa, un viaje infernal sostenido por la mirada justiciera de los ejecutores y la de los familiares sedientos de venganza. El odio es comprensible, pero matar bajo el paraguas de la ley es cometer un crimen de Estado.
En Estados Unidos, las condenas se anuncian en un tiempo prudencial. Unas horas de espera que sirven para presentar un recurso y el veredicto definitivo en voz del gobernador del Estado. Esta transparencia tan democrática forma parte del espectáculo, "teatro del bueno", como diría Mourinho, pero, al fin y al cabo, quiere transmitir a la población el mismo mensaje aleccionador que los millares de ejecuciones silenciadas en China, Rusia o Irán.
Hay muchos reos a los que, una vez ejecutados, se les ha declarado inocentes, in memoriam. Los católicos ortodoxos y defensores a ultranza de la pena de muerte dirán que Dios lo ha querido así. "Y es que en Dios confiamos".
Cuando vivía en Nueva York, tuve arduas discusiones con compañeros llegados de algún lugar de EE.UU. donde era vigente la pena capital. Y me sorprendía cómo defendían la ejecución desde una perspectiva economicista. Mantener a los presos era muy caro para el sistema y ellos no estaban dispuestos a pagar con sus impuestos la manutención in eternum de un asesino confeso, sin tener en cuenta que la mayoría de los condenados a muerte eran aquellos que no tenían medios suficientes para pagarse una defensa en condiciones.
He nacido en la tierra del garrote vil, un método de ejecución digno de la historia de España. Tenía nueve años cuando ejecutaron a Salvador Puig Antich y recuerdo la larga espera, las manifestaciones por toda Europa para impedir el asesinato y, finalmente, las portadas de los periódicos anunciando el crimen de Estado llevado a cabo por el tardofranquismo. Y una reflexión. En la Europa actual, no sé si muchos ciudadanos se manifestarían por la vida de un condenado a muerte.
La ejecución encarnizada de Kenneth Smith debería servir para bajar el telón de este show de odio institucionalizado, pero, desgraciadamente, pasará a la historia como la primera en la que se utilizó gas nitrógeno, un método más limpio que la inyección letal y con el que evitas ensuciarte los dedos de sangre. Encontrar una vena intravenosa no siempre es fácil.