Si yo fuera político, no me preocuparía ganar las próximas elecciones. Catalunya no necesita a otro presidente independentista, necesita una revolución cultural. Los catalanes necesitamos cambiar nuestra manera de estar en el mundo. No podemos seguir viviendo como bichos sobre los escombros del catalanismo. El catalanismo se acabó con la Guerra Civil. Jordi Pujol hizo una interpretación cómica, inspirada en los chistes de Capri, para entretener a los catalanes y despistar a los españoles en plena Guerra Fría. Pujol quería ganar tiempo; Illa solo lo utiliza para justificar la renuncia del PSC a la autodeterminación, y para dar un trozo de pastel a las élites locales en la política de saqueo y de españolización.

Los catalanes no podemos seguir confundiendo la bondad con la debilidad, y el país con sus instituciones y sus partidos. El país necesita hacer introspección. Los catalanes necesitamos aprender a sacar bastante política de nuestra parte más oscura, y prepararnos por|para la violencia que gobierna el mundo. No puede ser que la administración esté llena de funcionarios jugando a hacer de Jesucristo con el dinero del contribuyente. No puede ser que los activistas de la CUP, que eran la vanguardia del procés, hagan ver que están limpios de culpa. Si no mintieron, se acobardaron. No tiene ningún sentido que ahora utilicen a Orriols para dar lecciones, o que apunten contra los catalanes que han heredado un piso para taparse las vergüenzas.

A mí no me preocupa tanto el sucedáneo de invasión africanista que sufrimos, como las huidas adelante provocadas por el procés. En algún momento tendremos que frenar un poco. En algún momento tendríamos que detenernos a examinar, a la luz de los hechos vividos, qué podemos defender personalmente, sin cubrirlo todo de discursos moralistas. Si los chicos de Alhora prefieren hacer una estancia en Montserrat, que hablar de la situación de la iglesia catalana, pues muy bien: pero que no confíen en la Moreneta para que alguien se los tome en serio. Si yo fuera político, lo sacrificaría todo a romper los moldes y a proteger la libertad de los jóvenes —entendiendo por libertad todo aquello que da capacidad de decisión, desde la imaginación hasta el dinero, pasando por los clásicos y la fuerza bruta.

Los valores del catalanismo ya no sirven, son fruto de un tiempo en el cual el país era homogéneo y se pagaban pocos impuestos

Desde el punto de vista político, los catalanes que estamos por encima de los cuarenta somos sencillamente unos muertos vivientes, solo podemos aspirar a digerir el pasado de manera creativa para que no se coma el futuro de los que vendrán. Cuando en 2019 decíamos que nos jugábamos los próximos 30 años, y al mismo tiempo, cada uno de estos 30 años, no lo decíamos para exagerar. Solo han pasado cinco y el desierto crece a un ritmo de vértigo. Cuando propuse engordar el cerdo, me preguntaban cómo podía ser que insultara a tanta gente en Twitter y a la vez propusiera votar a ERC. Lo único que me debí entender es el Oriol Junqueras, que entonces se acababa de escurrir en el centro de la granja y ahora se juega la carrera en un congreso a matar.

Junqueras y Orriols son las dos figuras que, por experiencia, saben mejor hasta qué punto la cultura política del país nos ha dejado a la intemperie. Puigdemont lo empieza a entender, por eso se ha rodeado de supervivientes profesionales como él, tipo Toni Castellà y Agustí Colomines. Si yo fuera Puigdemont trataría de acercarme a Junqueras y crear un espacio de centroizquierda que dispute el cretinismo institucional al PSC. A Orriols alguien la tendría que ayudar, porque Catalunya necesita un partido de derecha y ella sola no será nunca un partido, solo será una voz. Ahora que se empieza a ver que los pisos de protección oficial que el presidente Illa dice que faltan en el país ya los teníamos y los privatizamos para absorber la inmigración española, tenemos que aprovechar la perspectiva que da el tiempo para explicar el país de otra manera.

Catalunya no se puede permitir volver a ser el vertedero de la democracia española, si no quiere acabar como Mallorca o como Valencia. CiU ayudó al PSOE a hacer entrar España en la Unión Europea y pagamos con un procés de independencia, improvisado y pervertido, la furia del PP por haber europeizado el Estado y por haber dado aire a la izquierda madrileña. Los valores del catalanismo ya no sirven. Son fruto de un tiempo en el cual el país era homogéneo, en el cual se pagaban pocos impuestos, y en el cual las tierras castellanas tenían una potencia demográfica mucho más fuerte que la nuestra. Esta situación no es nueva: ya lo escribí el año 2000, en uno de mis primeros artículos.

Desde entonces, solo he visto cómo todo aquello que era oficial iba hacia abajo con una increíble ufanía. La destrucción de los últimos años, y la que vendrá, es inevitable. La cuestión es si aprovecharemos los espacios demolidos para crear alguna cosa nueva o si la destrucción nos acabará de pasar por encima. La tentación de abandonarse, de soltarse, como se soltó el sur de Italia cuando, en Barcelona, los ideales catalanistas empezaban a emerger, será inmensa. Igual que en El gatopardo de Tomasi de Lampedusa, los últimos años hemos visto a muchas señoras haciendo el mono, muchos tuertos aferrados a cortesanas, y algún príncipe de Salina intentando acariciar este fatalismo aristocrático que después da daño de barriga.

Los próximos 30 años nos costará lo que no está escrito mantenernos dentro de la historia. Y si nos dormimos porque la noche es larga, ya no creo que nos despertemos.