El primer éxito de los Gaudí radica en el hecho de que el admirable actor Eduard Fernández, cinco veces ganador de la cosa, recoja la estatuilla de mejor protagonista masculino sin confundirla con un Goya. A su vez, la importancia de la fiesta cinematográfica (hasta hace muy poco, una mera excusa para cenar gratis y ver cómo de mal ataviadas pueden ir las conselleres del Govern) se ha certificado este año con el hecho de que un premiado ejercite el lacrimal mientras discursea. Hablo de Eduard Solà, mejor guionista nacional por Casa en flames (a quien no tenía el placer de conocer; por mi culpa, pues cada día me complace más aislarme así en general), quien aprovechó su minuto de gloria para reivindicar el charneguismo y recordar que no disfruta del privilegio de tener casa en la Costa Brava. En casa debemos ser especiales, pues compartimos sangre extranjera y propiedad ampurdanesa; no sabes lo que te pierdes, Edu.

A pesar de bañarnos muy a menudo en Cala Estreta, ya lo ves, la familia nunca se ha metido con los charnegos. De hecho, este es un adjetivo que, desde hace lustros, ha pasado a la historia; no solo porque los catalanes hayamos naturalizado la procedencia diversa, sino porque nos complace mucho más charlar sobre la prosperidad que nos ha garantizado el país. Esta posición no gusta mucho a los culturetas y al estamento cinematográfico de la tribu, mucho más interesados en hablar sobre la crisis de Gaza (un 90% no la deben saber ni situar en un mapamundi) y el genocidio de la vivienda que vive Barcelona por sus altísimos alquileres que de la ocupación española del país, la cuestión que más los tendría que preocupar a todos los niveles. No es extraño, pues, que las dos películas premiadas de este año hurguen en las miserias de una familia del Eixample y retraten el heroísmo de un hombre generoso sin mencionar sus vínculos sindicales.

Abrazar el charneguismo y la ética del pobre no nos saldrá gratis ya que, como ha pasado en los Estados Unidos, toda esta charla solo provocará una ola reaccionaria que acabará con el Trump de turno y su corte tecnocrática en el poder

A mí esto de comentar debates que resultan caducos desde hace mucho tiempo me da un palo terrible. Pero lo que más me complació la gala de los Gaudí (que solo he visto en fragmentos; la vida es corta y hay que aprovecharla) resulta comprobar cómo nuestros actores más jóvenes de la generación milenial-zentenial, a pesar de comprar discursos trillados antijudíos y próximos a la nacionalización de la economía, están mucho mejor preparados que sus padres y abuelos. La mayoría de ellos, a su vez, han naturalizado el capitalismo de una forma muy sana; saben que no es suficiente con currar en el teatro, y buscan refugio en las plataformas o el cine (este último, un arte que es uno de los hijos más notorios de la economía de mercado). Digan lo que digan, saben desfilar muy bien vestidos por una alfombra roja, y eso es una grandísima noticia.

Nuestros actores pueden comprar la chatarra ideológica de los tullidos y situar el marco mental de la política allí donde quiere al PSOE (¡Salvador Illa estaba en la gala de los premios y se lo veía más feliz que una lombriz!), pero lo importante es lo que hacen. También que tengan la conciencia de que el Estado (o la autonomía) no les servirá para pagarse los trajes. Por eso es importante que, aunque se hable de Gaza, celebrities del mundo cultural como Carlos Cuevas o nuestra Julieta marquen un cierto optimismo, él con la sonrisa pícara del triunfador y ella con unos melones que parecen una emulación de la Victoria de Samotracia. Sin embargo, la cultura del país tiene que ser consciente que seguir abrazando el charneguismo y la ética del pobre no nos saldrá gratis ya que, como ha pasado en los Estados Unidos, toda esta charla solo provocará una ola reaccionaria que acabará con el Trump de turno y su corte tecnocrática al poder.

Este es, ciertamente, el único enigma que atenaza la política catalana. Quién será el emperador que surgirá de todo esta empanada mental progre y qué technobros le cubrirán las espaldas. Para eso todavía falta un tiempo, no solo porque Catalunya vaya lenta y ahora esté narcotizada por el PSC, el opio del pueblo, sino porque la alternativa tendrá que superar las lideresas de pueblo y sus espónsores semiconvergentes. Pero la cosa llegará, no tengáis duda. Por los charnegos no sufráis, que si hacen más películas así, acabarán bañándose también en nuestra cala con una alegría que ni os explico. De momento, da mucho gusto verlos compartiendo su lucha a través de las plataformas mediáticas de los amigos de Donald Trump.