Cuando yo era pequeña mis padres compraron una enciclopedia de más de 20 volúmenes, la Enciclopedia Salvat, que me ayudó a buscar información y hacer los deberes sin necesidad de ir a menudo a la biblioteca. Era el equivalente de la Wikipedia actual y, afortunadamente, estaba toda la información contrastada que podía necesitar. ¡Qué suerte tuvimos los estudiantes de primaria y secundaria en aquella época de las enciclopedias compradas a volúmenes! De regalo, iban 10 volúmenes más pequeños, titulados El Mundo de los Niños, que fue mi puerta de entrada a las canciones infantiles, los cuentos, las leyendas, la mitología y la fantasía de todo el mundo. Me fascinaron tanto, que algunos de los tomos los llegué a releer hasta casi sabérmelos de memoria.
En uno de los tomos salía la leyenda del Rey Midas, aquel rey que pensó que el oro daba la felicidad, así que el dios Dioniso le concedió el don de convertir cualquier cosa que tocara en oro, incluso, lo que comía o a quien quería. Ya se ve, pues, que si no se hubiera desdicho de su deseo, habría muerto de inanición... y de tristeza. También había un cuento ruso que explicaba lo valiosa que era la sal en ciertas zonas asiáticas, donde se esforzaban tanto por tener sal y condimentar los platos y para hacer salazones para conservar la comida, que la intercambiaban por joyas, oro y seda. Estas historias explicaban, de manera muy diversa, cómo el humano ha sido capaz de considerar que ciertos objetos o materiales eran objeto de deseo para muchos otros humanos y que, por lo tanto, podrían utilizar como moneda de intercambio en situaciones donde uno no era capaz de generar o producir todo lo que le es necesario para sobrevivir. Tú me vendes y yo te lo pago.
Es evidente que las monedas, los billetes y las tarjetas de crédito no han existido siempre. La historia de la economía y la monetización de las poblaciones humanas es fascinante, ya que los humanos han tenido que encontrar maneras de poder pagar lo que no tenían, ya fuera la comida, el derecho al agua, a la tierra o a una casa. Históricamente, los metales preciosos, como el oro o la plata, han sido aceptados universalmente, por su escasez y durabilidad (oro), o por su dureza y facilidad de hacer herramientas e instrumentos (plata). Los denarios (una moneda romana) de plata fueron usados como referente (patrón moneda), y de aquí que, en la edad media, las monedas se llamaran "dinero", palabra derivada de denario. Otro metal que se utilizó para hacer monedas es el cobre, muy valorado por su ductilidad y conductibilidad (de la electricidad) y sigue siéndolo, ya que es un problema actual no resuelto los robos de las catenarias de los trenes (ricos en cobre). Lo bueno de los metales es que siempre se pueden reaprovechar, fundirlos y hacer nuevas monedas o nuevos utensilios. Otras "monedas de cambio" son mucho más perecederas, y se tenía que ir con cuidado porque podían perder valor. Todavía hay países que consideran válido pagar con cabezas de rebaño. Todos hemos oído hablar de pagar con el equivalente en camellos o en vacas. De hecho, la moneda india, la rúpia, quiere decir "rebaño de bueyes", y cuando hablamos de gasto pecuniario, quizás no sabemos que pecus quiere decir "ganado" en latín, y que las primeras monedas romanas tenían dibujados cerdos y ovejas y se llamaban pecunias, de aquí que hablamos de obligaciones o gastos pecuniarios (de manera fácil y sencilla, podéis encontrar estas y otras historias en dos documentos públicos de educación financiera para los estudiantes de secundaria).
Nuestro mundo está cambiando y hoy día no hay que tener reservas de oro que apoyen el valor de las monedas y los billetes que usamos
Al ser humano le gusta comer bien y, por eso, las especias siempre han sido muy valiosas. Añadir sabor a la comida insípida ha sido siempre una prioridad muy valorada (y sigue siéndolo). Ya he comentado el valor que tiene la sal en muchos países. Los fenicios extendieron su imperio comercial por el Mediterráneo, en parte, comerciando con sal; de aquí, también, que nuestro sueldo se llame salario. Pero también eran extremadamente valoradas la pimienta y muchas otras especias. Como que muchos de estos condimentos, así como los tejidos suaves y lujosos, como la seda, provenían del Este asiático, todos sabemos que gran parte del comercio y del intercambio entre las culturas de Oriente y Occidente se produjo gracias a la Ruta de la Seda y las Especias, que venía desde China hasta Europa. El pago, o los regalos, en especias o en tejidos, era muy habitual. Hay que recordar que a causa del precio desorbitado que podían alcanzar, se propiciaron los viajes en busca de las Indias y la consiguiente expansión de los imperios coloniales durante los siglos XVI al XIX.
En determinadas poblaciones y épocas, los granos de arroz y cebada, y también el té, todos han servido para comerciar y hacer pagos, pero hoy quería hacer mención de un volumen especial de la revista Economic Anthropology, recientemente publicado y dedicado a la financiarización. Uno de los artículos expone como el antiguo imperio maya clásico utilizaba los granos de cacao y el chocolate como moneda de intercambio y pago. Los mayas nunca utilizaron monedas. Los informes de los virreyes y delegados españoles en las colonias centroamericanas explican que el intercambio de bienes y los pagos se hacían con maíz, tabaco, tejidos y granos de cacao, pero no se sabía si este pago con los granos que permiten hacer el chocolate era un fenómeno muy común. El chocolate era una bebida extremadamente apreciada, y hay textos de la época que clasifican los granos de cacao según su procedencia y calidad para producir la bebida. La autora del artículo recogió información de la época maya, desde 250 d.C. hasta 900 d.C., y llega a la conclusión que en los últimos siglos de este gran imperio, los granos de cacao (y también la ropa de algodón) se hacían realmente servir como método de pago en el mercado, de pago de tributos y tasas, como salario, para jugar y apostar. Y presenta evidencias escritas de la relevancia del cacao para pagos en la península del Yucatán.
Como bien diserta la autora, nuestro mundo está cambiando y hoy en día no hay que tener reservas de oro que apoyen el valor de las monedas y los billetes que usamos. De hecho, hay países como Dinamarca (y pronto Suecia) donde ya no se hacen pagos con monedas, sino sólo con tarjetas de crédito. Haciendo un clic, el dinero pasa virtualmente de nuestra cuenta corriente a otra cuenta corriente. No lo hemos visto, el dinero, ni hace falta que lo veamos. Sólo hay que poner fe. La misma fe que hoy día apoya a las criptomonedes, como los bitcoins (las primeras que surgieron y las más conocidas, que no las únicas) que sólo son un código de ordenador ejecutado, asegurado y protegido. Una entelequia que necesita mucho soporte informático, redes y datos, pero que, mirándolo bien, sólo vale lo que estemos dispuestos a pagar, o a soñar que vale. De aquí, la extrema variabilidad del precio que pueden conseguir los bitcoins, que suben y bajan como una montaña rusa, según los caprichos de los que especulan.
Pensemos en granos de cacao, de arroz o de hojas de té. Valen sólo el valor que les queramos dar, y este valor es lábil. Pero lo que es cierto es que siempre necesitaremos una moneda de intercambio y pago.