Recuerdo perfectamente que en mis libros de EGB (la educación primaria de mi época) se describía una línea evolutiva más o menos directa, desde los simios hasta humanos, para explicar la adquisición de rasgos que nos caracterizan como "humanos": la evolución hacia al bipedismo (andar sobre dos piernas), con los concomitantes cambios de la forma de la pelvis y la liberación de las manos, que permitió el trabajo manual de precisión, o los cambios en la forma del cráneo con el incremento de la capacidad craneal y, por lo tanto, del volumen y forma del cerebro... Desde el Australopithecus hasta el Homo erectus, y con algunos eslabones perdidos, para llegar finalmente a los Homo Sapiens actuales. En la prehistoria aparecían dos tipos humanos diferenciados: nos hablaban de los neandertales (que siempre se dibujaban como altos, peludos, de cráneo más grande y rasgos faciales toscos), los cuales se extinguieron hace unos 40.000 años, mientras que, por el contrario, sobrevivían los "Cromagnon", que somos nosotros (por cierto, este último nombre ha quedado obsoleto y actualmente nos autodenominamos humanos modernos).
Como que los neandertales y los hombres modernos coexistimos en el tiempo y el espacio (ambos tipos de homínidos vivimos en Europa durante la misma época durante miles de años) se discutió en el campo de los antropólogos y arqueólogos durante mucho tiempo si hubo contacto, tanto con respecto al intercambio de conocimientos (como por ejemplo hacer herramientas de piedra y otros utensilios, manifestaciones ornamentales y artísticas...) como físico (¿nunca se entrecruzaron?). No hace tantos años se decía que no había ninguna evidencia de que los humanos modernos se hubieran nunca cruzado con los neandertales y parecía, pues, que nuestro linaje evolutivo homínido era único y lineal. Sin embargo, como pasa muchas veces, discusiones que habían ocupado años y esfuerzos de estudios e investigación, pueden ser resueltas con el advenimiento de nuevas tecnologías, que nos permiten hacer análisis hasta límites insospechados.
Con las técnicas de secuenciación masiva, en la que se puede analizar todo el genoma de un organismo, se empezaron a secuenciar muestras de fósiles humanos. En muchas muestras el ADN está degradado y, por lo tanto, es imposible extraer datos científicamente fiables, pero el año 2010 se secuenció por primera vez el genoma de un neandertal a partir de restos encontrados en la cueva de Altai (en el Sur de Siberia). Esta cueva había sido habitada por los neandertales y se han encontrado numerosos restos de actividad humana. Además, las condiciones de la cueva eran buenas para preservar el ADN, por lo tanto, la secuencia obtenida era de suficiente calidad para establecer comparaciones con los genomas de los humanos modernos actuales. El resultado fue que... ¡oh, sorpresa! Los neandertales y los humanos modernos sí que se habían cruzado. De hecho, el ADN de los humanos actuales que tienen un origen geográfico fuera de África (más específicamente, de origen subsahariano) contiene una media del 2% de genoma que procede de neandertales. Teniendo en cuenta que los neandertales se extinguieron hace tantos miles de años y el montón de generaciones humanas que han pasado en este periodo, quiere decir que la presencia y el cruce entre poblaciones humanas fue bastante extensivo. De hecho, hay unos restos de un humano moderno de hace 40.000 años en que el porcentaje de ADN neandertal es mucho más alto, y se calcula que uno de sus tatarabuelos o tatarabuelas (5-6 generaciones atrás) era neandertal. ¡Por lo tanto, la saga de novelas de ficción (y mucho éxito) de Jean M. Auel, sobre el Clan del Oso Cavernario, en que una chica "Cromagnon" es acogida por un grupo de neandertales, con los cuales convive y se cruza, no era tan atrevida como parecía cuando se publicó en 1980!
Todos nosotros somos un puzzle del ADN de nuestros ancestres
Pero todavía hay más, se han encontrado restos de otros homínidos, de la misma época que los neandertales y los humanos modernos, pero que al salir de África migraron hacia Asia, los denisovanos (llamados así por la cueva de Siberia donde se encontraron restos por primera vez). La secuenciación de estos restos demuestran que un buen porcentaje del ADN de los humanos actuales en Asia (por ejemplo, en China y en Japón) procede de los denisovanos. Justamente acaba de salir publicado en la revista Cell un artículo muy interesante en que la comparación exhaustiva de muchos genomas humanos demuestra que al menos hubo cruce con dos poblaciones de denisovanos diferentes. Eso se pone particularmente de manifiesto cuando en la comparación se incluyen los ADNs de humanos de Papua-Nova Guinea y otras islas del Pacífico. De hecho, un resultado muy sorprendente es que comparando todos los genomas, han inferido que nuestro genoma contiene también ADN de, como mínimo, ¡otro homínido desconocido del cual todavía no se han encontrado los restos!
¿Y cómo sabemos que estos fragmentos de ADN son de origen neandertal o de denisovano? Pues porque cuando leemos la secuencia del ADN de los humanos actuales, encontramos fragmentos enteros que son idénticos, en bloque (en términos genéticos se dice que hay haplotipos compartidos), los que encontramos secuenciando los restos fósiles. Es como si leyéramos una novela y encontráramos un capítulo que es idéntico, punto por punto, al de otra novela diferente. Algunos humanos tienen este capítulo idéntico al de los neandertales y otros, no. Como el plagio en el ADN no existe, la explicación razonable y plausible es el cruce genético. Y ahora podéis preguntar, ¿y por qué después de tantos millares de años, todavía se mantiene el haplotipo en bloque? La explicación que nos da la genética evolutiva es que cuando hay regiones de ADN que se conservan a lo largo del tiempo en haplotipo es porque actúa una selección natural positiva, es decir, porque la información genética contenida en este ADN confiere alguna característica genética que se ha seleccionado a favor. De momento, los análisis ya han demostrado que algunas de las regiones de ADN denisovano conservadas en humanos contienen genes muy importantes para la inmunidad a ciertos parásitos y microorganismos, y en el caso del ADN neandertal sabemos que algunas de las regiones que perduran han ayudado a la adaptación a ambientes más fríos o están relacionadas con la resistencia —o con el riesgo—a sufrir enfermedades autoinmunes o psiquiátricas, pero todavía queda mucho para descubrir.
Como ya expliqué en otro artículo, todos nosotros somos un puzzle del ADN de nuestros ancestres. Ahora sabemos que lo que nosotros consideramos como humano, no es exclusivamente producto de una evolución lineal y aislada, sino que procedemos de diferentes homínidos que migraron en oleadas sucesivas desde África, colonizando el mundo, y cuando las poblaciones se iban encontrando, se cruzaban dejando descendientes fértiles. Los humanos actuales estamos hechos de piezas de ADN de muchos otros linajes de homínidos que nos han precedido, y este legado, esta herencia ancestral nos añade diversidad como especie. Podemos explicar algunas de las diferencias de los humanos a la contribución diferencial del genoma de los homínidos que ya se han extinguido. ¡Es un campo de la genética evolutiva humana absolutamente fascinante!