Después del descanso navideño, la primera portada del año 2018 de la revista Science es muy sugerente y atractiva. A vista rápida, exactamente os parecería un anuncio de una tienda de gominolas, figuras comestibles de colores y formas brillantes, diferentes sabores, diferentes texturas... pero, de hecho, es una ilustración imaginativa de nuestra microbiota intestinal. Una de mis amigas ya hace tiempo me comentó si algún día hablaría de microbiota, un tema complejo, que da mucho de sí, y que he ido posponiendo, pero del que hoy toca hablar, en algunos aspectos, pues se acaban de publicar tres artículos consecutivos de diferentes grupos sobre la relevancia de nuestras bacterias intestinales en el éxito de la terapia anticáncer.
En primer lugar, ¿qué es la microbiota humana? La microbiota es el conjunto de bacterias y otros microorganismos que viven y comparten nuestro cuerpo. Están por encima de la piel y la córnea, y dentro de todos los orificios, dentro de los canales auditivos, las fosas nasales, la boca, garganta y los pulmones, la vejiga y la uretra, la vagina y, evidentemente, todo el tracto digestivo. Si contáramos el número de células bacterianas, la cifra gana en órdenes de magnitud al número de células de nuestro cuerpo. ¡Sí, sí, tenemos más bacterias que células! Si hacemos el cálculo por el peso, tenemos en torno a 2 kilos de bacterias compartiendo nuestro espacio, particularmente concentradas en nuestros intestinos. Estas bacterias son de muchos tipos diferentes: pueden ser oportunistas y provocar infecciones si estamos en baja forma, pueden ser comensales y vivir de forma más o menos neutra en nuestro cuerpo, o también mantener una relación de mutualismo, que nos beneficia mutuamente. Aunque la idea nos puede parecer extraña, estos organismos no son alienígenas "ocupas" de los cuales nos tenemos que deshacer, sino que forman parte de lo que somos, nos definen e, incluso, pueden ejercer efectos impensables sobre nuestra salud. Hoy, en particular, hablaremos de la microbiota intestinal (antiguamente denominada flora intestinal), uno de los temas que está atrayendo más atención de muchas organizaciones europeas y mundiales de la salud, de las que podemos consultar páginas web de divulgación científica muy informativas.
Igual que no hay dos personas con las mismas huellas digitales, no hay dos personas con la misma microbiota intestinal
Cuando nacemos, nuestros intestinos son estériles; están vacíos y es la interacción con nuestro ambiente —sobre todo con la piel del pecho de la madre y la leche materna, y todo aquello que tocan nuestras manos y nos ponemos a la boca— la que nos pone en contacto con los que serán nuestros compañeros de viaje, muchos y muy diferentes; compañeros que no serán siempre los mismos; huéspedes que irán variando igual que nuestra vida va variando con los años. Dependiendo de las infecciones que sufrimos, de los antibióticos y otros medicamentos que tomamos, de si somos intolerantes a la lactosa o al gluten, de nuestra edad y, claro está, de nuestra alimentación, las poblaciones de la microbiota intestinal van cambiando. Del kilo y medio a dos kilos de bacterias intestinales que hospedamos, en torno a la mitad aproximadamente son bacterias compartidas con el resto de los humanos (lo que denominaríamos "núcleo duro" de las bacterias intestinales de los seres humanos), pero la otra mitad tiene una composición específica, bien nuestra y diferente de la de otros. Igual que no hay dos personas con las mismas huellas digitales, no hay dos personas con la misma microbiota intestinal.
Aunque tenemos diferentes especies y cepas bacterianas en tipo y proporciones, la microbiota intestinal de todas las personas hace un trabajo similar, y nos ayuda al sentimiento de bienestar. De hecho, cuando tomamos antibióticos y nos cargamos parte de nuestra microbiota intestinal, notamos que nuestros intestinos no acaban de funcionar del todo bien, e intentamos recolonizarlos con nuevas poblaciones bacterianas a partir de probióticos, yogures con bacterias...
Pues bien, ¿a qué vienen esta portada de "gominolas" y los tres artículos publicados? Pues que se ha demostrado que el éxito de una terapia muy prometedora contra el cáncer agresivo, la inmunoterapia, está fuertemente condicionada a la microbiota intestinal que tienen los pacientes. ¿Qué es la inmunoterapia? En el primer artículo que escribí para este diario os expliqué cómo las células de los cánceres más agresivos usan estrategias de invisibilidad, de desactivación del mismo sistema inmunológico del paciente, con el fin de pasar desapercibidas y poder crecer descontroladamente. La inmunoterapia va dirigida a desarticular esta estrategia de invisibilidad, de forma que sea el mismo sistema inmune del paciente, ahora no desactivable, el que aprenda a reconocer y destruir las células cancerosas. Y cuando funciona, la inmunoterapia es extremadamente eficiente. Dicho esto, se sabe que los intestinos juegan un papel muy importante en el funcionamiento del sistema inmunológico, tanto para la respuesta inflamatoria como de regulación y control. Tres grupos diferentes, en Francia y dos en los Estados Unidos, demuestran que en la terapia contra el melanoma y otros cánceres, la respuesta al tratamiento (y, por lo tanto, la remisión del cáncer) depende de las poblaciones bacterianas que haya en los intestinos de los pacientes.
Algún día, tomaremos píldoras de bacterias intestinales, no como probióticos para promover bienestar, sino como aparte del tratamiento curativo
Para empezar, si los pacientes habían sido tratados con antibióticos (que destruye las poblaciones bacterianas normales) previamente o durante el tratamiento de inmunoterapia, los pacientes no respondían y los tumores seguían creciendo. Cuando separaron a los pacientes entre quienes respondieron al tratamiento y quien no, y se analizó su población bacteriana fecal (intestinal), vieron que claramente se separaban en dos grupos diferentes, con especies bacterianas comunes presentes en todos los pacientes que respondían, no compartidas con los que no respondieron bien al tratamiento. Los científicos todavía fueron más allá para demostrar que eso no era casual. Cogieron, por una parte, estas poblaciones bacterianas de los pacientes que sí que habían respondido al tratamiento, y de la otra, las de los que no habían respondido, e hicieron píldoras. Tenían ratones modelo, que separaron en dos grupos: a unos les dieron las píldoras llenas de bacterias de los pacientes que habían respondido, y a los otros, las píldoras con las bacterias de los pacientes que no se habían cuidado de los tumores. Este tratamiento colonizó los intestinos de los ratones con poblaciones bacterianas de los pacientes que respondieron bien, o con las de los pacientes que no se cuidaron. A los ratones se les provocó la formación de tumores, y se les dio la inmunoterapia, tal como se trata a los humanos. Pues bien, sólo los ratones que recibieron las bacterias de los pacientes que habían respondido bien al tratamiento fueron capaces de reducir los tumores, ya que su sistema inmunológico reconoció y destruyó las células cancerosas. En cambio, los ratones tratados con las bacterias de los pacientes que no respondieron, tampoco pudieron limitar el crecimiento de sus tumores.
¿Y por qué? Pues porque las bacterias que viven en el intestino no son ajenas, sino que "hablan" al sistema inmunológico. Las poblaciones bacterianas de los pacientes que sí que respondieron al tratamiento, son bacterias que estimulan positivamente la producción de linfocinas, y promueven que el sistema inmunológico esté mejor preparado y atento, de forma que se puede infiltrar y destruir los tumores. Por el contrario, hay poblaciones bacterianas que no favorecen o directamente apaciguan esta respuesta, y entonces, el sistema inmunológico de los pacientes no es capaz de responder al estímulo ni destruir las células cancerosas.
Aunque todavía nos queda saber más del porqué y cómo, estos tres trabajos independientes se suman a otras evidencias sobre la gran relevancia de la microbiota en la respuesta a los tratamientos contra el cáncer. Algún día, tomaremos píldoras de bacterias intestinales, no como probióticos para promover bienestar, sino como aparte del tratamiento curativo contra enfermedades tan agresivas como el cáncer.