Esta semana en mi clase de la universidad, he explicado cómo el conocimiento científico va progresando y cambiando nuestra visión del mundo. Puede parecer una obviedad, pero me parece apasionante explicar el método científico, cómo la generación, maduración e, incluso, abandono de hipótesis se produce. Como que no tenemos mucho tiempo para repasar la historia de la genética, he hecho una revisión de los momentos más relevantes de la historia del DNA y cómo se descubrió que era el material genético de los seres vivos por excelencia. Ahora todo el mundo lo tiene muy claro, hablamos del ADN y de nuestros genes en cualquier contexto, y nos parece un icono conocido y “trillado”. Pero esto no fue siempre así. Durante la primera mitad del siglo XX se pensaba que las proteínas eran el material genético y el ADN, en cambio, parecía tener asignada una función estructural, es decir, el ADN era como un florero cualquiera, uniformemente aburrido. Solo el diseño de experimentos impecables, con resultados claros y contundentes, permitieron el cambio de paradigma: el ADN es el material genético de los seres vivos.
Preparando esta lección encontré un maravilloso y tierno vídeo, grabado el febrero de 2020 justo antes de la pandemia (¿quizás tendremos que incorporar esta cronología?, ¿antes y después de la pandemia?), donde dos científicos, protagonistas del que se ha considerado “el experimento más bonito hecho nunca en biología”, hablan de este experimento y sus experiencias en los años cincuenta. Estos dos científicos, Meselson y Stahl, demostraron cómo se replica el ADN de manera elegante e innovadora. Eran dos científicos jóvenes, ninguno de ellos trabajaba previamente en este tema, pero estaban muy motivados para indagar y aprender. Una vez descubierta la estructura del ADN, a propuesta de Watson y Crick, el mundo de la genética estaba en plena efervescencia. Todas las grandes preguntas de la biología estaban sobre la mesa y era cuestión de abordar aquellas que parecían más interesantes. La fascinación entre los científicos era inmensa, y una de las preguntas que más resonaba era: ¿cómo se replica el ADN? Pues bien, la respuesta no fue proporcionada por grandes mentes pensantes ni grandes popes de la ciencia, sino por dos jóvenes científicos que trabajaban en California en uno de los mejores centros de investigación, y ―¡muy importante!― vivían en la misma residencia. Una residencia donde científicos importantes de otros muchos campos eran visitantes habituales. Las ideas fluían libremente, la creatividad sobresalía. Y así, diseñaron y ejecutaron un experimento impecable que ha pasado a los anales de la historia y ahora se encuentra en todos los libros de Biología de bachillerato. Afortunadamente, a pesar de sus 80 años largos, estos dos amigos (porque continúan siendo amigos) reflexionan en este vídeo, con una mente preclara y divertida, sobre cómo era la ciencia entonces y cómo es ahora. Sus reflexiones me parecen particularmente interesantes. Dicen que en aquel momento la genética era como un gran río, en el cual todas las grandes preguntas restaban abiertas, y era fácil encontrar alguna en la que poder contribuir. Hoy en día, este gran río de la genética se ha dividido en muchas ramas, después en canales, en riachuelos y más riachuelos, hasta que cada científico solo puede intentar responder una cuestión de forma precisa pero muy específica, y que afecta sólo un ámbito concreto.
Vimos en una sociedad que quiere llegar demasiado rápido a todas partes. Nos faltan ideas, pero también nos falta tiempo para pensarlas
¿Quizás es que faltan grandes ideas? ¿O quizás falta el espacio para generarlas? Hace unos 20 años, el ganador del Premio Nobel de Fisiología Sydney Brenner (con una vida fascinante y de quien hablé en otro artículo), en la conferencia que dio al recoger el premio dijo: “Nos estamos ahogando en un mar de datos, pero nos morimos por falta de ideas”. Sin llegar a esta contundencia, otro Premio Nobel, Paul Nurse, acaba de escribir un artículo de opinión en Nature incidiendo en este mismo punto. Parece que actualmente solo nos preocupamos por publicar mucho, y por no salir de las corrientes mayoritarias preestablecidas de nuestra disciplina. Muchos datos, quizás en exceso (se podría discutir), pero muy pocas ideas nuevas. Parece que hemos vuelto a los siglos del naturalismo, donde se describían especies y más especies, muchos datos, mucho trabajo y esfuerzo, pero pocas ideas innovadoras y rompedoras. Pensemos en Darwin, ¿qué hubiera sucedido si en el viaje del Beagle solo se hubiera dedicado a describir las diferentes formas de los picos de los pinzones en las diferentes islas, y nunca hubiera pensado qué quería decir toda aquella diversidad ni propuesto su teoría de la selección natural como fuerza evolutiva?.
¿Por qué nos da miedo hipotetizar, a los científicos actuales? Quizás es que la ciencia está inmersa dentro de un mundo hipercompetitivo, donde es mucho más importando lo que los demás opinan de nosotros que lo que realmente hacemos y somos. Deprisa, deprisa, siempre corriendo, siempre con la espada de Damocles que si no llegamos nosotros antes, alguien lo hará y nos “robará” la incierta gloria de los resultados y los artículos. La prisa no es buena compañera del pensamiento ni la creatividad. Nos faltan ideas atrevidas. Como bien dice Paul Nurse, el peligro no son las ideas, sino los datos falsos y las fake news. Las ideas pueden ser debatidas, argumentadas y discutidas. Incluso las que no acaban siendo ciertas, generan mucha discusión y pueden aportar conocimiento. En cambio, los datos y resultados falsos son nefastos, porque hacen perder el tiempo a los compañeros que intentan construir conocimiento sobre cimientos inexistentes, pero sobre todo, porque mucha gente se los acaba creyendo, generando prejuicios y malentendidos y, por lo tanto, un enorme perjuicio social. Solo hace falta que pensemos en la falsedad patente sobre la relación entre vacunas y autismo. Un único estudio con resultados manipulados y conclusiones falsas de hace 20 años ha generado un gran problema social, puesto que todavía hay padres hoy en día que se creen esta falsedad sin contrastarla.
Yo no soy tan importante como estos grandes científicos, pero también creo que vivimos en una sociedad que quiere llegar demasiado rápido a todas partes. Nos faltan ideas, pero también nos falta tiempo para pensarlas. Estamos en la época de los grandes datos, inmersos dentro del Big Data, pero los datos no tienen que ser un objetivo per se, sino una herramienta de análisis. Nos falta atrevimiento. Para avanzar en el conocimiento, nos hacen falta datos, claro está, pero sobretodo, nos hacen falta más ideas y más discusión científica.