Un día de cada año, el día de nuestro cumpleaños, celebramos los años que hace que vivimos en este mundo. Luchamos por vivir más y nos asusta la muerte, pero no nos confundamos, los humanos no queremos ser inmortales, sino que aspiramos a ser eternamente jóvenes. Esta aspiración es un sueño muy común en la humanidad, porque la muestra física más antigua de literatura de una sociedad humana es una antigua tableta de barro sumeria, en la que a pesar de estar rota e incompleta, se explica la epopeya de Gilgamesh, el príncipe sumerio que buscó por todo el mundo la planta de la eterna juventud para acabar dándose cuenta de que era una obsesión imposible. Las leyendas sobre la existencia de objetos mágicos para alargar la vida, como la piedra filosofal de los alquimistas, o de regiones paradisiacas donde la gente no enfermaba ni moría, como el paraíso terrenal o Shangri-La, han hecho soñar incontables generaciones de humanos, y todavía estimulan nuestra imaginación. Evidentemente, también existen líneas de investigación biomédica que se dedican a la identificación de las causas genéticas y moleculares de la senescencia, el estudio de las patologías asociadas con el envejecimiento, y la búsqueda de metodologías y tratamientos con el fin de ralentizar el procés de envejecimiento y alargar la longitud de la vida. De vez en cuando, oímos en las noticias que se han descubierto nuevos genes que están involucrados en alargar la vida de ratones, de moscas de la fruta, o de gusanos y, de aquí se infiere, de forma optimista y vaga, que las personas que nacen hoy día tendrán una esperanza de vida de 150 años o más, pero lo cierto es que, hoy por hoy y con datos en la mano, la longevidad máxima de la especie humana no se ha movido más allá de los 122 años que vivió Jeanne Calment.

Este es un tema del cual sigo los avances con atención y podríamos hablar sobradamente, porque imparto docencia en un máster, y he escrito un libro a cuatro manos sobre las causas biológicas del envejecimiento. Pero hoy, en concreto, os quería comentar una noticia que justo acabo de leer sobre un ensayo clínico en que parece que los científicos han podido revertir algunos efectos del envejecimiento. Aunque el artículo original no está todavía disponible, los periodistas científicos han tenido acceso a los datos y han entrevistado a los autores, por lo cual, os lo puedo explicar. En los Estados Unidos se ha llevado a cabo un ensayo clínico en el cual, a 9 hombres blancos, sanos, de entre 51 y 65 años se les administró un cóctel de tres medicamentos con el fin de incrementar la actividad del timus. ¿Por qué el timus? El timus es un órgano vital del sistema inmunológico que se encuentra en el centro del tórax, es una glándula relativamente pequeña, pero en la juventud es muy activa y se encarga, principalmente, de fabricar los linfocitos T, un tipo de glóbulos blancos implicados en la lucha contra los patógenos y las infecciones, así como en la vigilancia y destrucción de las células cancerosas. Con la edad, el timus degenera y la mayor parte de su tejido es sustituido por grasa, lo cual implica un declive de la función inmunológica y una mayor susceptibilidad a las infecciones. Se sabe que el timus puede responder a la hormona del crecimiento, por lo cual, en este ensayo se administró a los voluntarios esta hormona. Como esta hormona a estas edades y elevadas dosis puede provocar diabetes, también se les suministró dos medicamentos antidiabéticos, dihidroepiandrosterona y metformina.

Durante el año del ensayo se controló por resonancia magnética la forma y consistencia del timus y, según dicen los autores, en 7 de los 9 participantes se observó que parte de la grasa acumulada en el timus había desaparecido y el tejido glandular se había regenerado. Los análisis de sangre también permitieron detectar un repunte de linfocitos T. Uno de los colaboradores del trabajo, Steve Horvarth, es un conocido biomatemático de la Universidad de California que ha patentado un "reloj epigenético de la edad". Hay personas que envejecen más rápidamente que otros, y este "reloj epigenético" mediría la edad biológica de las personas y, no tanto, la edad cronológica. En este análisis se detectan marcas de metilación sobre posiciones concretas del ADN. Estas marcas son epigenéticas, es decir, serían como señales tipo post-it, que pueden ponerse y quitarse, y que son variables porque responden a situaciones y estímulos concretos del organismo. Los trabajos de Horvarth han permitido detectar más de 350 posiciones del genoma humano potencialmente metilables, y según su estado de metilación, usando un algoritmo matemático, se podría predecir con una eficiencia del 96% la edad biológica de una persona. De hecho, han permitido inferir que en torno a un 5% de la población envejece más rápidamente de lo que le correspondería por edad cronológica. Pues bien, el resultado más sorprendente de este ensayo clínico que os comentaba es que, por término medio, los individuos que participaron en el ensayo disminuyeron su edad biológica en 2,5 años según el "reloj epigenético". En otras palabras, el tratamiento con una hormona del crecimiento y dos antidiabéticos habría revertido algunos de los síntomas de la edad del pequeño número de voluntarios del ensayo.

¿Son fiables estos resultados? La verdad es que mi percepción es que todavía todo es muy prematuro, porque el grupo de personas es muy pequeño (sólo 9) y, además, no había grupo control sin medicar para comparar. Por otra parte, el ensayo sólo ha estudiado el efecto sobre hombres blancos, ni se han incluido mujeres ni tampoco personas de otros fondos genéticos, y no se conoce hasta qué punto pueden contribuir otros parámetros o factores. Yo sería muy cauta de entrada. Su autor principal es conocido porque trabajó durante mucho tiempo en criobiología (conservación del tejido vive en congelación de muy bajas temperaturas) y ahora se dedica a la inmunología, además de ser el fundador de varias empresas biotecnológicas para patentar y explotar los avances científicos de su investigación, así que también podría haber conflicto de intereses. Es, por otra parte, conocido defensor de la teoría que el envejecimiento es evitable y ha empezado argumentaciones más o menos acertadas y polémicas con otros científicos sobre este tema. No se puede descartar un bies, consciente o inconsciente, para hacer caso sólo a los resultados que dan apoyo a nuestras teorías. Faltan ensayos más completos y profundos, con la intervención de grupos ajenos que no compartan intereses de empresa ni de explotación de patentes. Justamente uno de los problemas más graves y que está causando más daño a la credibilidad científica es la falta de reproductibilidad de muchos experimentos, normalmente en aquellos relacionados con grandes avances, es lo que se ha llamado crisis de replicación de resultados (replication crisis).

Así que, de momento, precaución y prudencia. Creo que la planta de la eterna juventud es todavía un espejismo.