"Los dos humanos van caminando penosamente, paso a paso, por la pendiente de la colina empinada. Los pies se hunden dentro del montón de nieve que llega casi a la rodilla. La mirada hacia el suelo, los brazos entumecidos, las piernas empeñadas a moverse. Hace un frío de mil demonios y el aliento se hiela justo salir de la boca, la ventisca no deja ver más allá de unos pocos metros. Los troncos ennegrecidos de los árboles van cerrando el camino como esqueletos vigilantes. Los humanos sólo piensan en llegar al refugio, a encender un fuego para calentarse, no miran alrededor. El mundo pierde profundidad, todo se ve en una altiplanicie en blanco. De repente, unos ruidos guturales rompen el silencio y devuelve los humanos a la realidad. Levantan los ojos, y en medio de las motas que volean ven a un ser bípedo como ellos, peludo y enorme, con brazos largos, que los mira fijamente. La aparición es tan repentina, la visión tan borrosa, el pensamiento tan lento, que cierran un momento los ojos para aclarar vista y mente. Cuando los abren de nuevo, ya no hay nadie. Unas huellas medio cubiertas por la nieve que no deja de caer, unos pelos enganchados en una ramilla. Los dos humanos se miran asustados. No acuden a hablar. No saben qué es lo que han visto, pero saben que no era uno como ellos. Cogen aquellos pelos y los guardan dentro del zurrón. Vuelven a caminar y ahora se apresuran, el miedo da fuerzas renovadas. Cuando por la noche estén entre los suyos, cuando se sientan seguros y calientes, entonces explicarán lo que han visto y han sentido, enriquecerán la descripción el uno del otro, y enseñarán los pelos para dar más crédito al ser que acaban de ver. En torno al fuego, la mente es fácil de engañar por la imaginación, las sombras magnificarán el tamaño del ser, el terror que han sentido se convertirá en valentía, y la experiencia vivida se transmutará en una historia secreta y chamanista, un mito susurrado en los corros de las largas noches de invierno, pasado de boca en boca, generación a generación".
Así me imagino yo cómo se generan muchos de los mitos que rodean algunos de los seres imaginarios habituales de nuestras leyendas locales, como una experiencia revestida de imaginación se perpetúa con nuevas experiencias de otros, en que en lugar de utilizar el raciocinio, recurrirán a la recopilación de mitos de su cultura para explicar lo que ven y sienten. Y así podríamos explicar el mito del yeti en las llanuras del Himalaya, el Tíbet y Nepal, o los cuentos del sasquatch/bigfooot entre los pueblos amerindios y los colonizadores de Norteamérica. Y la colección de recuerdos, pelos, huesos, algún diente, va incrementando y, finalmente, van a parar a museos. La interpretación en el siglo pasado, sensacionalista, ha sido que seguramente estos seres bípedos, tímidos y peludos, eran el "eslabón perdido" de la evolución humana, unos pocos ejemplares de Neandertal, o de homínidos próximos a los simios. Sin embargo, científicamente, nunca se ha dado credibilidad a estos mitos, porque la ciencia pone en duda todo aquello que no se puede comprobar.
La magia nos ayuda a dar color a la imaginación, y la fantasía da alas al arte
Pues, bien, justo esta semana, se acaba de publicar un artículo en que, utilizando técnicas de genética forense, demuestran que las pretendidas muestras de yeti son, en realidad, de oso. De hecho, este convencimiento ya hacía unos años que rondaba, y el año 2014, un grupo de científicos analizaron el ADN de dos muestras pretendidamente de yeti (de Buthan y de Ladakh, en la India), más el de otras muestras de "primates anómalos", como ahora, bigfoots de diferentes museos en Rusia, Sumatra y USA. Según los autores, las secuencias de las dos muestras de yeti eran muy idénticas al oso polar y la del resto de muestras pertenecían a mamíferos bien conocidos nuestros, como caballos, vacas, perros, ciervos, algún tapir e, incluso, un humano. Pero las muestras estaban muy degradadas, y la calidad del ADN, sobre todo por lo que se refería a las muestras de los pelos de yeti no permitieron más que aislar y secuenciaron fragmentos muy pequeños del ADN mitocondrial (ved otro artículo donde he explicado la información del ADNmt en humanos). Porque veamos a qué nivel de precisión los científicos queremos llegar, estos resultados fueron rápidamente discutidos por otros científicos, ¡pero no os podéis imaginar por qué! Pues porque consideraban que las muestras de yeti, pelos marronáceos, no eran de oso polar (que tiene el pelo blanco), sino mucho más probablemente de oso pardo del Himalaya... Sea como sea, tres años más tarde, otro grupo ha obtenido muchas más muestras independientes, hasta 9, de diferentes aldeas del Himalaya, Tíbet, Nepal, Pakistán e India. Con el avance de las técnicas han conseguido obtener la secuencia completa del ADNmt de las 9 muestras y las han comparado con la de los huesos de esta zona (hay dos poblaciones diferentes). Ocho de las 9 muestras son claramente de oso pardo tibetano, y una es de perro. Sin dudas, la leyenda del yeti puede quedar definitivamente enterrada y, por eso, se han hecho eco diarios en papel y digitales.
La ciencia pone en duda todo aquello que no se puede comprobar
Uno de los mitos que no ha necesitado el análisis del ADN para quedar desmontado es el de los unicornios, los magníficos caballos con un único cuerno alargado, puntiagudo y atornillado en medio de la frente. Una figura que forma parte de numerosos cuentos y leyendas nórdicas. Aparte del hecho de que el polvo de los unicornios era uno de los elementos utilizados en la alquimia y en la farmacopea europea, era considerado un objeto con poderes casi mágicos muy preciado. Se dice que la reina Elizabeth I de Inglaterra compró un cuerno de unicornio incrustado de piedras preciosas por el valor de 10.000 libras esterlinas de la época (en torno a los 2 millones de libras actuales). Lo que ha pasado con el cuerno de unicornio es que hay ejemplares, y son idénticos a la de la muela de un mamífero marino ártico, el narval (Monodon uniceros). El narval, de la misma familia que las belugas (y relativamente próximo a ballenas, orcas y delfines), está en peligro de extinción. Se caracterizan por el crecimiento sadesproporcionado de una de sus muelas de la izquierda que sobresale y se atornilla, recorrido por surcos y orificios que conectan con el interior, que está irrigado sanguíneamente.
Se ha discutido mucho para qué le sirve este magnífico "cuerno" al narval. Por ejemplo, había científicos que se inclinaban por pensar que era un arma para luchar entre machos, pero se ha llegado a la conclusión de que es un órgano sensor extremadamente sensible, como una antena, que le permite recibir señales del exterior. Imaginémonos una muela gigante, sin esmalte, con un incremento de superficie increíble, y conectado con el sistema sanguíneo. Y ahora imaginad si tuvierais esta muela, que se extendiera ante vosotros, como notaríais el frío, el calor, incluso, podría ser un sensor olfativo y hormonal, para encontrar pareja. ¡No me puedo ni imaginar cómo debe ser el dolor de muelas del narval!
Perdonadme si os he estropeado algún mito, la magia nos ayuda a dar color a la imaginación, y la fantasía da alas al arte, pero la ciencia nos ayuda a comprender la realidad.